sábado, 31 de diciembre de 2011

ES LA ÚLTIMA HORA

ES LA ÚLTIMA HORA
31 diciembre

Siempre me ha sido sugerente de este último día del año civil, esta expresión con que comienza la lectura de San Juan: Hijos míos: es la última hora… Aparte de la idea dominante entonces de que llegaban los tiempos finales, ha sido una coincidencia providencial que este texto venga tal día como hoy, porque es como un toque de alarma/atención para un año que acaba, San Juan vio que el tiempo llegaba a su final porque habían aparecido ya loa anticristos, y eso era más que claro que estaba la señal del final de los tiempos. Él basaba su gozo en que no eran salidos de nosotros Hoy no sé si podría decirlo exactamente igual. Porque bien sabe Juan que Jesús vino a los suyos pero los suyos no le aceptaron. Ha venido a plantar entre nosotros su tienda de campaña pero que se queda con las ganas de que nosotros “formemos campamento” hechos una piña con Él. Que hasta nacidos –en vocación y realidad no de carne y sangre sino hechos hijos de Dios, la realidad no queda tan evidente cuando toca dar las señales propias de los hijos, si bien vosotros estáis ungidos por el Santo. Por eso os insisto que no os dejéis precisamente porque no podéis desconocer la verdad,
Pienso que hay llamada más profunda que la que parece a primera vista y que la Palabra hecha carne está llena de Gracia y de Verdad.


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La impaciencia de Herodes era muy grande. Y llegó al paroxismo cuando llegó a darse cuenta de que aquellos visitantes se habían esfumado de su influencia…, de que sus diabólicos disimulados planes se le habían ido entre los dedos, y que no podía saber dónde estaba su evidente deseada víctima, el recién nacido rey de los judíos. Y lo que él no de dejaba vencer era por algo así.
En Belém dormía apaciblemente la Sagrada Familia, tras aquellas emociones y maravillas que acababan de contemplar. Pero surgió el sueño que ponía a Dios en comunicación con José. El sueño avisa perentoriamente a José que coja al Niño y a su Madre y huya Egipto, porque Herodes busca al Niño para matarlo. El sobresalto de José fue indescriptible. Se sentó en su camastro, se frotó los ojos… ¿Había simplemente soñado, o era un sueño en el se comunicaba Dios? No había soñado. Eso lo sabía él claramente. No cabía espera. Cierto que si Dios avisaba era una garantía de poder remediarlo, pero igualmente cierto que le quedaba a él el peso de la solución. Se fue a llamar a María, la despertó y le dijo: “Recoge lo indispensable; tenemos que huir ahora mismo, porque Herodes quiere matar al Niño. Me lo ha avisado Dios”. No era momento de buscar explicaciones. José, por un lado, se fue a buscar la caballería y le ató a las herraduras unos trapos para que ni se escucharan sus pisadas. María recogía lo necesario. Había que salir en ese momento en que el vecindario estaba en el primer sueño. Como vivían cerca de los arrabales, había que buscar el camino más corto para salir a descampado, y de ahí, de noche –como explicita San Mateo- escapar de toda posible mirada, dirigirse por el sendero más oculto hacia la frontera, poner tierra por medio sin descansos en el camino, y salir cuanto antes de los dominios de Herodes. No se dijeron palabras. José llevaba la mula, María al Niño, y otra vez -¡pero qué distinto!- el silencio profundo lo invadió todo, aunque esta vez se caminaba hacia el alba, y poder tomar conciencia de que nadie los seguía, que estaban solos, y que con esas primeras luces, ya podían encontrar cierto alivio, y con ello el rincón de reposo (aunque sólo fuera por un rato), para respirar, reponer fuerzas, y poder contar José a María lo que Dios le había manifestado, y que él mismo llegó a dudar si era una pesadilla o una realidad. Conocer a Herodes, ya se le conocía. Qué cables se le habían cruzado esta vez al hombre enfermo aquel, no podían imaginarlo…, aunque tampoco se les despistaba que la caravana de los orientales había despertado demasiados celos, extrañeza. Una cosa había quedado, quizás, en positivo: abandonados en la casa de Belén la mirra y el incienso, María si había metido en una bolsa el dinero-oro, porque huyendo a un país extraño, iban a necesitar por razón general, y por las necesidades que genera un niño recién nacido, un punto de arranque para sobrevivir, pagar alguna posada en aquel camino que llevaban…
Y descansaron un rato, no mucho, porque lo que había era que alejarse y “desaparecer” de toda posible influencia de un loco sanguinario.

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