martes, 27 de marzo de 2012

Dolor y esperanza

EL PÉSAME A LA VIRGEN

El Sábado Santo es un día de luto en la Iglesia. En todo el día no hay culto. Incluso los templos permanecen cerrados. La muerte de Jesús se ha vivido intensamente el Viernes Santo. Después podríamos decir que estamos retirados en el Cenáculo, en el silencio doloroso de la muerte del ser querido. No hay velatorio porque no hubo tiempo para poder velar en cadáver de Jesús. Y como el sábado era día grande de los judíos y ellos estaban de fiesta mayor y en reposo sabático absoluto, no cabía otra cosa a los amigos de Jesús que permanecer en esa espera. La vida litúrgica también queda así paralizada desde la tarde del Viernes, y durante todo el sábado.

He tenido la bonita experiencia en un pueblo de que sus fieles se congregaban el sábado en la Iglesia para dar el pésame a la Virgen. Algo así podría haber sucedido en el Cenáculo, una vez pasada la noche aquella, tan dura, tras la sepultura de Jesús. Por la mañana es María quien sale a la Sala donde están todos. Y respetuosamente se acercan a Ella aquellos amigos de Jesús, para darle el pésame, unirse a su dolor, apoyarla. También ellos son directamente afectados y, si cabe, se podría decir que están mucho más afectados. No porque puedan sentir un dolor más fuerte ue el de la Madre, sino porque les falta a ellos la longitud de mirada que le da a María su fe, su meter todo en su corazón, su abandono absoluto en el misterio de Dios… Es que ellos ahora mismo no ven más allá. Ellos viven una experiencia de vacío y de fracaso absoluto. Han seguido a un líder que creyeron invencible, y ahora están completamente en el aire. O, menos dicho, por los suelos. No saben ahora qué serán sus vidas, ni para qué vivieron aquellos años en el seguimiento del Maestro, que en definitiva ha sido ajusticiado por las fuerzas religiosas y por las civiles. Los de Emaús son los que expresan al vivo el sentimiento que les embarga: Nosotros esperábamos… ¡Ya no esperan! Se les ha hundido la vida. Por eso digo que dan el pésame a María, pero ellos se consideran muy desgraciados.

A la hora de la verdad, María, la Madre doliente, es la que está más entera. Y brillándole la luz de la esperanza. Porque Ella, en el arca sin fondo de su corazón, conserva la palabra de Jesús, muchas veces repetida: Pero al tercer día resucitará. Esa fuerza no la tienen ellos. Y tiene que ser María, precisamente la Madre, la que empiece a dejar en ellos ese hilito de luz. Lo que sea exactamente esa palabra, tampoco Ella puede traducirlo cronológicamente. Pero que la muerte de Jesús no es un fracaso, ni la vida se ha cerrado, eso sí lo tiene muy seguro. Y si el discípulo la tomó consigo, Ella también tomaba a su cargo a tantos discípulos que Jesús, su Hijo, le había encomendado… Y Ella siembra luz, esperanza. En medio de su dolor, que evidentemente tiene que tenerlo por todo lo vivido, Ella no está hundida. El Sábado Santo puede estar muy vacío durante todo el día; el templo permanecerá a oscuras. Y sin embargo hay un ansia contenida. Es un grito callado pero expectante de la Iglesia Madre. También ha estado de luto pero conserva la esperanza explosiva de la Vigilia Pascual. Y cerca de la media noche en que se empiece todo el simbolismo riquísimo de la LUZ DE CRISTO, que empieza con el Cirio Pascual apagado (=Cristo muerto), y que va a encenderse como fogata en medio de la noche, luz para el viajero que aun camina sin rumbo, entristecido y deprimido de la vida, calor para el aterido del frío de la muerte, llamándolo al entusiasmo de un Cirio que se enciende (=Cristo resucitado), y que va contagiando luz a cada creyente y que –como los de Emaús –que ya huían- les hace arder los corazones al par que su vela encendida, que le dice claramente que la muerte no tiene domino sobre Jesús.

