martes, 6 de diciembre de 2011

¡¡¡SOCORRO!!!

Por lo que me avisan, esta mañana no puse -o no salió- el comentario del día. Por si acaso

¡¡¡ SOCORRO!!!
Martes 2º adviento
En realidad un pueblo desterrado, desvalijado, que ve su fe en peligro, n le queda otro grito: ¡Socorro!
Y la respuesta repetida de Dios: “Consolad, consolad a mi Pueblo! Y envía Isaías GRITAR EL PROPIO GRITO DE DIOS. Y eso grito pide al pueblo que ponga los medios de su socorro: que enderece caminos. Porque la carroza real no puede sobrellevar tantas curvas (el “si pero no”; el “no me compliques”, el “yo creo a mi manera” o el “yo tengo mi Dios”…, ,con sus muy diversas formas más. A Dios no le van los recovecos, los subterfugios, las verdades a dos caras…) GRITA DIOS que rebaje badenes. La suspensión de esa carroza de Dios se descuaja con tantos altibajos: de soberbias, egoísmos, egocentrismos, “aquí mando yo”, nada cabe “sin mi permiso”. Así no puede avanzar ese cortejo divino. Así no puedo consolar porque todo eso es fuente de desconsuelo. Y otro grito: “rellenad baches”. Hay demasiados vicios, demasiadas fallas en el sendero. Demasiadas mentiras consentidas. Demasiados hundimientos de la calzada, porque el ser humano ha convertido el camino de la sinceridad en un patatal de engaños, medias palabras, eufemismos que ocultan crímenes, suciedades, vida sin valores…, y hasta sin tomar en cuenta a Dios.
Consolaré a mi pueblo, dice el Señor; seré pastor que busca la oveja perdida y descarriada. Me alegraré al encontrarla. Pero la oveja tiene que ayudarse a coger.

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¿Durmió José aquella noche? ¿Durmió María? Jose dio mil vueltas al comienzo de la noche. Ya no era que se sentía varón burlado (aunque tal cosa la desechaba…, pero lo que había, había). Y había para él, varón justo y amante de Dios, otro aspecto que le erizaba el cabello: su amor por Maria era indiscutible. Pero él no “disputaría” a Dios la posesión de aquella muchacha que Dios hubiera tomado bajo su mano.
¿Quedarse parado como si nada? ¡No podía! Un varón israelita, desposado con una muchacha sobre la que ya constaban sus derechos de matrimonio, no podía quedarse, sin más, de brazos cruzados. María parecería ante la sociedad judía como una adúltera que había traicionado su compromiso… Eso no lo podía admitir José ni en pensamientos, porque él doraba a aquella muchacha. - ¿Denunciarla? - Jamás. Aunque él hubiera de pasar por donde tuviera que pasar. ¡HUIR! Era la única salida que tenía. - ¡Desaparecer como un fugitivo o un cobarde! Dejaba a salvo a María. Él llevaría su pena y su baldón toda su vida…, pero lejos de allí.
No se dio cuenta José que el sueño de su tragedia lo vencía. Y se quedó dormido. Sueños que podríamos pensar SI SOÑÓ O SI INVADIÓ LA FE del que vive en manos de Dios.
José se sintió transportado “al país de las maravillas”. Soñaba y gozaba. Gozaba y reía. Era un sueño reparador. Un sueño que llenaba de luz. Un sueño del que costaba despertar… Pero tenía tal fuera, que José botó en su cama, se sentó aturdido y gozoso. Se restregó los ojos… ¿Había soñado solamente? ¿Había allí algo más, y Dios había venido a él?
Una palabra primera le fue poniendo en trance. - ¡NO TEMAS! Muy bien conocía José las veces que esa palabra anunció a los antepasados la visita del Señor, ¡No temas!..., y demás: - No temas en recibir como esposa a María, tu prometida, porque lo que en Ella hay, es DEL ESPÍRITU SANTO. José sintió que un calambre profundo le recorría el cuerpo. La explicación consolaba, explicaba. ¿Pero y él? ¿En qué lugar quedaba él? Él la recibía en su casa como esposa…, ¿pero…?
El “sueño” le había dado una clave substancial: “Tu le pondrás nombre al Niño, y lo llamarás JESÚS”. No salía e una y estaba metido en otra… Si era “JESÚS”, ,era el Mesías, Enmanuel, Dios salvador… Se estremeció. Pero más aún cuando él le pondría el Nombre, que era misión propia de un padre de familia. - ¡DIOS!, exclamó José, in saber lo que decía… ¿Me metes en tu familia? ¿Yo voy a ser “padre” de JESÚS? ¿Me das el mando sobre las obras de tus manos? ¿Voy a salir custodio y responsable de estos dos seres privilegiados?
José volvió a quedar rendido en su lecho. No sé si durmió ya. Lo que sí era cierto es que se había hecho día su propia noche, y que brillaba el sol antes que llegara la aurora. ¡¡¡Y que era evidente que lo que ahora “soñaba” era con que empezara a despuntar el día, para irse a casa de María, y con la solemnidad y el gozo emocionado de aquella familia, ir derechamente al punto que le había mandado Dios: “Se llevaba a María a su casa”… Contraía el matrimonio Una nueva era –misteriosa, desconocía- comenzaba.

Ya, aparte y simultáneamente a todo lo vivido, ¿durmió María aquella noche? ¿Conciliaron el sueño Ana y Joaquín? Porque eso sería otra historia, posiblemente con la almohada de Myriam empapada en lágrimas…, en clamores profundos, en fe abandonada de la que de una vez por todas se había ofrecido esclava del Señor, dejándole a Dios carta blanca.

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