viernes, 16 de marzo de 2012

Camino del Gólgota

HA COMENZADO EL VÍA CRUCIS
Con la sentencia de muerte ha comenzado el vía crucis de Jesús, ese camino –sin vuelta atrás hacia el Gólgota. Momentos de espera mientras sacan de la cárcel a dos malhechores que acompañarán a Jesús en la ejecución, para darle visos de legalidad. ¡Y bien podemos imaginar el sentimiento de odio contra Jesús de aquellos hombres que se sienten abocados a su muerte inmediata e inesperadamente improvisada, “por culpa” de aquel hombre a quien ni conocen ni saben por qué ha sido juzgado. Pero siempre hay un chivo expiatorio sobre el que se descargan los bajos sentimientos.
Cuando todo está preparado, colocan sobre los hombros de cada uno el madero transversal de la cruz. No era posible llevar la cruz completa, como suele representarse, porque toda ella pesaba 90 kilos, y era claro que no se podía cargar. Siempre nos será más devoto ver la cruz completa, y nuestra retina mantendrá esa imagen “más digna” de la cruz a cuestas.
Los malhechores aquellos, que salían de la cárcel sin otro padecimiento previo, pudieron llevar a costal el madero. Cuando se lo pusieron sobre las espaldas a Jesús, tuvo unos pasos vacilantes, inestables y cayó al suelo bajo un peso que no podía soportar sobre su cuerpo debilitado y herido bárbaramente, con tanta sangre perdida. Intentaron por las malas que se levantara, y Jesús lo intentó, pero cuantas veces lo hizo, volvió a caer extenuado en sus fuerzas. Había que solucionar el caso y echaron mano de un labrador que pasaba por allí, hombre fuerte y curtido, y lo obligaron a cargar aquel madero. No le valieron excusas ni resistencias, porque se lo impusieron sin más. Y Simón, el de Cirene, no tuvo más remedio que cargar aquel grueso madero que, ya de por sí avergonzaba, porque era el instrumento del condenado por alguna grave causa. Lo que hizo Simón fue pegarse mucho a Jesús, después de una mirada inicial de disgusto e irritación contra Él. Y luego caminar muy junto al sentenciado a muerte.
Algo fue notando aquel hombre que le apaciguaba… En Jesús no veía el rostro de un malhechor facineroso. Por el contrario Jesús, que no podía sostenerse apenas, le dirigía miradas que encerraban ternura y agradecimiento. Miras que trasmitían paz. Realmente en Jesús podía ver el de Cirene un mundo diferente de todo aquel entorno vociferante y cargado de pasiones: la de los otros dos condenados, la de las gentes hechas energúmenos, la de los soldados sin alma…
Y el caminar del Cireneo no sólo fue apaciguándose y soportando el travesaño de la cruz, sino que al ver el paso tambaleante de Jesús, también le ofreció su brazo para que se apoyara. Había surgido una fuerza muy especial de comunicación anímica… Ya no era el hombre obligado. Empezaba a ser un apoyo, un bastón, para Jesús.
No nos pone el relato evangélico el otro aspecto que añadió la devoción popular, o quizás relatos apócrifos que podían muy bien basarse en una realidad, aunque no la reseñaran los evangelistas. Fue la mujer que irrumpió por entre el cordón de soldados, arrostró las incomprensiones de unos y las violencias de quienes la quisieron apartar. Pero fue todo tan de improviso que tuvo tiempo de acercarse a Jesús y poner su paño blanco en el rostro ensuciado de aquel hombre, lleno de sangre y sudor y de escupitajos, y aliviarle ese tormento añadido de los ojos casi cerrados por aquella cortina de sangre coagulada. Fue el toque femenino, la ternura. No quitó ningún peso físico, no ayudó de manera llamativa. Se llevó los empellones de la soldadesca. Pero también se llevó –dice la tradición- la primera fotografía de Jesús, pasmada en aquel paño blanco. Esa tradición le puso el nombre de Verónica, y su gesto queda como una necesidad en medio de cada dolor y sufrimiento de la vida. Porque no podemos levantar el padecimiento de un enfermo, el alma rasgada de unos padres que han perdido un hijo, una humillación por la injusticia en la vida social de verdugos sin corazón. Pero ¡Cuánto se agradece esa “Verónica” capaz de acercar el paño blanco del cariño!... Y ella se llevará siempre la imagen de Jesús en su alma.
Aparecen –en la otra parte- las mujeres llorosas, que no aportan nada sino sus gemidos plañideros. Y Jesús les dice que no lloren por Él. Más deben llorar por esos hijos suyos que gritaron desaforadamente en la plaza del Pretorio…, y los que siguen escupiendo al rostro de Jesús con su descreimiento y falta de respeto al que todo lo hizo bien… Y que siguen abusando de pobres Cristos, sin defensa, en el caminar diario de la vida.
Cireneos o Verónicas son personajes que provocan devoción, estima, reconocimiento. Hacen algo útil y beneficioso. De una u otra forma. Pero los lamentos, las quejas, y quedarse en decir lo mal que está la vida, la verdad es que no consuelan en nada a Cristo…, ni Aquel…, ni a los que hoy recorren su vía crucis hacia su calvario particular.
EL CORAZÓN DE DIOS
El mismo Dios que ayer expresaba su dolor por un mundo que no escucha su voz. El mismo que se queja de lo inútil que es hablar y darse a quien no quiere escuchar. El mismo Jesús que tildaba a los fariseos de la mala fe en querer ver demonio en el propio dedo de Dios que liberaba del demonio esclavizante… Ese mismo Dios es el que hoy se declara Dios fiel, Dios que no falla, Dios que permanece aunque los demás se ausenten, aunque se pongan en los ojos la venda de su propio egoísmo. Dios no se muda, y sigue siendo el Dios de las promesas de salvación, de purificación, de quitar escorias y dejar limpio el oro de su Corazón , y la esperanza siempre mantenida en que el humano sea más humano, y por tanto sea capaz de ser divino.
Por eso quedará patente que toda la Ley y los Profetas se encierra en un amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser… y a la vez amando al prójimo como a uno mismo. Porque en cuanto yo me quiero a mí tanto que siempre encuentro salida, y al prójimo no le concedo cuartelillo, estoy fallando al mismo principio esencial de la RE-LIGIÓN, que tiene en medio a Dios, y ama de todo corazón a Dios…, en las mismas criaturas de alrededor.

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