viernes, 16 de marzo de 2012

VÍA CRUCIS HASTA EL GÓLGOTA

IGLESIA VACÍA EL RESTO DEL AÑO
VÍA CRUCIS HASTA EL GÓLGOTA
Aquel camino, vía dolorosa, es muy difícil imaginarlo. Alguien ha dicho que el primitivo Vía Crucis que se siguió en la Iglesia se componía de catorce caídas. Y es que nada puede extrañarnos que a Jesús se le cruzaban los pies en esa absoluta debilidad y tremendo dolor que se le reproducía a cada paso. Su túnica rozando sobre sus espaldas deshilachadas, las espinas repercutiendo en cada pisada, la muchedumbre situada a derecha e izquierda del camino con sus gritos y exclamaciones que se clavaban como espadas en el cerebro… Y trato de caminar junto a Jesús y observar ”desde dentro de aquella primera procesión de semana santa”. Muchos “espectadores”. ¡Demasiados! Mucha gente para aquel “espectáculo”. Unos con un respetuoso silencio, casi extrañados de lo que ocurre “en el leño verde”. Otros, aquellos mismos que vociferaron “Crucifícale”, que ahora contemplan su victoria sobre aquel hombre que, en realidad, para nada era “su enemigo”, sino que les habían envenenado la sangre… Los que tirarían polvo contra Jesús, como aquellos que lo hicieron despreciativa y acusatoriamente contra David… Los que se apuntan a lo oportunista y ahora van diciendo…: “Ya lo decía yo; era muy raro ese Jesús”… ¡Vaya Vd a saber…! Porque si me quedo observando rostros de los turistas de nuestra Semana Santa, a algún que otro de los que llevan a Cristo “a costal” bajo un “paso”, o a hombros bajo un “trono”, o simplemente forman filas llamativas y largas, ¿qué me explicarían de la verdad de Cristo? Algunos de ellos ¿saben el misterio que están teniendo entre manos? Y miro tantas “funciones religiosas” con 30 a 40…, cuando luego hay hileras de 1,000 hermanos…, ¡o más!, y las Iglesias vacías el resto del año… Y de verdad me pregunto si en aquella vía dolorosa de Jesús habían olido muchas personas lo que estaba sucediendo…, o eran simples espectadores de un macabro espectáculo.

Yo sé que en aquellas filas, ni cercana siquiera a ellas, estaban María, la Madre de Jesús, María Magdalena, y más de un discípulo “oculto”, que hasta acompañaba en silencio a la Madre Dolorosa. Pero ninguno estaba contemplando desde fuera, como ajeno… Ese pequeño grupo viví el dolor dentro de ellos mismos, en el inmenso silencio de quien ve sin poder hacer nada, pero está allí. No era fácil que Jesús, en las condiciones que iba, pudiera descubrir algo en aquel su dolorido caminar. María, su Madre, contenía la respiración; las lágrimas le caían serenamente por sus mejillas, pero ni hablaba. Que quizás, si hablara, no sería para “compadecerse” sino
LAS CALLES DE MÁLAGA SE LLENAN DE GENTE EN SEMANA SANTA.

Estimulando a su Hijo a seguir hasta concluir la obra comenzada. María estaba hecha de esa “materia” que se aprieta sobre sí misma a través de la argamasa del fiat, pronunciado en vos alta una vez, pero siempre mantenido y heroicamente conservado. La “materia” de aquel Hijo que desde el principio pronuncio en secreto su “aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad; me has dado un cuerpo y te digo: aquí estoy”. María estaba destrozada, pero no hundida. Era la Madre que podría preguntar a gritos si hay alguien que sufra un dolor como su dolor. Pero no pregunta, no se hace víctima, no acusa. Es la MUJER que llevó Dios adelante desde la promesa del Génesis, que ahora está a punto de ver caído al Hijo bajo aquella mordedura de la serpiente… Pero sabiendo que no vencerá el mal, porque se sobrepondrá la salvación de Dios, la Sangre de su Hijo, que no está cayendo en balde.

El camino hasta el Calvario no era largo. No lo era para la persona que estaba con sus fuerzas normales. Para Jesús, interminable. Desearía ya haber llegado, aunque allí sufrirá inenarrable tormento. Pero ahora mismo es el que se vive “a fuego lento”, azuzado por los soldados que quieren hacerle llegar antes y, que en realidad, no consiguen sino volverle hacer caer. De otra parte, los dos acompañantes, los dos malhechores que cargan contra Jesús su ira, porque la causa de aquella tan súbita sentencia para ir a la muerte, se había producido porque había que crear “un ambiente” de “justicia”, de “purificación” de todo malhechor. Jesús escuchaba. Pero su mirada fue siempre comprensiva y compasiva. Y eso fue silenciando las protestas de uno de los “ladrones”, que pudo intuir que allí, en aquel compañero de suplicio, había indiscutiblemente algo distinto. Lo observó ya más de cerca. No secundó ya los gritos desesperados y blasfemos del otro que llevaba a su lado. Jesús, con su silencio, su mirada, su sufrimiento sin protestas, le fue enseñando a Dimas (así lo llama la tradición). Los que ahora se escuchaban eran los de la muchedumbre del camino, cada vez más exaltada, como quien pide sangre y se alimenta del dolor ajeno. ¡Qué pena da, Señor, mirar a un mundo que sigue por ese mismo derrotero, queriendo quitar a Cristo de en medio, y en realidad ni sabiendo por qué!

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