martes, 6 de marzo de 2012

Sigue la farsa

JUICIO RELIGIOSO

No llegaría a tres horas el tiempo que transcurrió desde que Jesús fue metido en la celda-prisión y que quedara constituido el tribunal religioso que iba a juzgarlo, constituido por Caifás, Sumo Sacerdote y el Sanedrín, compuesto por 72 doctores de la Ley y los ancianos. Diríamos mejor, que iba a montar la farsa de un juicio, para el que llamaban a testigos falsos, y en el que la sentencia estaba dada de antemano. Testigos tan falsos que, de pronto –a aquellas horas de comienzo de la mañana- no podían ser sino de los mismos criados que lo habían burlado y maltratado horas antes.

Dice San Mateo que Caifás y todo el Sanedrín buscaban un testigo falso contra Jesús, para matarlo. En menos palabras no se puede dejar más clara la realidad. Se presentaron dos, que en realidad ni sabían lo que habían oído, porque tergiversaron las palabras que un día dijo Jesús. Ellos atestiguan que “Éste ha dicho: Puedo destruir el Templo de Dios y reedificarlo en tres días”. Era falsa la “cita”. Y como tal, ni coincidió con el otro. Y como allí no había materia ni personas que pudieran decir nada medianamente cultas, aquello cayó por su peso.

El tiempo urgía porque a las 6 de la tarde ya tenía que estar todo en solemne parada del día de la gran fiesta judía. Y Caifás se va por la vía rápida. Primero le busca la boca a Jesús azuzándole a ver si no se defiende de las acusaciones que le han hecho. Pero Jesús no respondió palabra. Más se exasperó Caifás. Y con clara decisión de provocar, buscando el modo de que Jesús no tuviera más remedio que hablar -¡y de seguro que de ahí sacaba materia para acusarlo!- se dirige a Jesús “en el nombre de Dios y bajo juramento” “que nos digas si Tú eres el Hijo de Dios”. ¡Bien sabía Caifás que Jesús era tan veraz y tan profundamente religioso- que así no tenía escapatoria. Y en efecto logró su intento. Jesús respondió: Así es, tal como tú dices. Y avanzando más la afirmación, le pone ante una situación que -si Caifás fuera debidamente religioso- tendría que provocarle un temor: Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder de Dios. Ya estaba dicho todo.

Tan TODO, que Caifás representa la comedia de su “enorme escándalo” ante la terrible blasfemia de Jesús. Y pasando de juez a acusador, se abre la túnica como quien siente arderle el pecho por la barbaridad escuchada, y se vuelve al Senado y les dice: ¿Qué necesidad tenemos de testigos? Le habéis escuchado a Él mismo: HA BLASFEMADO. ¿Qué os parece? Era evidente la respuesta a la trama tan bien urdida por el Pontífice. Casi todos respondieron: ES REO DE MUERTE.

Sobre Jesús han caído en un instante dos losas muy duras: una, acusado Él de blasfemo, cuando su vida fue siempre y toda de amor y adoración a Dios. Y oficialmente condenado a muerte por un tribunal religioso…, por los jefes religiosos de su propio pueblo. Quien no sepa ver estos momentos más que como narraciones ya tan conocidas que simplemente quedan en emotivas para la sensiblería, no puede alcanzar a comprender lo que sintió Jesús en lo profundo de su alma.

He tenido la ocasión de ver a un hombre honrado, al que, al cabo de 30 años, le detienen por un pequeño robo que hizo en su juventud. Y aquel hombre sufría sólo de pensar que iban a esposarlo por algo ya tan sin sentido y cuando era una persona de vida proba.

¿Qué puede sentir Jesús ante esta acusación y sentencia tan radical y extrema, a la vez que tan sin razón?

Pienso ahora en Judas. Yo estoy seguro que Judas nunca pensó en esto. Judas quiso apartar a Jesús de la vida pública porque Judas era belicoso y se había enrolado –sin saberlo- en la causa de un Mesías pacífico. Había que quitar de en ese protagonismo a Jesús para que se diera paso al mesías guerrero que levantara al pueblo contra la dominación romana. Y por eso lo vendió a los que pensaban como él. Pero lo que nunca pensó fue en este desenlace de una pena de muerte. De ahí su intento primero de deshacer el trato porque he pecado entregando sangre inocente, y ante el desprecio de los sacerdotes (que al fin y al cabo habían conseguido lo que deseaban y lo demás poco les importaba), Judas cae en la desesperación de una conciencia culpable y zafia, que ha sido capaz de tamaña barbaridad. Y como en realidad no era hombre limpio e corazón, ni se perdona a sí mismo, ni le cabe en su cabeza que pueda ser perdonado. Y en la desesperación –peor pecado que la traición- arroja las monedas en el templo, como si le quemaran en las manos, y va y se ahorca.

¡Tremenda pasión para Jesús, si llegó a enterarse! Porque su Corazón estaba abierto siempre al perdón, y lo mismo que lo había repartido por doquier en su vida, ahora lo hubiera hecho, sin el menor resabio, con aquel “su amigo” Judas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!