domingo, 25 de marzo de 2012

TRAS LA MUERTE

DOMINGO 5º DE CUARESMA

Viene marcado por la promesa firme de Dios de infundir en los corazones un espíritu nuevo, una ley interna metida en los corazones, donde ya no marcará ritmo el mandamiento escrito en tablas de piedra sino ese Espíritu de Dios que adoctrina desde dentro y da profundidad a la vida del creyente en Dios: del que reconoce a Dios como su Dios. Y con ese Espíritu, todos conocerán a su Dios, desde el pequeño hasta el grande, que verán perdonados sus delitos y abierta una puerta grande de gozo y salvación. ¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro, es el clamor que expresamos con el Salmo.

También Jesús clamó a gritos y con lágrimas, y presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte. Que se expresa en elm Evangelio con ese doble sentir de Jesús cuando dice que mi alma está agitada, y tiene a pedir: ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero sobre la marcha reacciona y acepta porque para esta hora he venido. Entonces te pido la glorificación que lleva dos etapas; una dolorosa, pero que devolverá la Gloria a Dios. La del grano de trigo que cae en tierra y tiene que morir. Pero no es para quedarse allí podrido, sino porque así es como da mucho fruto. Jesús sabe que ha venid para ello, y que el fruto se dará tras la muerte que ha de venir. Y la voz del Padre se deja oír: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo. Una gloria que es la obediencia fiel que culminará en la muerte, y otra Gloria sin ocaso que será luz y triunfo en la Resurrección. Dos pasos en la vida, en la que Jesús va a ir delante. Y nosotros quedamos asegurados de que nuestro grano de trigo, que necesariamente tiene que morir –tiene que irse dejando morir (que eso nos lo tare la Cuaresma y nuestro particular viernes santo)- dará fruto de gozo, triunfo y esperanza.

TRAS LA MUERTE

María sigue aferrada a los pies de su Hijo. Hace lo que no podía haber hecho antes. Ni le hubiera dejado, ni Ella hubiera cargado un mínimo más de dolor sobre aquellas piernas hinchadas. Pero la muerte hace saltar cerrojos. Ya han saltado muchos: el centurión que reconoce la divinidad de Jesús; la naturaleza que vive su luto particular ante su Creador muerto; las gentes despavoridas y dándose golpes de pecho, el velo que ocultaba la verdad de Dios, rasgado y abriendo así el misterio sublime de Dios, en la persona del Redentor. Los malhechores, en silencio temeroso.

Los jefes judíos siguen en su legalismo inútil y lo único que les preocupa es que, ante la fecha solemne de “su pascua” [ya ha quedado huera de contenido, porque ya no es la Pascua de Dios], no queden los cuerpos en la cruz. Un piquete sube, enviado por Pilato, y al llegar al Calvario examinan a los cuerpos de los crucificados. Jesús ha muerto ya. Pero los malhechores, mucho más enteros, viven todavía. Y la brutalidad se traduce en varios mazazos en sus piernas para quebrárselas, y que al no poder apoyarse para tomar aire, mueran en pocos momentos asfixiados. Un espectáculo horrendo a los ojos de aquel grupo que acompañaba a Jesús, y si algún familiar acompañaba a sus otros deudos, y que maldijeron a los hombres que hacían aquella brutalidad.

Jesús estaba muerto. Bien hacían con retirarse y respetar el dolor de aquella familia. Pero en esos actos inútiles, salvajes, de gentes sin corazón y acostumbrados a la barbarie de la muerte, el jefe de a patrulla, de a caballo, enristra su lanza bajo su brazo y da una lanzada en el costado izquierdo de Jesús. Lanzada tan fuerte que atraviesa todo el pecho y deja abierto el propio Corazón del cadáver, así profanado sin el menor respeto. Un ¡ay! sonoro se escapa de aquellas almas… La lanza ha penetrado más en el Corazón de María que el daño que hubieran querido infligir al cadáver de Jesús. A María también le ha abierto el Corazón. Su llanto callado es copioso.

Del aquel Costado abierto brota un río caudaloso –místicamente caudalosos- de agua sanguinolenta. La lanza ha entrado en el mismo Corazón de Jesús, y ese Corazón ha devuelto su última gota de sangre, su último acto de amor, entremezclado con el suero pericadial que protege al corazón. Una fuente que allí parece más pequeña, pero que encierra toda la vida de una Iglesia que nacerá del costado abierto, como Eva del costado de Adán. El AGUA, que limpia y purifica y baña las almas con el Bautismo; la Sangre que alimenta y sacia, a la vez que deja la necesidad de volver a beber de ella una y otra vez: mi Sangre de la Nueva Alianza. Ya sin velos que cubren. Ya a las claras; a la vista de todos; invitando a a entrar dentro. Porque la lanza sacrílega no sabía que abría un camino derecho hasta el propio Corazón de Jesucristo, el Corazón de la Vida, el Corazón de la Iglesia a punto de nacer. La fuente donde las almas hemos de saciarnos, el manantial que ya nunca se agota. El Santuario de todo el que quiera adentrarse en los secretos infinitos del Amor de Dios.

María s apresuró, en movimiento instintivo a recoger aquella fuente en un paño, pero tuvo que desistir de alcanzarlo, porque el mundo entero tendría que ser regada por ese torrente sin final: ese que ya no se puede vadera, y que a su paso fecunda y crea arboledas frutales y vida que explosiona, y que nadie podrá agotar.

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