miércoles, 7 de diciembre de 2011

YO SIGO

YO SIGO
Miércoles 2º adviento
Me atrevería a decir que es un día de desafío en las Lecturas de la Misa; permaneciendo el mismo argumento de días pasados, tiene hoy una variación que le "pone chispa" a este momento de ESPERA DEL SEÑOR. Porque cómo nos va sin Él..., cómo nos va quitándolo de en medio, prescindiendo de Él, de sus principios, de la fuerza de sus valores, ya lo tenemos visto
¿Que será la vida cuando un VERDADERO ADVENIMIENTO DE DIOS (un dejarlo entrar de verdad), sea un hecho. ¡Y lo va a ser!
- ¿Qué uno se cansa? - Yo no.
- ¿Qué los muchachos se fatigan? - Yo no
- ¿Qué los chiquillos tropiezan? - Yo no.
- ¿Qué los inválidos no pueden tirar de sí mismos? - Yo les doy alas como de águila; correrán sin cansarse; marcharán sin fatigarse.

La receta: Venid a Mí todos los que estáis cansado y agobiados. Y Yo os aliviaré Que hasta mis cargas son ligeras.

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La noche es muy larga. Myriam durmió, sufrió, esperó… Y de pronto, hasta con cierto sentimiento de sobresalto recordó. Todo lo ocurrido había sido tan inexplicable, y las consecuencias –por decirlo así- tan vertiginosas, que ahora en las horas de la noche, recordando con gusto del alma su ofrecimiento pleno, también se le vino a la mente una parte de la conversación del ángel de Dios, que casi se le había quedado perdido entre el tráfago de los sucesos: le había dado el ángel una prueba que María no había pedido ni necesitado para ofrecer su SÍ: su parienta Isabel, mujer mayor y entrada en años (como la había definido Zacarías), estaba embarazada ya de seis meses.
Eso se le había quedado en un repliegue de su mente, cuando aquella larga noche que estaba pasando casi sin pegar ojo, se le hizo recuerdo vivo…, llamada interior. Entre sus mil pensamientos de aquellas largas horas, María sintió que Ella debía ir. Es muy cierto que no podía hacerlo hasta que se resolviera el doloroso tema de José. Hubiera parecido, si no, que huía en el momento más inoportuno, como si pretendiera quitarse de en medio y no afrontar la realidad. Y la realidad era nítida para ella, pero tenía que serlo también para los que estaban “implicados” de una u otra forma en el hecho.

Por eso, cuando se abrieron las primeras claras del día y sus padres y ella se buscaron con el interés de saber cómo habían pasado la noche, María vino a contarles a sus padres tantas cosas que había vivido aquellas interminables horas. Pero es que, además se le vino a la mente un recuerdo de aquella visita de Dios. No afectaba nada a lo esencial, pero Ella pensaba que no debía quedarse parada ante el conocimiento de ese inesperado hecho. Ella era joven; Isabel, mayor. Una vez que quedara resuelto el tema de José, ella –antes que nada- debería pensar en ir a ayudarle a la parienta mayor de las montañas de Judea.
No puedo intuir si Joaquín y Ana encontraron esta novedad como una imprevista sorpresa que no les hacía gracia precisamente ahora, después de todas las tensiones pasadas. Pero mirando con sentido familiar y religioso, lo que expresaba María no podía parecerles un despropósito.

Estaba amaneciendo. José, que se iba a su trabajo de jornalero, no pudo menos que pasarse por la casa de Joaquín. Y desde luego, venía radiante. Miraba a María con unos ojos tan abiertos y alegres que en ellos le decía los mejores piropos de su vida. Con las lágrimas saltadas, José abrazó a Joaquín largamente: “¡Qué grande es Yawhé, querida familia! ¡Qué inmensa es Myriam! ¡Bendita entre las mujeres!” Es muy difícil saber más porque desconocemos las costumbres de la época. Pero que José se quedó embelesado mirando a María, eso sí que podemos estar seguros.
“Ya lo sé todo; Dios vino también a mí, a su manera… Un sueño –que fue celestial- me puso ante los ojos la maravilla de Dios. Y que María es Madre del Enmanuel”… Se atragantó José, tuvo que pararse. Ana le trajo una silla (hasta es posible que era de las que había hecho José). Y casi sin poder pronunciar, añadió: ¡Y Yawhé me confirma mi matrimonio con Myriam, y me da las veces de padre… Yo le pondré al Niño el nombre de Jesús! No podía seguir… Dios pone en nuestras manos –mías y de esta Flor de la vida (miró a María con un cariño inmenso)- al SALVADOR.
- ¡Joaquín y Ana: en cuanto vosotros lo autoricéis, realizamos la boda! Así me lo ha dicho –en sueños- Dios.

Intervino María, con mirada cómplice a José: “Sí; así será. Pero ahora hemos de pensar todavía…” José miraba extrañado: ¿pasaba algo nuevo?
Pues sí; muy lateral al hecho central, pero “pasaba algo”. Cuando Dios vino a Ella, le comunicó la noticia de Isabel, anciana y embarazada. Y Ella, María, sentía la obligación de ayudar a su pariente. ¿Debían esperar esos meses hasta el regreso? Reconocía María que ahora no era Ella sola la que decidiera; ni siquiera ya solo junto a sus padres. Ahora Ella estaba ya con esa otra realidad de José, dispuesto y a punto para la boda.

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