jueves, 3 de mayo de 2012

20.- PENTECOSTÉS


20º.- PENTECOSTÉS   (Hechos 2, 1-13)

                Llegamos al final del periplo que nos ha tenido cogidos desde el gran Domingo de Resurrección.  Culminamos una experiencia espiritual que da sentido a nuestra vida y la transforma. Incluso que es foco que determina, en retrospectiva, todo lo que nos revelan los Evangelios. Sin Resurrección y sin Pentecostés, todo eso sería absolutamente distinto. Pero desde la luz de este inmenso instante que hoy vamos a orar con el alma, el Evangelio es el que es y nosotros podemos ahondarlo sin que nunca se agote.
                El pentecostés judío era una fiesta que tenían a los 50 días de su pascua.  Horas después de esa su pascua, Jesucristo resucitó de la muerte y dio sentido pleno a una Pascua eterna y definitiva.  Nuestro Pentecostés, es, pues también 50 días después. Así lo va describiendo San Lucas. Y es el nacimiento de la nueva Iglesia de Jesucristo, y viene a ser –como el día de la Encarnación del Verbo, por el Espíritu Santo y María, una renovada “encarnación”, en la que el Espíritu Santo, viniendo sobre María y los apóstoles –reunidos en profunda oración- dan a luz esa inmensa realidad de la Iglesia de Jesucristo.
                Había advertido Jesús  sus apóstoles que permanecieran en Jerusalén hasta que viniera la fuerza de lo alto.  Hoy –Pentecostés- estaban todos reunidos y un estruendo sacudió el lugar: un viento impetuoso hizo retemblar los cimientos de la casa en que estaban.  Había enseñado Jesús a Nicodemo que el viento sopla cuando quiere, y que nadie sabe de dónde viene ni adónde va, pero que lo capta el que es nacido del Espíritu.  Hoy no es un “viento” cualquiera… Hoy es una invasión tumultuosa, que remueve cimientos a la vez que los consolida.  Que es viento huracanado y a la vez, susurro de paz.  Que es un viento que no se sabe…, pero que misteriosamente llenó toda la casa, como brisa que conforta y refresca, y que, paradójicamente, calienta…  Porque se hace visible en lenguas de fuego que se posan sobre cada uno.  Todo es misterioso, sobrenatural.  Lo humano, allí, es meramente receptor de esa fuerza de lo alto.  Y como es “de lo alto”, la mueve Dios y sólo Dios.  Es el ESPÍRITU SANTO de Dios, el que procede del Padre y del Hijo, y que es el Espíritu de la Resurrección.  Lenguas de fuego. Dos realidades fundidas en una sola. “Lenguas”…, que ya enseñó Jesús, antes de irse al Cielo, que serían lenguas nuevas, modos nuevos de hablar, de sentir, de actuar, de comprender… Un mundo nuevo que nace en Pentecostés.  Y leguas de fuego, que calienta, abrasa, emprende, doblega el hierro y funde el témpano.  Espíritu de Dios que hace presente a Dios de modo experimentable.  ¡Estamos bajo el manto de la mirada de Dios!..., y todavía San Pablo nos dará el punto clave –acorde con la oración típica cristiana enseñada por Jesús-: que este es Espíritu de amor que acaba con el temor, y que nos lleva a sentir a Dios –y hablarle- como al ABBA, al Padre (o “Papá mío”, con expresión inocente y gozosa del niño indefenso que se apoya en su papaíto).

                “Se llenaron de Espíritu Santo”Hablaron lenguas nuevas”, tan nuevas que, misteriosamente- hablando Pedro a una multitud (atraída por aquel “huracán”) se había concentrado allí, y procedían de 16 lugares, países o dialectos diferentes, ¡y sin embargo cada cual escuchaba en su propia lengua!   El reverso de Babel.  Porque ahora el hombre se ha puesto en la órbita de Dios, y se hace entender fácilmente, aunque sólo fuera con signos de acogida y amor.  Los misioneros saben mucho de eso, cuando llegan a lugares cuya lengua desconocen, pero sus obras son gritos desgarrados de amor.  Una Teresa de Calcuta, como antes un Pedo Claver o un Francisco Javier…
                Y con “lenguas nuevas” así, se produce un movimiento de conversión como el de aquellos 3000 que se adhirieron a la fe…  Porque aquellos testigos vivos de Pentecostés habían dejado de ser “ellos”, y constituían un trasunto de la Presencia permanente de Cristo en su Iglesia.
                Esas palabras finales de San Mateo (28, 20), con las que Jesús nos asegura que Yo estaré siempre con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.  Ahí entramos de lleno nosotros.  Ojalá que seamos un pentecostés vivo que vuelva a remover cimientos y a emprender fuego en la tierra.

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Queda por delante una posibilidad que encierro en mi deseo: la posible publicación en un libro de todo lo que he ido publicando en estas reflexiones del blog, junto a aquellas de Adviento que también ayudaron a vivir días muy sentidos.  Ahora habrá que ver lo que se puede.

LITURGIA DEL DÍA
                Hoy es fiesta litúrgica de San Felipe y Santiago (aunque en algunos lugares se mantenga hoy la celebración de la fiesta de la Cruz, por su arraigada tradición).
                Felipe, uno de los primeros llamados por Jesús.  Santiago (el de Alfeo), y pariente del Señor.
                En las lecturas, la primera relación escrita sobre la Resurrección y apariciones de Jesús, que señala Pablo en la 1ª carta a los Corintios. Ahí aparece la aparición a Santiago, sin más explicaciones.
                En el Evangelio, una actuación de Felipe, y la declaración solemne de Jesús de que Él es igual al Padre; o que es la Persona visible que muestra al Dios invisible.  Por eso: quien me ve a Mí, ve al Padre.

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