sábado, 10 de diciembre de 2011

COMO UN HORNO ENCENDIDO

COMO UN HORNO ENCENDDO
Sábado 2º adviento

Isaías ha sido el gran profeta del adviento, el soñador, el que se ha deshecho en infundir ánimos, llegando hasta las comparaciones más extremas y “absurdas”. Había que levantar de su postración a un pueblo desterrado y humillado.
No fue ese pueblo tan responsable que fuera acogiendo la esperanza que se le trasmitía.
Ayer la lectura tuvo menos poesía: Si hubierais atendido… Es que, en realidad no habían atendido.
Hoy sube el tono: lo que ahora queda es “Elías” un Profeta de fuego, con palabras como de horno encendido.
Un presagio y un símbolo de Juan Bautista. Por supuesto que Juan Bautista no es el personaje atrayente que promete caramelos. Es el mayor de los nacidos de mujer…, el que no es junco agitado por los vientos, ni suave como ropas de seda. Es un Profeta y más que Profeta. Así lo define Jesús, aunque a nosotros nos vaya menos.
Pero al final es ya la realidad de la VOZ DE DIOS QUE CLAMA EN EL DESIERTO para que decididamente se enderece tanta sinuosidad del camino, que está dificultando que el Adviento sea una realidad que TRAE al Salvador.
Y creo que lleva razón. [Claro: si dejamos chocolate a un lado y tomamos esto es serio].

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El día convenido, un rato amplio antes de la posible hora de paso de la caravana que iba a Jerusalén, Joaquín y José, acompañando a María se encontraban en la encrucijada de la Calzada real con el camino que venía de Nazaret. En Nazaret había quedado Ana, con su pensamiento puesto en aquel viaje que emprendía su hija, y pidiendo al buen Dios que la llevara de su mano. En la espera, conversaban Joaquín y José. María parecía más absorta en sus pensamientos. No sé si es ese algo tan especial que experimenta una muchacha muy joven en su primera salida de casa, hacia un destino lejano, con una normal incertidumbre de los pasos que había de dar.
Había pasado un rato prudente de espera cuando se vislumbró en el horizonte la caravana. El que la conducía se detuvo allí, avisó al responsable (todo como estaba previsto). Joaquín saludó respetuosamente al que sería el protector de su hija, y el buen hombre la condujo hacia la carreta de las mujeres, acompañada siempre de su prometido. Despedida emocionada, a la vez que esos ojos de ilusión que brillaban en María expresaban el saludo acogedor hacia el resto de las otras mujeres. Ella se presentó a las que habían de ser sus compañeras, que muy pronto comprobaron que la muchachita joven que se les unía llevaba todo el gracejo de la simpatía y la bondad de corazón. La relación amistosa no tardó en surgir, la conversación se hizo viva, y cada una explicó el motivo de su viaje. María dijo con toda sencillez que iba a estar unos meses con una parienta suya mayor, que estaba encinta.
Pasó un tiempo con conversaciones, anécdotas, silencios. A María esos silencios le llevaban a disfrutar porque eran su ambiente más propicio para llevar su corazón hasta Dios, y su mirada recatada y amorosa hacia el Hijo de sus entrañas.

A media mañana tuvieron la parada de rigor, en que todos habían de echar pie a tierra, estirar músculos, descansar de sus posturas mantenidas, mientras que las bestias abrevaban y tomaban alguna hierba que les refrescaba y alimentaba. No sé si en esas paradas había algún hospedaje o simplemente eran espacios de descanso en los que poder romper la monotonía del viaje, que duraría varios días. Y los jefes de caravana ya tenían todo muy medido.
María estuvo entre las demás mujeres, quizás tomando alguna pequeña cosa que sostuviera hasta la hora del almuerzo, y luego caminando a ratos, echándose sobre la hierba, otras veces, distraída con algún bichito que pasaba por allí. En cualquier caso, su corazón iba por otras alturas, y su mente se detenía en el recuerdo de ese buen Dios que les proporcionaba el aire, el sol, el riachuelo…, aquella naturaleza, que podría estar más o menos poblada a lo largo del trayecto. El responsable –que llevaba el cargo de María- se interesó cómo estaba y cómo le iba, o si necesitaba alguna cosa.

Cuando se dio la orden de marcha, cada uno ocupó su puesto, se comprobó que estaban todos, y se reemprendió el camino. Quedan otras varias horas por delante hasta que se llegara a la posada.

Y este monótono avanzar/descansar, parar en posadas al efecto podríamos repetirlo cuatro días o cinco. Y puede CONTEMPLARSE con fruto, con las variaciones diversas que deje la imaginación. Pero es claro que yo no voy a hacerlo día por día. Creo que mañana nos tocará entrar en un aspecto menos resaltado hoy –aunque no ausente-: EL SILENCIO DE MARÍA y sus efectos benéficos en las compañeras de la caravana.

1 comentario:

  1. ANA MARÍA9:40 p. m.

    PADRE, ¡Cuánto he disfrutado durante el día leer y meditar el LARGO viaje de MARÍA… para ayudar a Isabel! Si hubiera estado allí, en NAZARET…, me habría encantado ser la “elegida” por JOSÉ, para acompañarla durante todo el viaje…, pues como persona “mayor”… confiaría en mí… Es como un “sueño”… el ocuparme de MARÍA… pensando tenerla muy cerca en el último viaje de mi vida…: “MAS SI MI AMOR TE OLVIDARE… TÚ NO TE OLVIDES DE MÍ…”

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