viernes, 11 de mayo de 2012

Fotografía de la IGLESIA


El Espíritu Santo y nosotros
             Es uno de los párrafos más bellos que pueden leerse cuando se tiene fe en la Iglesia.  Ayer veíamos que se había hecho ese Concilio primero de la Iglesia, y se habían sacado conclusiones.  Hoy, como se hace en los Concilios, se sacan “los documentos” para que sepan las iglesias particulares a qué deben de atenerse.  Como el problema había surgido en Antioquía, el “documento” (carta de “toda la Iglesia”: “apóstoles y presbíteros”), que envían representantes autorizados”, “miembros eminentes de la Comunidad”, para que ellos sean los que dejen asentada la doctrina de la Iglesia en aquella comunidad cristiana que se había visto alterada por los judaizantes.  La expresión definitoria es impresionante: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”  Es una gran definición de la Iglesia cuando ejerce su Magisterio oficial.  Y la comunidad de Antioquía que recibe tal documento magisterial se alegra mucho.  Sencillamente, si la Iglesia ha hablado, se han acabado las discusiones anteriores.  Fuerte ejemplo para los “contestatarios” que fácilmente se erigen ellos en “nuevo espíritu santo [con minúscula] pretendiendo saber más que nadie.
             En el Evangelio, como principio fundamental y esencial para la Iglesia de antes y de ahora y de siempre: “que os améis como Yo os he amado; que sepáis dar la vida por el otro; que mis amigos son los que hacen lo que Yo mando”, bien a sabiendas –nos diría Jesús- que lo que Yo mando es lo que el Padre quiere y que el Padre quiere lo que es vuestro bien.  “Y así sabréis que sois elegidos por Mí…, que os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto dure”  Entonces vuestra oración será escuchada por el Padre.

ENSÉÑANOS A DECIR “AMÉN”
             Ya conocemos el canto. Pero, ¡Madre de todos nosotros!, ¿entendemos lo que cantamos?  Porque es tan fácil cantarlo… Dicen (aunque yo no me lo creo del todo) que el que canta ora dos veces.  Al menos en general, no me lo creo.  ¿No será necesario, Madre, que sepamos meditar en profundo silencio –profundo que llegue a la médula-,  lo que es “decir AMÉN”?  “AMÉN” fue el “Hágase” de María. Entrega a fondo perdido. Cheque en blanco a Dios. “Haz de mí lo que quieras; sea lo que sea, te doy las gracias”.  “AMÉN” fue el “Aquí estoy para hacer tu voluntad” que dijo Cristo al entrar en este mundo (Carta Hebreos), que echa la rúbrica final en el “Todo cumplido”.
             “AMÉN” es el mismo Cristo: un “amén” dado al Padre y vivido paso a paso durante una vida.  “AMÉN” que no se pronuncia en el bautismo cristiano, porque se queda abierta la puerta para que el bautizado lo vaya poniendo día a día..
             “Madre de todos nosotros, enséñanos a decir “AMÉN”…, es de una envergadura que abarca la vida y la muerte…, esa que –el Señor haga- que sea verdad la firma que se deja escrita en la tumba: “DESCANSE EN PAZ.  AMÉN”.  o sea: ahora toca expresar (ojalá que con verdad), el “amén” que no se pronunció en el bautismo.
¡MADRE DE TODOS NOSOTROS: HAZME UN “AMÉN” TOTAL PARA DIOS!, un “amén” total a la Iglesia.

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