jueves, 29 de diciembre de 2011

LAS TINIEBLAS PASAN

LAS TINIEBLAS PASAN
29 diciembre


Hoy se me facilita mucho la labor, porque el Evangelio es el mismo que toca luego como tema de oración. Quede, pues, un índice esencial de la 1ª lectura.
- Sabemos que conocemos a Dios en que guardamos sus mandamientos
- El dice que le ama y no los guarda, es un mentiroso.
- El que ama y guarda, ha llegado a plenitud.
- Quien permanece en él, debe vivir como Él.
- No es un mandamiento nuevo; es EL MANDAMIENTO que encierra todos los demás. Las tinieblas pasan y queda la luz verdadera.
- Estar en la luz es amar a su hermano



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A María se la cumplió la cuarentena prescrita a toda mujer que ha parido. Se le llama “tiempos de la purificación” pero no supone ninguna situación especial. Sólo que entonces es cuando sale ya a la calle para ir a Jerusalén para presentar al Niño primogénito en el Templo (De hecho la fiesta sdel 2 de febrero, 40 dís después del 25 de diciembre) es FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE JESÚS, Luz (=Candela) del mundo, de donde surge equívocamente la fiesta de la Candelaria, que el vulgo atribuye a María.
Aquella mañana salieron tempranito José, llevando la borriquilla, y María llevando en sus brazos al Niño. Iban de fiesta: a cumplir la Ley del Señor. Y yo voy con ellos para vivir cada detalle y beber cada gota. Camino apacible, tranquilo, gozoso. Felices. Silencios, cantos de Salmos y conversaciones en que ya se planifica el regreso a la patria chica: Nazaret. Sueños de ilusionados padres que van a realizar ahora lo prescrito por Dios. El Niño será de Dios, ofrecido a Dios, y –por decirlo así- Dios les “les encargará” la crianza. Pagarán su óbolo religiosamente (los pobres ofrecían un par de tórtolas o dos pichones), y se llevarán al Niño con ellos.
Lo que no esperaban era el encuentro ue tuvieron de entrada: un santo anciano, Simeón, había hecho a Dios una petición: no morir sin ver al Mesías Salvador. Y conforme entran, ajenos a todo, aquella familia pobre y humilde, da un paso adelante Simeón, se dirige a aquellos padres, y casi por instinto echa sus brazos para que María le ponga al bebé en los suyos. Y cayéndole lágrimas de alegría, prorrumpe en palabras de abandono, gozo y profecía: Ahora ya puedo morirme en paz, porque he visto al Salvador de Israel, y Luz para el mundo. María y José se quedaron de una pieza. Nadie había dicho nada. Pero Dios sí. Simeón devolvió el Niño a su Madre, y se despidió con dos afirmaciones más, muy fuertes: Este Niño será como una bandera ante la que cada cual toma partido, con lo que aclarará la verdad de muchos corazones. Y a ti –le dice a María en dolorosa profecía- une espada te atravesará el alma.
Y José y María (llevando al Niño), avanzaron por el Patio de los gentiles, pasaron al de las Mujeres, de donde Ella no podía pasar, y allí María entregó el Niño a José para que él lo llevara al sacerdote. El sacerdote hizo su rito de presentación, como tantas veces y con tantos primogénitos. [A mí me gusta mucho “detener la cámara” y quedarme en la escena. Es evidente que José era consciente de que el sacerdote no sabía más que lo que hacía todos los días. José oraba más adentro porque sabía que aquello no era un rito más. El Niño no era como cualquier niño. En realidad José estaba presentando al Niño a Dios con una fuerza indecible de su alma. Se lo decía: - Si es tuyo, Señor; si esta vez no es un rito. Esta vez es la pertenencia total tuya, y bien que acoges este momento como realidad sublime… Y si uno pudiera imaginar lo que el propio Niño pudiera habar dicho, si hablara… ¡Aquello sí que era presentarse, como lo describe la carta a los Hebreos: “Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad”]. El sacerdote devuelve al niño, recibe la ofrenda…, y él ya ha acabado su función. José tomó al Niño como un tesoro enriquecido. En realidad el Niño era de Dios, y él no era sino el velo que cubre. Emocionado llegó hsta María –Ella bien que lo notó…; Ella había estado orando igual, a su distancia física, pero en unidad de sentimientos con aquella hora. Y ya iban a reemprender el regreso, cuando vino otra sorpresa. Pero esa la veremos, Dios mediante, mañana.

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