San Juan, de nuevo (14, 22-27), nos lleva a esa acción del Espíritu Santo,
Consolador, Abogado, Defensor, Inspirador, que el Padre enviará en el nombre de
Jesús, para que cuanto hemos oído a Jesús, nos lo vaya enseñando o
recordándolo, o interiorizándolo en nosotros.
Porque no consiste la fe en que sepamos, sino en que las cosas las gustemos internamente (dice San
Ignacio de Loyola). “gustar”
no es simple “tener gusto”, “experimentar con gusto”…, sino meterse dentro de
nosotros como algo tan nuestro como nuestros mismos órganos interiores. Como la
respiración indispensable, como el corazón qu late, como la sangre que corre
por las venas. Mientras no “gustemos”
así, internamente”, lo que nos enseña Jesús, no habremos entrado en el camino
auténtico de la criatura nueva, “renovada a imagen de su Señor”. Pues es el Espíritu Santo quien será ese
aceite que se adentra y empapa y se extiende, para hacernos llegar a la verdad completa…, a gustar internamente
todo lo que Yo os he dicho. Ya avisa también Jesús que ese Espíritu Santo
no va a inventar nada, no va a dar algo “suyo”, sino que tomará de lo mío, dice Jesús.
El último secreto, pues, es el propio Jesús, la Palabra de Jesús,
adentrarse en el Evangelio… Y eso se
hará bajo la acción suave y transformadora del Espíritu Santo, que tiene que
hacer así nuevas todas las cosas.
¿Nuevas? Como si lo fueran. Porque bien sabemos que pasamos años sin
comprender alguna cosa, sin que nos diga nada…, y un día parece como que hemos
descubierto aquello mismo que llevábamos años “oyendo” pero nunca se nos había
adentrado con Luz del Espíritu de Dios.
LITURGIA DEL DÍA
Todo el acento debe estar
hoy en el Evangelio: la oración de Jesús
por nosotros, los que creemos por la palabra de los apóstoles, es decir, de
la Iglesia, que nos trasmite la predicación apostólica…, la misma Palabra de
Jesús. Ruega Jesús por ellos…, por
nosotros, porque mi deseo es que estén
conmigo los que Tú, Padre, me encomendaste.
Y ruego para que donde Yo estoy, estén ellos y participen de mi gloria,
la que Tú me diste porque me amabas, antes de la creación del mundo. Y que el amor que Tú me tenías esté en ellos,
como también Yo estoy en ellos. Así
es: la gran fuerza de esta oración es que Jesús
está en nosotros, ue el Espíritu habita en nosotros, y que cuando el Padre
nos mira, ya está viendo el rostro de Jesús.
La primera lectura muestra
hasta qué punto se da la volubilidad en “la verdad” de los hombres. Porque Pablo va a ser juzgado por un tribunal
de fariseos y saduceos. Pablo se da
cuenta y recurre a la treta de su fe en la resurrección…, realidad que los
fariseos admiten (la resurrección de muertos), y los saduceos no. Y acaba
peleándose el tribunal, y no juzgan a Pablo.
Y se queda uno pensando: ¿es ésta la verdad de los hombres?, ¿es ésta la
objetividad de los juicios que hacemos?
¿Realmente estamos buscando la verdad o cada uno nos cogemos a nuestra
falsa “verdad”?
De verdad que apena vernos a
los propios creyentes en nuestros enjuiciamientos y “sentencias” cuando tantas
y tantas veces nos estamos buscando y defendiendo a nosotros mismos, y no la
verdad ni la objetividad de las cosas.
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