miércoles, 23 de mayo de 2012

Espíritu Santo 5



San Juan –pienso- es el que podemos llamar el evangelista del Espíritu.  Aunque San Lucas arranca con una fuerza enorme esa “entrada” del Espíritu Santo, que va moviendo todo, que aparece ya aun antes de que llegue el núcleo de todo el Evangelio, que es Jesús, es luego San Juan el que –ya pasados muchos años- va concretando la esencial obra de ese Espíritu Santo.
Precisamente ese renacer del agua y del Espíritu con que yo acababa ayer, es el punto de arranque de San Juan.  Habla con un Doctor de la Ley y Maestro de Israel, que viene deseoso de descubrir la verdad del mensaje de Jesús. Y Jesús le planta nada menos que la urgencia de nacer de nuevo.  Nicodemo es un rabino, y en el modo de discusiones teológicas rabínicas, el arte estaba en ir presentando los absurdos aparentes del interlocutor.  Y no con ánimo de ridiculizar sino como “método” de aclaración de uno mismo. Y Nicodemo le presenta a Jesús una pregunta aparentemente infantil: ¿Puede, acaso, uno –siendo ya viejo- volver al seno de su madre para volver a nacer?   Y Jesús le sigue la forma rabínica y al mismo tiempo le avanza: Hay que renacer del agua y del Espíritu.  “Volver a nacer” es un movimiento continuo.  A diferencia del parto natural que se verifica de una vez y en breve espacio de tiempo, el “volver a nacer del agua y del Espíritu” es una vida entera.  Cierto que tiene un momento inicial y puntual, que es el Bautismo cristiano, a través de un agua pletórica de contenidos (que no se limitan a “lavar” del pecado). La presencia del Espíritu lanza un caudal de vida tal, que no puede reducirse a ese momento.  Será ya “manantial de agua viva que saltará hasta la vida eterna”.  Será vida que llama a la vida, y vida que exige irse viviendo, y que no deja ya pararse. San Juan ha puesto el motor en marcha, pero ese motor ya no se detiene, ni puede detenerse, ni pude detenerlo el que “ha nacido de nuevo”. No puede admitirse un “renacido del Espíritu” que se quede anquilosado en lo que ha recibido.  Lleva un germen activo de vida que ya no le puede dejar estancarse jamás.  Y aun “siendo viejo”, tiene que “volver a nacer”…, tiene que seguir naciendo…, tiene que estar siempre ante esa sublime realidad de que un cristiano es un ser vivo, que está vivificado por le Espíritu, y ese Espíritu sopla siempre.  Y aunque –como el viento- nadie sabe de dónde viene ni adónde va- sin embargo lo capta ese que ha renacido del Espíritu.  Lo capta y lo mantiene en constante búsqueda –aunque uno sea viejo-, porque no puede justificarse nadie ni por su edad ni sus achaques, ni sus físicas impotencias.  El alma, espíritu de la persona y reflejo e imagen viva del Espíritu Santo (que está viviendo dentro de ella), siente –no tiene más remedio que sentir- que ya no es posible pararse.  “Ha renacido” y esa vida va abocada a la plenitud del Reino en el propio Reino donde habita Dios.


LITURGIA DEL DÍA
Pablo se despide de Éfeso. Reúne a los presbíteros y al pueblo fiel y les pone en guardia: lobos feroces van a caer sobre el rebaño; pero mucho más me preocupa que entre vosotros surjan los que deforman la verdadera doctrina, metiendo engaños y medias verdades que arrastrarán discípulos.  Me voy con la conciencia tranquila de haber aconsejado personalmente para ayudaros a manteneros en la fe.  Y los fieles lloraban la despedida, no sólo como tal despedida sino porque Pablo les había dicho que no volvería a verlos.  Pablo sabía ya que su despedida le conducía ya al martirio.
En el Evangelio, una obsesión de Jesús:  Padre Santo: consérvalos en la unidad…  Yo les he dado tu palabra…”  El gran enemigo de esa Palabra y de esa Verdad de Cristo es “el mundo”. No el mundo en el que ellos tienen que quedarse porque viven ahí, en la realidad de la vida.  Ni Jesús va a pedir al Padre que los saque el mundo, como seres volátiles que quedan libres de problemas humanos.  Lo que Cristo pide con toda su alma es que no se dejen inficionar por los engañosos cantos de sirena de ese “mundo” que vive haciendo la guerra a lo que viene de Jesús.  Frente a ese veneno, ¡santifícalos en la verdad!..., hazlos honrados y sinceros con la verdad, sin concesiones a unos enemigos sutiles que el mundo inocula de forma tan suave que los mismos creyentes se dejan deslizar por la pendiente cómoda de esos “valores” falsos de ese “mundo” que está en manos del maligno.  Y concluye: Por ellos me consagro”…, por esos mis discípulos creyentes me entrego a la muerte; “para que ellos se consagren en la verdad”…, aunque ls cueste la vida…, aunque les ofrezcan todos los tesoros del mundo, en esa tentación tan engañosa: “todo esto te daré si te postras y me adoras”.

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