domingo, 4 de marzo de 2012

Preso ante juez improvisado

ANTE ANÁS

Es el símbolo de la venganza, contra la justicia, de la falsía contra la verdad. De la malicia frente a la razón. Lo primero de todo es que Anás no era nadie en aquel momento. Un anciano que –sin corresponderle- permanece a altas horas de la madrugada esperando la llegada del preso. ¿Por propia cuenta? ¿por encargo del yerno, Caifás, el Sumo Sacerdote en aquel momento? ¿Por qué a Anás? ¿Estaba ya “cocida la injusticia, de antemano? Quedó muy claro que sí.

Cuando llevan a Jesús atado ante el improvisado juez (que está violando la ley que impide un juicio nocturno), Anás está frotándose las manos, porque ahora es “su hora” para dar el golpe último, que es el que gana… Jesús había silenciado a Anás muchas veces, cuando era Sumo Sacerdote y pretendía defender sus intereses –en aparente defensa de la gloria de Dios y de la Ley- frente a la enseñanza y la obra de Jesús. Pero ahora es su momento. Tiene al preso delante y atado. Y con ese regocijo del malvado, del vengativo, del que da el último y así da dos veces, interroga a Jesús, mientras el criado vigila al preso, unos pasos detrás, a su derecha.

Anás pregunta con su mala fe (sabía bien la respuesta): ¿Qué dices de tus discípulos y de tu doctrina? Hablar de discípulos era humillar a Jesús, cuando está allí por la traición de uno…, y los demás estás huidos. Y como Jesús no acusa a nadie, y –por otra parte- bien que le duele a Él no poder hablar bien de ellos, sencillamente no responde a esa pregunta. La otra era un imposible de contestar, porque sería resumir el Evangelio en una respuesta simple. Y aún más absurdo responder cuando Anás la sabe muy bien y la h atacado, y diga Jesús lo que diga, Anás no aceptará ni escuchará, ni a Él lo creerá. Es mucho más lógico remitirse a miles de personas que le escucharon. Yo hablé todo en público. Pregunta a quienes han escuchado.

Esta respuesta mostraba el ridículo que estaba haciendo Anás. El criado, uno de esos que se ganan los puestos tirando de la levita, sale en auxilio de su jefe en ridículo, asestando en la mejilla y por la espalda, el golpe contra Jesús. Se tamalea Jesús, por lo inesperado, lo traicionero y la fuerza de aquella mano vuelta para golpear con más fuerza. Y Jesús recompone su figura con plena dignidad y se queda mirando fijamente a Anás. Es a Anás a quien corresponde corregir el desmán del criado que se tomó la justicia por su mano, y faltó gravemente al respeto debido a su jefe y al preso. Anás sabe muy bien que debe hacerlo. Pero en definitiva el criado ha hecho lo que él hubiera hecho tantas veces. Y disimuló, miró hacia otro lado porque no podía sostener aquellos ojos de Jesús fijos en él. Y tuvo que ser Jesús quien saliera a inquirir el porqué en aras de la verdad: Si he hablado mal, muestra en qué, le dice al criado. Y si no he hablado mal, ¿por qué me hieres? Es evidente que no hubo respuesta. Porque no la había. Anás escurrió el bulto escapándose hacia adentro…

Sigue ahí la pregunta abierta. Porque ante tantas bofetadas que se siguen dando a Jesús, en una forma u otra, en un plano o en otro, en particulares y en público, oficialmente o en el mundo privado, tú y yo, el viejo y el joven, el Anás de cada momento y el chupatintas oportunista, la pregunta está en vigor…, clama desde el silencio, ya que faltan los valientes que la pongan en los medios de comunicación y sociales. La pregunta: ¿por qué me hieres? Es un reto a la sinceridad. Porque se tiran muchas piedras y se esconde la mano. Porque se lanzan muchas palabras, pero nadie ha dicho nada. Porque yo hago lo que hago…, y siempre me busco una justificación para la bofetada… La respuesta, en la parte que me toca, A MÍ ME TOCA. Es mi parte en la Pasión de Cristo. ¡Ah! También el silencio de quien me abofeteó y vuelve la cara para otro sitio…


LITURGIA DEL DÍA, EN ENTRADA SIGUIENTE

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