sábado, 31 de marzo de 2012

4ª Palabra

DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Doble misterio: el sentimiento intenso de Jesús, que recurre precisa-mente a este Salmo 21 para expresar la intensidad de su dolor. Y que lo exprese así en interrogación.

Esta palabra de Jesús indica la soledad espantosa que experimentó en la cruz; terrible “abandono”. Nos extraña, ¿verdad? Y, sin embargo, ¡qué maravilla y consuelo supone para nosotros, que experimentamos situaciones semejantes! Todavía el común de los mortales lo experimenta en otro nivel que, aunque parezca supremo, no es –ni mucho menos- el que experimentan los místicos (que viven habitualmente una unión tan fuerte con Dios) cuando les llega la “noche obscura”, algo inenarrable porque es una apariencia viva de un Dios que se ha apartado (“como separados de Dios”, dice San Ignacio de Loyola). En la descripción de la desolación espiritual que da este santo –que nada tiene que ver con depresión, desánimo, soledad…-, el alma se siente sin fe, sin esperanza, sin amor, sin fuerzas, tibia y perezosa… Todo es obscuridad. Pero cuando eso está en la línea de la experiencia mística, en realidad hay una plena seguridad de que Dios está ahí, aunque no se siente, y aunque “se sienta” lo contrario.

De hecho el Salmo 21, que va expresando todos los dolores y duras experiencias del autor, va teniendo de vez en cuando unas “plataformas” de confianza, consuelo, seguridad de ese mismo Dios que no deja a los que Él ama.

Por eso el doble misterio: “abandono” y “confianza” simultáneas. “Como apartado de Dios”, pero orando a Dios, dejándose echar en Dios y descansar en Él, a buen seguro de que Dios no abandona. Por eso está esa palabra en interrogante. No es una queja; no es ese pensamiento popular: “¿qué habré hecho yo a Dios?”, como si el sentimiento que me embarga fuera una “venganza” o “castigo” de Dios por una “culpa mía”.

En Cristo es oración, no queja, ni protesta. Es ese punto en que ya no le queda nada a qué agarrarse, y ahora se vuelve a Dios y suplica. Es la oración del verdadero creyente en sus duras experiencias de desolación espiritual, cuando parecería que se la ha cerrado el Cielo, y sin embargo recurre al Cielo. ¿Queja? Si entendemos la queja amorosa de un enamorado que se siente menos querido, y busca –sin embargo- el amor primero, sí. Si es la queja suplicante de un hijo que más necesita de su padre, cuando parece que su padre está indiferente ante sus males, y acude precisamente a ese padre, porque espera todo de él…, entonces fue “queja” la de Jesús. Queja de oración. Confianza absoluta.

Cuando el Papa Benedicto XVI acude a visitar los antiguos espantosos campos de exterminio nazis, dice en voz alta: ¿Dónde estaba Dios…? Los periodista, que no entienden el lenguaje de un hombre de Dios, interpretan y publican en primera página la foto de aquella visita y la palabra “escandalosa” del Papa. Y precisamente Benedicto XVI estaba haciendo una oración, la de la criatura desbordada por aquella macabra visión. La palabra honda de un hombre de fe ante el misterio inexplicable del dolor.

El día que los humanos perdamos la capacidad de orar y de reposar nuestra angustia en el Corazón de Dios, nos desesperaremos, habremos perdido la referencia esencial del alma. ¡Y esto es lo terrible de este momento histórico, en que la memez humana ha creído estar más libre cuando pretende quitar de en medio a Dios!

PROFECCÍAS

Las lecturas de hoy son proféticas. Ezequiel, pinta un mundo aún inexistente; soñado…, y a la vez convencidamente seguro: Dios aparecerá en medio de esos pueblos divididos y, en David, anuncia la Alianza eterna (“Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”, como una fórmula de unión irrompible de amor matrimonial), con David “príncipe para siempre”. Bien evidente es que David no era eterno, para siempre. Pero detrás está la figura del Hijo de David, el Mesías salvador, JESÚS, que firma su Alianza de amor con su propia sangre.

Es la sangre va a derramar a Jesús, ya previamente condenado a muerte por Caifás, cuando el escándalo que sufren algunos por los muchos signos que Jesús hace, en vez de estudiarlos y descubrir su origen, determina –con expresión profética que ni él mismo sospecha), que “os conviene que muera un hombre por el bien de todo el pueblo”. Uno que murió por todos, para salvarlos a todos. “Sangre que se derrama por TODOS”… Son ya las puertas de la Semana Santa, el misterio que únicamente podrá vivirse “de rodillas” y en fe abandonada, en lo incomprensible de la muerte del Redentor.

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