viernes, 25 de mayo de 2012

ESPÍRITU SANTO 7


El Espíritu de amor
Todavía oímos a muchos decir que el mundo está mal porque se ha perdido el temor de Dios.  Y se abren las carnes ante esa expresión, que está evocando los tiempos en que ponían terror las “amenazas de Dios”…, que así “educaban” a los niños en meros detalles de urbanidad, porque “como hagas eso, Dios te va a castigar”.  Dios nos perdone el mal incalculable que hemos hecho y la deserción de tantos que han optado por librarse de ese mal dios vengativo y justiciero que le presentamos un día.
Cuando San Pablo escribe a los fieles de Roma (8,15-17) y les dice:  “Porque no habéis recibido un Espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos para poder llamar a Dios: ABBA (Padre).  El Espíritu testifica dentro de nuestro espíritu que somos hijos de Dios.  ¡Ahí es nada!  Incluso en su literalidad ABBA se le dice a PAPÁ…, al Papaíto mío, como balbuceo del niño.
Cuando Jesús aparece a última hora de aquel día de Resurrección –que Juan (20, 19) reduce a la presencia exclusiva de los apóstoles (muy intencionadamente), tras su característico saludo de PAZ, declara abiertamente que todo el poder que Él trajo al mundo, de parte de Dios, Él ahora lo traslada a sis apóstoles, y sobre ellos realiza un presagio pentecostal, soplando su aliento sobre ellos y diciéndoles: Recibid el Espíritu Santo. Y como consecuencia de ello: a quienes vosotros perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes vosotros no se los perdonáis, no se les perdonan.  Es sólo ese poder del Padre y esa fuerza plasmada en aquel “aliento” del Espíritu Santo, el que da el poder de perdonar.  Aquel día que se escandalizaron los fariseos porque Jesús dijo al paralítico de Cafarnaúm: tus pecados son perdonados, Jesús les dio un mentís rotundo a ese escándalo, porque para que veáis que tengo poder para perdonar pecados, lo visibilizo en algo muy comprobable.  Y se dirige al paralítico y le dice: Toma tu camilla y echa a andar.
Pues ahora la Iglesia, bajo esa realidad perenne pentecostal, también recibe el mismo poder para perdonar pecados.  Y solo ella, porque así lo recibió del Señor.  De la misma manera que recibió poder bautizar, poder Consagrar el Pan, poder bendecir el matrimonio cristiano y hasta poder ayudar al que va a hacer el último viaje, para que no se vaya de manos vacías, sino con el salvoconducto del amor que Dios le tiene y le manifiesta en el último Sacramento, que conforta, serena y tranquiliza para ese viaje misterioso…, pero que puede hacerse con la segura presencia de ese Espíritu Santo que lo recibió en el Bautismo, y que ahora le permite poner el “AMÉN” cuando ha llegado al final de sus días aquí.

LITURGIA DEL DÍA
Merece la pena detenerse en el Evangelio, casi también “final” con que Cristo está a punto de despedirse.  Jesús viene a consolidar a Simón Pedro.  Y como el Espíritu que les ha insuflado es Espíritu de Amor, la pregunta que hace Jesús es si me amas.  No necesita más aval.  Simón encuentra en esa expresión de “amar” un amor muy grande, muy universal, muy amplio.  Y su respuesta quiere ser más personal, más “suya”, más propia de  sus sentimientos hondos. Y es verdad que “ama” pero es un amor muy peculiar: de amigo, de enamorado.  Y entonces responde: Tú sabes que te quiero.  Jesús volvió a preguntar; Simón: ¿me amas?  Y Simón insiste en su matiz: Tü sabes que te quiero.  Tu sabes que mi amor a Ti es otra cosa, tiene otra intimidad, otra exclusividad…  Y entonces Jesús le pregunta, ya por tercera vez, con la misma expresión que Pedro ha repetido: ¿Me quieres?  Simón no podía decirlo más alto ni más claro.  Lo que sí podía era -¡bien se acordaba de sus fanfarronadas anteriores con las que había pretendido saber más que Jesús!- remitirse al propio Jesús, al propio saber total de Jesús.  Por eso con inmensa humildad y plena confianza, responde: Tú Señor, sabes todas ls cosas, y Tú sabes que te quiero.  Lo sabía el Señor. Y porque lo sabía, cimenta esa realidad sobre algo muy concreto: aquella cruz mía que te escandalizó cuando la anuncié, va a ser la misma cruz tuya: porque cuando seas viejo, extenderás tus brazos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieres.  Y acto seguido, en la fuerza del amor, reitera Jesús su gran palabra que llama al amor gratuito, abandonado y total:  Sígueme.

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