miércoles, 21 de diciembre de 2011

ENCUENTROS DE AMOR

Os puedo asegurar que a las 9'30 ya estaba yo con esto entre manos. Quizás mi suerte es que no tengo tengo "tiempo mío".

ENCUENTROS DE AMOR
21 diciembre

Las lecturas de hoy podríamos expresarlas así. En el libro del Amor, el Cantar de los Cantares, los enamorados se buscan con fruición, constancia, ilusión, expresiones dulces y delicadas. “Ha pasado el invierno” de la frialdad humana y surge el calor de los enamorados que se contemplan y gozan. En el Evangelio, hay un doble encuentro bajo el manto del AMOR del Espíritu Santo: Isabel que se extasía con María, la que ha creído, la Madre de su Señor. Juan Bautista y Jesús desde el íntimo ercerto de los senos maternos, comunicando alegría y Gracia Jesús a Juan, saltos de gozo, como primera voz “en el desierto” preparando el camino al Mesías que llega.



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La noche se serenó suficientemente y descansaron María y José, cada uno desde su particular vigilancia, María muy cerca del niño; José en la embocadura.
José se desveló antes, no sé si por el frío o porque bien cayó en la cuenta de que había temas que resolver de inmediato, en cuanto amaneciera. Porque allí no e iban a quedar. Hoy comerían con los pequeños obsequios de los pastores. Pero eso no era solucionar apenas nada. Sobre todo: de allí, del lugar improvisado por la urgencia del momento, había que partir ese mismo día. Había que buscar un alojamiento en la ciudad. Un mínimo techo bajo el que estar, en tanto se pensaba lo que habría que hacer.
Cuando María se había despertado y se puso en pie, desentumeciendo los músculos, José le expresó su pensamiento. Coincidían plenamente; era lo más lógico. Pero lo que José llevaba sobre sí era dejarla sola en aquel descampado. ¡Y no había más remedio! María lo veía claro. Ella sabía que quedaba bajo la protección de Dios. Y tranquilizó a José y le dijo que se fuera sin recelo. Que preparara la mula y que emprendiera ese trayecto de 2 kilómetros.
José, entre afligido y alegre, salió cara al aire frío de la mañana, pero con la mirada puesta en el Cielo y el corazón en Dios. Siempre estuvo Dios con ellos. Él iba confiado en sus manos
Claro que el esclavito está para algo y –aunque a la distancia sublime de la mística-, yo estoy allí para algo. María no va a quedar sola. Yo me quedo y, aunque siempre guardando mi sitio y sin entremezclarme, le puedo decir a María que cuente conmigo.

María salió un poco a estimular sus músculos. El Niño dormía plácidamente. Yo me quedé cerquita, muy cerquita, porque tenía el presentimiento que ese Niño expresaba vida –pero vida de dentro- en cada respiración. Me fui acercando. Es evidente que el Niño no hablaba. Pero no me quedaba sordo a esa voz profunda que habla más que el silencio.
San Pablo lo sabía. La liturgia lo explicitó atrevidamente. San Jerónimo lo dijo con una palabra que a mí siempre me deja recogido en el alma. Es un silencio elocuente. Y San Pablo dirá que “ha aparecido la Gracia de Dios enseñándonos con elocuencia” Y a mí no se me pasa por alto. Mientras maría está rondando por allí, sin perder de vista a Niño, yo estoy como queriendo escuchar… No me quito de mi pensamiento que hay más elocuencia en ese silencio del niño-rey recién nacido…, de la PALABRA hecha carne y viviendo ya entre nosotros, y que escuchar esa Palabra HACE HIJOS DE DIOS. Por eso no pierdo puntada. ¿Habrá allí alguna cosa que me esté queriendo decir algo?
María entró. Yo me separé de mi proximidad. Sentí como que había una complicidad entre Ella y yo. Ella, guardaba en su Corazón. Yo sentía un presagio de algo. Y no renuncio a volver a acercarme a solas, en cuanto pueda, porque Jesús está callado, como niño que es, pero ese Jesús HABLA donde otras voces no se oyen. Sí la suya.

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