viernes, 8 de junio de 2012

Cuerpo de la Plegaria de la Misa


EL CUERPO DE LA PLEGARIA
Iniciada con el PREFACIO, solemne alabanza a Dios, acabará con otra inmensa alabanza conclusiva POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL (=doxología), que resume toda la acción vivida en esa Plegaria. Ha ofrecido el propio Jesucristo; Ha actuado el Espíritu Santo, y se dirige todo ello a la Gloria de Dios: todo honor y toda gloria.
El Celebrante está actuando en nombre de Cristo.  No es tal o cual persona individual, de tales o cuales características. Cuanto realiza lo hace “revestido” de esa realidad de mera representación. Porque el que realmente ofrece, se sacrifica y da gloria a Dios es Jesucristo.  El sacerdote “le presta” su voz y su acción. El momento culminante de la CONSAGRACIÓN se inicia con una imposición de manos, el signo de bendición y consagración (dedicar a Dios algo)  que usó Jesucristo.  Manos con las palmas hacia abajo, en señal de trasmisión de una fuerza que ya se sale del ámbito de lo humano y le deja actuar directamente a Jesús.  Juntamente ya está ahí el gesto de imposición de manos o “extensión de manos” con que el propio Jesús dio a sus discípulos “todo poder, como Yo lo he recibido del Padre”.
Con se poder, con las propias palabras de Jesús, el Sacerdote consagra el pan y el vino (llamadas “especies sacramentales”).
 [Habréis observado en las Concelebraciones que, contra la unidad de movimientos que pide la liturgia, hay concelebrantes que en vez de hacer imposición de manos –como está dicho- hacen un gesto de “señal” (no con las palmas hacia abajo), y no usando el gesto de Jesús y de trasmisión de la fuerza consecratoria del Espíritu Santo].
          El Celebrante, tras la consagración del pan, que ya es el Cuerpo de Cristo, lo MUESTRA a los fieles para que sea adorado. Y por cierto, frente a la herejía jansenista, SEA MIRADO por los fieles, y no manteniendo la cabeza agachada.  Lo mismo se hace con el cáliz o copa de vino, que tras ser consagrado, ES MOSTRADO a los fieles. Y repito MOSTRADO porque es la palabra utilizada por la pedagogía litúrgica, distinguiéndola de la que usará más tarde en el POR CRISTO, donde habla de “elevación”.  Acabado ese núcleo esencial, el sacerdote hinca una rodilla y proclama el misterio que se ha realizado: ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE.  (Sacramento, en latín es igual que misterio, en griego.
          Sigue la aclamación de los fieles, en acto de fe hacia esa realidad misteriosa, de que la Sangre y el Cuerpo de Jesús, separados en la cruz y –por ello mismo- realidad de muerte, ahora los tenemos sobre el Altar como un “anuncio” (un revivir”9 esa muerte, pero proclamar con gozo infinito y profundo que estamos ante el Cristo del Cielo, resucitado y completo, con su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad.
          Alguna Liturgia Oriental indica que la plenitud de la consagración, como tal, se completará cuando poco después se pida al espíritu Santo que congregue en la unidad a los fieles.  Muy significativo, y como una explicitación de la palabra de Pablo: “si unos de los que estáis reunidos lo tiene todo, y otros carecen, esto no es celebrar la Cena del Señor).  Una advertencia escalofriante si la tomamos en serio.  Y que continúa la idea que ya expresó Jesús: “si cuando vas a presentar tu ofrenda ante el Altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti (sufre por tu causa), deja primero tu ofrenda allí mismo y vete primero a reconciliarte con tu hermano”. [La pena es que la rutina “piadosa” no nos deja entender cosas tan serias, que realmente tendrían que obligarnos a radicales cambios de actitud y aun de pensamiento].

          LITURGIA DEL DÍA
          San Pablo advierte a Timoteo que le cristiano será perseguido por su fidelidad. Y al mismo tiempo que la Palabra de Dios está para enseñar, corregir, reprender y conducir al bien.  No perdamos ni un verbo.  No nos engañemos con suavidades pretendidas que dejan descafeinada la Palabra.
          Jesús tuvo que entrar ya en directo a desmontar la incredulidad de los fariseos y sacerdotes, planteándoles un tema que debiera conducir a que lo reconocieran que era el Mesías de Dios.  De esos “religiosos” dominadores no se nos dice qué respuesta obtuvo.  De la gente sencilla, sí: disfrutaban escuchándolo.  Porque esa Palabra de Dios que había utilizado, de una parte enseñaba y e otra ponía de relieve –reprendía- la falsía de sus actitudes de apariencia religiosa.

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