viernes, 25 de octubre de 2019

25 octubre: Los signos de los tiempos


LITURGIA
                      Hoy nos desarrolla San Pablo el tema de la concupiscencia de un modo muy vivo en Rom.7,18-25. En definitiva es una explicación gráfica de lo que es el pecado original, se explique como se quiera explicar teológicamente y en los momentos actuales. El hecho es muy claro: no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero. Y dice Pablo: Sé que no es bueno eso que habita en mí, es decir mis bajos instintos, los que se desordenaron como consecuencia del pecado primero. El hombre había sido destinado a ser dueño de sí mismo y de sus reacciones íntimas, como obra que había salido de las manos de Dios, ¡y Dios lo hace todo bueno! Pero el pecado es el terrible terremoto que cambia la faz de la humanidad, y así si hago precisamente lo que no quiero, señal es que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.
          Y sigue explicitando la misma realidad, expresada de diversas maneras: Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente  con lo malo en las manos. Sabe Pablo que en su interior profundo quiere vivir acorde con la Ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra mi razón y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo.
          Y se pregunta quién puede librarlo de esa situación, para responderse con plena confianza que Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. ¡Y le doy gracias! Lo que quiere decir que nadie peca si no quiere; que todos tenemos las fuerzas interiores de la gracia para evitar el pecado…, para superar esas tendencias de la concupiscencia desbordada que provocó la inundación del pecado en la vida del hombre que Dios había creado bueno.

          Y vamos al evangelio (Lc.12,54-59) en el que Jesús ironiza a los fariseos que son capaces de averiguar si va a llover o va a hacer sol, fijándose simplemente en las señales del cielo. Y sin embargo son incapaces de descubrir, por las otras señales –señales del tiempo presente- el cambio del panorama religioso de Israel. Que, por otra parte, era un panorama dibujado de mil maneras por las profecías y eventos especiales del tiempo anterior, el Antiguo Testamento.
          Y les hace la pregunta: ¿Cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Lo curioso es que ellos han pedido varias veces “señales”, “signos”, para acoger a Jesús. No les valía nunca el signo presente, que lo tenían ante los ojos, como la expulsión de demonios o curaciones de enfermos realizadas públicamente en la sinagoga.
          Esos eran “los signos del tiempo presente”, los que estaban a los ojos de todos. Y a esos signos no supieron interpretarlos.
          Para mí que los versículos que siguen no hacen relación con lo anterior y que es otro tema que saca Jesús a relucir: el que está convocado al tribunal frente al que le pone pleito un adversario. Y Jesús aconseja que se busque la manera de avenirse a una solución pactada antes de llegar a juicio, porque la causa puede perderse y entonces el final es la ruina del que pierde. Llegar a un entendimiento no sea  que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Porque entonces no se saldrá de allí hasta que se haya pagado toda la deuda.
          No sé si este tema tiene un recorrido más largo que el de buscar la paz antes de llegar a la guerra, y que Jesús trata de que se eviten esas situaciones que sólo traen engorros.
          Otra visión del caso es pasarlo al plano de la conciencia y de la actitud de la persona ante Dios. Buscar siempre estar en paz con Dios y no esperar a que Dios tenga que plantear “un juicio”, pues la verdad es que nadie es inocente ante Dios. Más vale humillarse y ponerse a los pies del Señor, pedir misericordia, y esperar el veredicto amoroso de Dios que no quiere condenar.
          En este sentido el Sacramento del Perdón es el gran momento de hallar a Dios bondadoso, que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y que viva. Habrá que pasar por ese arrodillarse ante Dios, que se ha hecho presente en el Confesor, y esperar allí esa avenencia por la que uno se declara pecador, y Dios absuelve por la acción del sacerdote. Surgirá de ahí una mirada hacia adelante que se compone de dos elementos: la actitud de mejora, sinceramente adoptada por el penitente. Y la aplicación de una PENITENCIA. Que no es una multa sino una expresión de súplica para que Dios, la Virgen, los Santos, intercedan a favor de la persona arrepentida. Que, en realidad, su verdadera penitencia debería ir en la línea misma del propósito, para hacerlo más eficaz.

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