martes, 20 de marzo de 2012

MADRE DOLOROSA

EL DOLOR DE UNA MADRE
Parándonos en este momento, veo cómo la espada anunciada por Simeón, ya está entrando en los repliegues del alma de la Madre. Es, sobre todo, el intenso dolor de ver al Hijo en aquella situación de humillación por el mismo hecho de haber sido condenado a la muerte ignominiosa de la cruz. Pero a la vez, y aunque poco podían llegarle cuando su alma estaba hecha jirones, allí la turba desaforada gritaba y gritaba como energúmenos, desafiando al Hijo: ¿No decías que destruyes el Templo y lo reedificas en 3 días? Pues sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios… Y la mofa burlesca y satírica siguiente: A otros salvó y a sí mismo no puede… Has confiado en Dios; ¡pues que te salve ahora…! Eran espadas que se añadían… Por eso, quizás, la representación de María en muchas expresiones de la imaginería es un corazón atravesado por siete espadas que se entrecruzan. Querrían arroparla los amigos como para evitarle escuchar aquellas burlas. María permanecía en pie, bebiéndose sus lágrimas y dejando que su corazón sangrara a la par que la misma sangre de su Hijo.

Reconozco mi mala memoria al no saber localizar aquel verso: Mirad vosotros, los que pasáis por el camino si hay dolor semejante a mi dolor. Lo que sí es verdad es que, expresando tan gráficamente el desgarrón de esa Madre, juntamente me pongo en el lugar de tantas madres que han visto sufrir a sus hijos, ser marginados, pasar necesidad, morir desangrados ante sus ojos…, simplemente ¡perder a un hijo o hija! Y creo que cualquiera de ellas diría exactamente lo mismo. Y quiere por igual a todos sus otros hijos, y ellos pretenden hacerle ver que ellos están allí. Y sin embargo esa madre no se consuela porque el que ya no tiene es el que le ocupa todo el dolor de su corazón. Es aquello que se aplica a las madres de Belén en la matanza de sus hijos: Un grito se oye en Ramá: son las madres que lloran a sus hijos y no quieren consolarse, porque ya no existen. Cuando se ve al vivo, entiende uno que ese sentimiento no tiene parangón. Entonces, a la expresión citada más arriba, que es bíblica con la mayor seguridad, yo me atrevería responder: “Sí, María: muchas madres están mirándote y apoyándose en tu dolor de madre que pierde un hijo; y su dolor es tan semejante al tuyo, que son dos gotas de agua. Y pienso lo original que es cuando se quieren comparar dolores, o hay quien rivaliza en hacer el suyo más grande y más pesado. Yo digo que cada dolor es tan fuerte como el otro…, que cada uno sufre en totalidad el suyo, y no hay ni palabra ni razonamiento que ayude a consolar…, porque esa madre o padre que sufren el desgarro de un hijo que muere, es “el más grande dolor que hay sobre la tierra”.

Lo que también afirmo es que eso lo sabía María. En sus años de Nazaret había asistido a situaciones así, y Ella puso siempre su mayor esmero en acompañar a aquellas madres que sufrían, pero con el inmenso respeto de saber que no quieren consolarse…, que no hay quien las consuele. Lo que también a mí me hace sentir un escalofrío de silencio que me deja cogido por dentro, y simplemente puedo hacer lo que aquel grupito que estaba junto a Ella: arroparla, unirse a su dolor. Y parangonando la petición de Ignacio en la Pasión, sufrir el dolor de María; sentir su mismo quebranto, y dejar salir lágrimas de profunda pena interna, por lo mucho que Ella padece por causa de ese pecado –también el mío- que la ha puesto en esta encrucijada.

Y tomarla conmigo, y meterla en mi alma, y tenerla como tan mía, que Ella me enseñe a sentir los nobles sentimientos del amor puro de una madre.

Y voy escuchando la gritería infernal de la gente, de los mismos jefes de Israel, y quisiera gritarles yo a ellos: ¡ya que no sois capaces de respetar la muerte de un hombre, mirad el desagarro de esta Madre! Luego me pongo un espejo delante… Y siento el miedo de verme yo gritando también contra ese “Cristo” que tengo a medio metro mío. Al que no comprendo, del que me mofo, al que le tengo una mala reacción, al que es posible que aquello también le duela en el alma…, y me extraño de cómo no soy capaz de darme cuenta. Porque si me doy cuenta, es que yo no tengo ni corazón humano.

Son muchas las preguntas que me hago. Mirar alrededor es abrir una Enciclopedia del despropósito. Es la gran necedad y deshumanización en la que se es capaz de caer cuando el amor propio entra a ser protagonista. Y voy a tener que volver a la primera palabra de Jesús: “perdónanos, Madre, porque no sabemos lo que hacemos”.
EL AGUA PURIFICADORA Un día en que liturgia de la Eucaristía de este MARTES 4º, rezuma belleza por todas partes: el el agua en torrentera de que mana del Templo. Al principio, es poca y, aun así, va fecundando a su paso, creando un vergel. Cuando quiere uno acordar, es ya un océano que abarca lo que uno no podía ni sospechar. La imagen preciosa del Bautismo de Cristo, que tiene en sí la potencialidad de hacer santos, héroes, algo tan grande que sobrepasa toda realidad. La piscina de los 5 soportales, con el “poder mágico” de curación al removerse el agua…, pero de poder tan reducido que sólo alcanzaba al primero que entrara. Pero aparece Jesús, que es agua viva bajada del Cielo, torrente en crecida de aguas dulces, y aquel desesperanzado enfermo paralítico encuentra la avalancha superior de su sanación inesperada. Antes, no tenía a nadie. De pronto TIENE TODO. La diferencia, Jesús, que ha puesto en marcha el dinamismo fecundo de su Agua salvadora, la que hemos recibido nosotros y hasta hemos cambiado de naturaleza, porque éramos antes solamente humanos, y ahora –como el hierro en la fragua que se hace ascua ardiente, a nosotros nos hacho ya partícipes de la divina naturaleza. Ese es el inmenso efecto del Bautismo cristiano.

1 comentario:

  1. Anónimo6:25 a. m.

    Sin sentimentalismo ni falsa poesía, el final de esta reflexión:

    Mirar alrededor es abrir una Enciclopedia del despropósito. Es la gran necedad y deshumanización en la que se es capaz de caer cuando el amor propio entra a ser protagonista. Y voy a tener que volver a la primera palabra de Jesús: “perdónanos, Madre, porque no sabemos lo que hacemos”.

    es escueto, sólido y me acerca verdaderamente al evangelio que no necesita de adornos, al evangelio de sandalia, al evangelio de Jesús.

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