jueves, 22 de marzo de 2012

Todo cumplido

EL COMPLETO DE UNA VIDA

Nuevo silencio. Jesús ve que ya es su hora. Y se sume en una mirada a su vida entera. Belén…, que ya llevó su parte de cruz…, y era el inicio de etapa de esa carrera que Él había de recorrer… Nazaret: ese misterio de silencio activo, de crecimiento, de un misterio en el que tantas almas entrarían, se quedarían, hallarían lecciones de todo tipo: familia, trabajo, oración, fe, convivencia… El Jordán, un hito muy peculiar en su salida a la vida pública, la manifestación de Dios que lo constituye Mesías…, y una vida llena de realidades diversas, que Él vivió haciendo el bien. Los pobres, los enfermos, los pecadores, las mujeres, los amigos, los discípulos, la elección de unos apóstoles… (y al llegar aquí se le escapa un suspiro grande: ¿dónde estarán, qué harán ahora mismo?). Luego se precipitan las cosas y su caminar se va haciendo más duro, menos aceptado, con más oposición…, y con los jefes ya dispuestos a acabar con Él. Judas, el pueblo, las personas…, ¡su Madre!, su sufrida Madre, la auténtica Mujer que Dios modeló desde el comienzo de la Creación, tras la caída de la humanidad… El Huerto, las horas terribles vividas ayer… Pilato…
Jesús va pasando por muy diversos sentimientos en todo este recorrido de su vida. Sufre, siente volcado su Corazón a la pobre humanidad. Piensa mucho en esa Madre traspasada pero allí erguida, que Él mismo ha donado a esa humanidad para que Ella, con ternura de Madre siga en la obra de la salvación…
Él… Su más profundo sentimiento es de gozo. Ante Dios, su Padre amado, por quien ha hecho todo para devolverle el honor arrebatado por el pecado y los pecados de todos los siglos, de todas las clases, de todas las edades, de cada persona…; ese Padre suyo al que ha agradado siempre, para el que vive y para el que muere… Ese Dios misterioso que ni le levantó la losa que le aplastaba en el Huerto, ni se ha hecho presente en el Calvario…, y en el que Jesús CREE PLENAMENTE, porque es el Dios Bueno, el Padre de toda misericordia… Es un gozo inmenso en este instante último de su vida, casi entre estertores de muerte, porque HIZO TODO LO QUE TENÍA QUE HACER.
Y ahí, a sus pies, la humanidad, con la que Él se hizo una masa, y muere asumiendo el dolor, la enfermedad, el pecado, la maldad, la desgracia, y cuanto esa humanidad ha dado de sí y dará de sí. Hecho Él uno de tantos, y hasta emborrizado en ese pecado para levantar la maldición que caía sobre ella… Una humanidad a la que ama, a la que perdona, a la que eleva, por la que pasaría mil muertes, si fuera necesario…
Y con toda esa visión complexiva ante sus ojos ya nublados, una satisfacción inenarrable, de quien ha corrido bien su carrera, ha combatido bien su combate, ha mantenido su fe… Lo que ya le queda es esa corona divina que no se marchita, que le siente a la derecha de Dios, de donde salió. Y como el astronauta que regresa a la tierra y ha realizado una misión arriesgada y titánica, y vuelve pisar tierra firme y haber prestado un gran servicio, Jesús pronuncia el gran resumen de su vida: TODO ESTÁ ACABADO. Acabado, perfecto, sin que le falte nada, encajada cada pieza en el lugar asignado por Dios. No puede sentir un gozo más fuerte en medio de su agonía de muerte. “Todo lo hizo bien” dirán después de Él. Y realmente es que Jesús es la maravilla de lo bien hecho.

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