lunes, 19 de marzo de 2012

AHÍ TIENES A TU MADRE

DESPOJOS DE GENEROSIDAD

El de la derecha –Dimas le llamó la tradición- está silencioso. Mira mucho y viene observando que aquel Jesús, compañero de suplicio, es de otra clase. Su padecer silencios, su no responder a los agravios, sin que se le vaya una sola palabra, escuchándosele solamente los gemidos de dolor que se le escapan… Y “Rey de los judíos”, como puede Dimas leer en la cabecera de la cruz… Y se atreve a apoyarse él en el despojo de Jesús, volviendo hacia ese hombre su mirada y suplicándole que te acuerdes de mí cuando estés en tu Reino. Era como agua fresca en medio de la fiebre que le ardía a Jesús. Y con un hilo de voz, porque más no podía, vuelve Jesús el rostro hacia su izquierda, y con mirada acogedora le susurra: Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.

No podía Jesús tirar de sí mismo. Más necesitaba que alguien le ayudara. Pero Jesús, siempre Jesús, se olvida de sí y sale de su propio dolor para ocuparse de aquel hombre que le suplica con buna fe.

Quizás es el llamado de la última hora Quizás es el gran ladrón profesional que supo robar hasta última hora, y que ahora roba el Corazón de Cristo.

Los soldados permitieron a los deudos de los ajusticiados que se acercaran a los que les quedaba ya muy poco tiempo de vida. De entre las gentes, arrostrando las vergüenzas de la turba embrutecida, se adelantaron María, la Madre de Jesús, María de Magdala, María la de Cleofás, y alguna otra. “Un discípulo” –siempre innominado, e intencionadamente innominado por el evangelista- estuvo también allí. Un momento muy duro para ellos, que ahora contemplan desde muy cerca el despojo de aquel Jesús, convertido en gusano y oprobio del pueblo. Y muy duro también para Jesús, por el sufrimiento que causaba en aquellas personas tan queridas. Al mismo tiempo, el consuelo de sentirse acompañado por un grupo de almas fieles que habían llegado hasta allí y se presentaban ante todos como personas que amaban al que todos vituperaban. María Magdalena, se apariencia mucho más afectada, porque era una mujer de extremosas manifestaciones de su dolor y de su amor. La de Cleofás, pariente de Jesús y sintiendo desde las llamadas de la misma sangre, y juntamente queriendo hacer sentir a la Madre del que tanto sufría, ese apoyo de la cercanía. Y María, de pie, sin aspavientos, dejando salir sus lágrimas por las mejillas, pero con plena serenidad, acercando sus labios a los pies del Hijo, casi en bese tan suave que no fuera a aumentar el intenso dolor de aquellos pies tan hinchados por el traumatismo de los clavos. Y el “discípulo amado”… El representante de una humanidad al pie de la cruz. El “innominado” porque lleva tu nombre y el mío, el nombre de cada criatura… El “discípulo” que encarnaba a todos los discípulos fieles de todos los tiempos, en toda la humanidad, que estábamos allí y que asistíamos así a nuestra propia salvación. Y –queriéndolo o sin querer- también la humanidad en pleno, aunque desconozca y quiera ignorar a Jesús. Innominada también, pero por quien se derramaba la Sangre salvadora: por vosotros y por todos

Y también aquí da Jesús el paso hacia un nuevo despojo… Ya se han rifado sus vestidos; ya ha dejado salir de su Corazón el perdón para todos, porque no saben lo que hacen. Ya se ha olvidado de sí para otorgar al ladrón aventajado el Paraíso, hoy mismo. Y ahora, arrancando su propio Corazón, otorga al mundo a su propia Madre. MUJER –título bíblico que la une al propio sacrificio redentor- AHÍ TIENES A TU HIJO. Al “discípulo”: AHÍ TEINES A TU MADRE.

El cambio era muy desfavorable para aquella MUJER, porque ahora recogí en su regazo a tantos hijos tan distintos del suyo… Pero era el inmenso regalo de aquella hora privilegiada para la humanidad. Dice el evangelista que el discípulo la recibió en su casa. Es el brindis de puerta abierta que se nos pone ante los ojos a cada uno de nosotros, para acoger a María como cosa muy nuestra. Por supuesto, en el cariño. Pero más en esa lección inmensa de quien hizo siempre lo que debía hacer, porque así lo ofreció a Dios en el mismo momento de la encarnación:

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