martes, 1 de octubre de 2019

1 octubre: El espíritu de Jesús


LITURGIA
                      Continúa Zacarías poniendo por delante la prosperidad de Israel (8,20-23), que se concreta ahora en gentes de fuera de sus fronteras, que admirarán a Jerusalén y vendrán a ella a gozar de sus ventajas, que provienen de la presencia del Señor en medio de su pueblo. Vendrán pueblos incontables y numerosas naciones a consultar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a implorar su protección. [Valga este momento para explicar ese título de “Señor de los ejércitos”. No se refiere a nada belicoso sino al PODER de Dios. Equivale a decir: el Señor poderoso].
          Diez hombres extranjeros se acogerán a la orla del manto de un judío, diciendo: Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros.
          ¡Si esto se diera en la vida actual! ¡Si un mundo hastiado y vacío supiera la riqueza del que está unido al Señor! Y a la vez nos reclama a nosotros que seamos personas verdaderamente unidas al Señor, y que rezumamos por los poros una felicidad. Eso será más testimonio ante alguien de este mundo que nos quiera observar con buena fe.

          ¿Había Jesús enseñado la simplicidad de un niño para poder vivir el Reino de Dios? Y Juan, veíamos ayer, vuelve a las andadas y quiere impedirle a uno “que no es de los nuestros” que pueda realizar una obra buena.
          Pero nos metemos hoy en otro episodio, y volvemos a encontrar a Juan, con su hermano Santiago, pensando violentamente porque no han salido las cosas como ellos querían. Nos cuenta Lc.9, 51-56 que Jesús, que iba de Galilea a Judea, tenía que pasar por Samaria. Y se topa con unos intransigentes que les impiden seguir el camino, porque se dirigía a Jerusalén. (Y los samaritanos andaban a la gresca con los judíos).
          Juan y Santiago ya no se acuerdan de la sencillez del niño que Jesús les ha enseñado, y reaccionan con los humos por las nubes pretendiendo pedir que llueva fuego del cielo que abrase a aquellos habitantes. Intentaban reproducir una acción del profeta Elías ante un pueblo díscolo.
          No sé si Jesús se irritó o se sonrió de verlos tan excitados y tan intemperantes. El hecho es que les regañó, y les hizo saber que no sabían de qué espíritu eran. Es curioso que esa traducción que ha sido de siempre, ahora se ha cambiado. Pero expresa perfectamente lo que Jesús quiere decir, pues uno es el espíritu y estilo de Jesús, acorde con el estilo de Dios, y otro es el espíritu belicoso del mundo y contrario a la paciencia y bondad de Dios. No sabían ellos de qué espíritu eran cuando habían reaccionado de aquella manera, por un tema que se podía solucionar de una modo pacífico. Y porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos. He ahí el nuevo espíritu, que es el de Cristo y el que quiere infundir en ellos.
          Y la solución, mucho más sencilla que la lluvia de fuego es dar un pequeño rodeo y pasar por otra aldea.
          Es una lección a tomar en cuenta. Estamos en un período de la historia en que se vive en constante tensión, empezando por las mismas familias y extendiéndolo a las diferentes facetas de la vida. Se discute por todo y se hace difícil el diálogo. Se sube el tono a la primera de cambio. No se parte del supuesto de que el interlocutor viene con buena intención, y ya se está de antemano con la respuesta preparada en tono severo.
          Hay modos de vivir pacíficamente. San Ignacio lo plantea de modo muy sencillo pero claro: cuando otro expone algo, o se le entiende o no. Si no se le entiende, se le pregunta qué ha querido decir, para así poder entenderlo. No se reacciona a la primera de cambio por meras apariencias de lo que uno cree que el otro dijo. Y dice Ignacio que el modo de poder entenderse es el modo que corresponde a un cristiano. O dicho con palabras de Jesús, “tener el espíritu de Jesús”, que no ha venido a perder sino a salvar.
          Cuando Jesús plantea “la guerra” es la que uno tiene que hacerse a sí mismo para vencer su soberbia. “Negarse a sí mismo” es una manera de entender la vida desde el evangelio…, desde el “espíritu del Señor”.

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