jueves, 1 de marzo de 2012

A palabras necias… palabras sabias

Por el Padre Alberto José Linero Gómez 

 Si buscáramos en la Palabra de Dios el mensaje de salvación y dejásemos de preguntarnos tonterías; si descubriésemos la manera profunda cómo nos revela el plan de Dios, que no es otra cosa que nuestra felicidad. Si nos interesara más descubrir lo que me está diciendo, lo que me reta a vivir, lo que me muestra sobre los errores humanos con los que convivo, acepto y asumo. La Palabra es reto para mí, es Palabra para mí, para que descubra que no estoy tan bien como creo, pero que puedo vivir a plenitud cuando renuncio a todo lo que no conviene.

 Por ejemplo, cuando leo Marcos 6,1-6, me doy cuenta de que ni Jesús de Nazaret se salvó de los prejuicios que los seres humanos tenemos (desarrollamos, creemos y hasta contamos) de los otros. Desde esos juicios nuestros de los demás, los juzgamos (y hasta sentenciamos). Entiendo que se trata de una “manía” humana de la que nos tendríamos que liberar si queremos conocer y amar a los otros tal cual son.

 Me impresiona que ante la enseñanza y el poder sanador de Jesús, sus familiares y coterráneos se hayan extrañado y preguntaran ¿de dónde le viene a éste tal sabiduría? ¿No es este el hijo de María? ¿No es este el carpintero? Por conocer su origen -y seguro que por tener un rótulo sobre Jesús y su familia- no pueden aceptar que predique tan bien y que el poder de Dios se haga presente a través suyo. Es lo mismo que nos pasa con nosotros a la gente. Nos hacemos unos preconceptos de la gente y desde allí la juzgamos sin permitirle ser verdaderamente. ¿Cuántos seres humanos están condenados a hacer lo que no quieren ni les interesa por los rótulos que otros a su lado le han impuesto?

¿Cuántos hijos se han convertido en seres humanos de actuaciones perversas porque sus padres desde pequeños los convencieron de serlo por el rotulo de “ovejas negras”? Creemos que conocemos al otro y con nuestros comentarios le tratamos de enmarcar unos límites que no puede traspasar. Esto está relacionado macabramente con la tendencia que tenemos de no querer decepcionar a los otros.

Vivimos la vida tratando de agradar a los demás aunque eso comprometa nuestra felicidad. Nos enseñaron a ser y hacer lo que los otros quieren, so pena de ser rechazados y marginados de los grupos a los que queremos pertenecer. Nos mimetizamos para ser aceptados; negociamos la convicciones, negociamos lo que sea con tal de que nos quieran, nos incluyan, se nos tenga en cuenta. Pero de nada vale jugar ese juego; Cioran, un pensador contemporáneo, decía que no vale la pena suicidarse si todavía quedaba gente por decepcionar. Y lo entiendo como que el sentido de la vida está muy conectado con ser lo que somos verdaderamente y no con lo que la gente quiere que seamos. Hoy los invito a decepcionar a aquellos que están seguros de que somos malos, o incapaces; decepcionemos a los que nos miran con desprecio porque nos creen poca cosa; es el momento de frustrar a quienes basados en los errores del pasado creen y vociferan que no hay solución para nuestra vida. Les invito a decepcionar a todos aquellos que han apostado porque serían derrotados. Es tiempo de dejar con los crespos hechos a quienes alquilaron balcón para ver nuestra caída definitiva. Seguramente tienes gente interesada en verte en el suelo para sacar pecho diciendo “yo sabía, ese no servía para nada”. Decepciona a los que quieren convertirte a la lógica del odio, a quienes hablando mal de ti esperan que hagas lo mismo. Decepciona al que están convencidos de que vas a pagar mal con mal. Haz el quite a quien proclama que no puedes salir adelante y que estás condenado a fallar. Hay que ser indiferentes a esos comentarios y comprometernos con los valores que tenemos en nuestro corazón.

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