Esa fue en realidad la labor de María aquel sábado. Acogía el pésame para Ella, pero abría resquicios para los pobres discípulos y amigos, allí todos encerrados, por el mismo miedo a que su amistad y seguimiento de Jesús, se pudiera traducir en la propia ruina personal de cada uno. La obra de María es dejarles esa rendija a la espera…, a la esperanza…, a que tengan todavía la capacidad de aceptar y sobrellevar esa terrible duda que les embarga… Porque aún el alma está desolada, pero Dios sigue mirando desde el Cielo, y no dejará caer sin su permiso un solo cabello de sus cabezas.

SEMANA DE PASIÓN. MARTES

Casi entroncando con todo lo anterior, encontramos a aquel pueblo hebreo amargado en el desierto y protestando contra Dios. ¿Por qué nos has traído hasta aquí –dicen a Moisés- y estamos extenuados, y hasta ya nos cansa el maná… Por si faltaba poco, han atravesado una zona de culebras y hasta murieron muchos. La mentalidad popular que no se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena, ahora piensa que Dios se ha vengado de ellos, y ahora vienen a Moisés a suplicarle su oración… Antes, protestarle. Cuando ven el peligro, suplican. Antes, llevado sus protestas contra Dios mismo. Ahora, en el dolor, pidiendo a Moisés su intercesión. Y Moisés ora, y Dios les da un remedio inmensamente simbólico: el signo de la muerte puesto en alto, para que mirando hacia él, queden sanados.

Jesús se atribuye y aplica a sí mismo esa imagen: Cuando Yo sea puesto en alto, atraeré a todos hacia mí. Entonces no podréis venir adonde Yo… Pero me pongáis en alto como aquella serpiente de bronce de Moisés, aparecerá claro QUIÉN SOY YO…, que el Padre está conmigo y no me deja solo, sino que Yo hago siempre lo que le agrada.

Conclusión esencial. En la extenuación misma de la muerte, no estoy Yo solo; el que me envió está siempre conmigo. No me escandaliza mi aparente fracaso. Mi fe me da la seguridad de saber que no he fracasado. Y el dolor de la humanidad no será quien domine. PORQUE YO VENZO AL MUNDO.

2 comentarios:

  1. Habría hoy que insistir en la idea de que sólo "puesto en alto" es como Jesús manifiesta que YO SOY. Y que "Yo soy" es precisamente el nombre mismo de Yawhé, el Dios de Israel. Mientras no nos dejamos "poner en alto" (que es precisamente el anonadamiento de la cruz, hasta dejarnos morir, no llegaremos a dar esa estatura de hombres/mujeres de Dios. Y entonces es cuando muchos CREERÁN, como dice el Evangelio de hoy. Lo que no puede creer nadie es en la religión de "estar en alto" de privilegios, de mando, de aquellos fariseos, o de cualquiera que estamos llevando una religión fácil y sin compromisos vitales.
    Jesús ha vencido al mundo, y en Él, PUESTO EN ALTO en el SACRIFICIO y la HUMILLACIÓN, será como nosotros seamos testigos creíbles de nuestra Religión.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo4:06 p. m.

    Cada uno se hace una idea de María durante las horas de su soledad.

    El dolor por descontado, pero más que en el desgarro quiero pensar en el cansancio como un factor relevante de sus sensaciones y sus sentimientos tras sepultar a Jesús.

    No sólo el cansancio de la tragedia: ella debía tener entre 45 y 50 años cuando estuvo al pie de la cruz. Son muchos años para una mujer en las difíciles Galilea y Judea del aquel tiempo. Años probablemente no tan míseros como se nos dice corrientemente, pero sí ajustados y de trabajo continuado, físico y mental. Años de administrar su casa y su sustento, años sin el apoyo de José, días y días de seguir a Jesús sin ni siquiera verlo.

    Un largo camino recorrido desde la anunciación hasta la cruz. Es lástima que haya tan pocas palabras de María en los Evangelios, y que en los Apócrifos nos la describan como poco más que una leyenda. Pero no creo imaginar mucho si pienso que su cansancio acumulado de mujer mayor, desgastada por la vida, al aceptar la muerte de su hijo le hizo sentir y decirse a sí misma: "Sí, todo está consumado!"

    Y probablemente se calmó y descansó viendo que había culminado el tiempo de la fe, y que se abría delante de ella un tiempo nuevo, un tiempo donde desplegar sin ataduras su esperanza y su amor.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!