domingo, 25 de marzo de 2012

De nuestra oración (2ª parte)

Salmo 51(50),3-4.12-13.14-15. 
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, 
por tu gran compasión, borra mis faltas! 
¡Lávame totalmente de mi culpa 
y purifícame de mi pecado! 
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, 
y renueva la firmeza de mi espíritu. 


No me arrojes lejos de tu presencia 
ni retires de mí tu santo espíritu. 
Devuélveme la alegría de tu salvación, 
que tu espíritu generoso me sostenga: 
yo enseñaré tu camino a los impíos 
y los pecadores volverán a ti. 

Por medio de este Salmo pido a Dios algo muy necesario. "Un corazón puro". Porque si enlazo con la primera lectura de Jeremías, que he comentado antes, para ver a Jesús es necesario también "Un corazón puro". El corazón puro comienza a formarse cuando la persona se reconoce a si misma como pecadora, y humildemente pide el salmista a Dios, piedad y lavamiento de todas las faltas y culpabilidades en nuestras acciones. Necesitamos eso para renovar nuestro espíritu. Porque la sensación del creyente que no se reconoce pecador es la de aquel al que Dios se le aleja. Se pierde la alegría y ya no se puede enseñar a nadie el camino.

Carta a los Hebreos 5,7-9. 
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. 
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. 
De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 


En la carta a los Hebreos veo algo que no había percibido antes. Jesús grita y llora, suplica y hace plegarias a Dios. Pero me ha llamado la atención la expresión "con fuertes gritos". Entiendo yo, que es esa sensación del que está en una angustia muy fuerte, y tiene la sensación de como si fuera a explotar sin llegar a la desesperación pero casi. Me imagino a Jesús en posición orante en un lugar apartado mirando al cielo, gritando de dolor, porque allí sólo le escucha su Padre. Con lágrimas en los ojos, como le ocurrió en Getsemaní. No pide que se le evite la cruz, sino que le pide al que "puede salvarle de la muerte", y entiendo que lo que pide es que se aparte de el ese cáliz. No el cumplir su misión, sino que pueda soportarla o que se atempere la angustia del sufrimiento. Podría haberlo concedido el Padre, porque era el Hijo de Dios, pero el accedió voluntariamente a APRENDER por medio de su propio sufrimiento, la importancia de la OBEDIENCIA en la vida cristiana, y como precisamente ese es uno de los puntos en los que caemos más los cristianos de hoy o de siempre. No escuchar al otro. Minusvalorar al otro. Juzgar al otro, y cosas similares a estas.

Por medio de la OBEDIENCIA se llega a la perfección. Jesús la alcanzó. Y por su sacrificio en la cruz, se nos ofrece por parte de Dios como SALVADOR a todo aquel que le OBEDECE.

Evangelio según San Juan 12,20-33. 
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos 
que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". 
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. 


En el Evangelio he visto algo nuevo. Unos paganos que no conocen a Jesús quieren "ver a Jesús", y se dirigen a uno de sus discípulos. En tiempo de Jeremías, eso no podría haberse planteado. Pero ahora si pueden decir los hombres: "Queremos ver a Jesús".

¿Cómo lo soluciona Felipe?

Felipe se lo dice a Andres, y ambos se lo dicen a Jesús. Yo aquí me imagino la COMUNIÓN DE LOS SANTOS, porque si hoy queremos ver a Jesús, podemos acudir a la oración y pedir verle. Y podemos pedir la intercesión de otro, aquí en la tierra, o en el cielo. Y entonces ellos se lo dicen a Jesús, y el escucha la petición y se muestra a quien lo pide.

Veo algunas cosas más, pero eso de momento lo guardo por que no quiero cansarles, y yo mismo estoy algo cansado, que llevo un buen rato escribiendo y tengo que hacer otras cosas.

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