miércoles, 4 de abril de 2012

A punto...

ORACIÓN ANTE CRISTO CRUCIFICADO

Hoy necesito aislarme de todo lo que hay alrededor de la Cruz. Necesito orar a solas ante el Cristo inerte de la cruz, ya derrumbado. Cuando ya su alma ha volado y está amorosamente abrazada por el Corazón de su Padre, que repite con fruición: Éste es mi Hijo muy amado. Mientras el cuerpo pende sin vida de aquella cruz, ese Espíritu de Jesús también está realizando los primeros efectos de la Redención: ese descenso al lugar de los muertos (que todavía no tienen abiertas las puertas del Paraíso –que por esa carencia aún de la visión de Dios se les llama los infiernos­-), que esperaban ansiosamente este momento de la llegada del Salvador. Allí se presenta ya el destello de una Luz que está a punto de alumbrar. En los corazones de aquellas almas, se está rezando algo así como Alma de Cristo, santifícanos, llévanos ya a tu posesión, a tu santidad.

En el Calvario no hay nada de eso todavía, sino que se despliega el inmenso grito de la naturaleza que se altera en sus cimientos ante la muerte de su Creador. No sé si decir que me espanto con las gentes despavoridas. o que admiro con el Centurión. Me envuelve esa oscuridad que ahora mismo agradezco. Tengo ganas de llorar. Siento un peso que se me va agrandando. Querría llorar ahora, pero no puedo. Por muy a obscuras que haya quedado aquel lugar, me siento con los ojos clavados al Cuerpo muerto de Jesús, y me salta un profundo Cuerpo de Cristo, sálvame. Me sale de las entrañas. Estoy triste. Veo que no lloro por fuera pero que estoy llorando, ¡necesito llorar! No sé si se parezca en algo al llanto pausado de la Madre. Lo que si sé es que ahora mismo la necesito y me apego a Ella, y no voy, desde luego, a consolarla, sino estoy anhelando que Ella me consuele. Ha recibido el encargo de su Hijo, y voy a acogerme a él. Por supuesto que veo que las manos de María están llenas de sangre, aunque ya casi seca. Pero yo necesito que me toque con esas manos, que me abrace con esas manos, porque algo que me está llevando a necesitar como ese Vino sagrado…: Sangre de Cristo, embriágame. No pretendo beberlo para olvidar. Al revés: lo que necesito es sentir ese dolor más intenso que a Jesús le costó tanto. Embriágame, Sangre sagrada. Consuélame Tú, Madre de los afligidos.

Estoy necesitando sentir al contacto con esa Sangre, sentir toda… -¡qué digo!- “algo” de toda esa Pasión inhumana que ha sufrido Jesucristo. Necesito, entrar en los sentimientos del Corazón de aquella Madre, que ha sufrido punto a punto y paso a paso, la inhumanidad contra su Hijo, la incomprensión de aquel mundo que le rodeó a Él. Necesito salir de mi tristeza y que lo que me embargue sea esa Pasión de Cristo. Me arranca del lo hondo del alma una plegaria: Pasión de Cristo, confórtame; es decir: que me empuja hacia arriba con esa fuerza de Él mismo, de sus mismos sentimientos, porque yo no puedo dejarme abatir por una tristeza. Tengo que estar de pie con María, junto a María.

Y aunque Jesús ya no siente ni sufre, aunque su Cuerpo inerte ya se viene adelante por propio peso…, aunque alguien me sugiriera que ya qué voy a decirle, no puedo menos que expresarle con mis lágrimas: Oh buen Jesús, ¡óyeme! Ya no me oyen esos oídos. Pero Tú espíritu revolotea por entre tantos que estamos sufriendo. Claro: me creo que mi pena es la más grande. El que está a los pies de la cama de un deudo muy suyo, ¿cómo está sufriendo? El inmigrante sin acogida y sin medios, ¿qué está sintiendo? La madre maltratada por su esposo o por su hijo o hija, ¿dónde lleva su dolor? El anciano solo, el concebido que es atacado por los forces asesinos, la muchacha que vive hastiada vendiendo su cuerpo, el hombre honrado que ha quedado fuera por no ser de un partido político, el padre de familia que se enloquece porque no tiene pan para llevarle a sus hijos… (y la fila es tan interminable y trágica, que no podría agotarse), ¿cómo estarán viviendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús? Y sé que no estoy precisamente yo para llorar, cuando lo mío es una bagatela al lado de tantas realidades. Si algo me puede explicar mi urgencia del alma son las llagas de Jesús. Por eso pido rendidamente, ansiosamente: Dentro de tus llagas, escóndeme, acógeme, apriétame… Ayúdame a sentir que yo también acojo, aprieto, y quiero poder como “esconder” con amor fraternal, a toda esa fila sufriente de criaturas, niños y ancianos, blancos y negros, mujeres y hombre, justos y pecadores, culpables e inocentes… ¡Es que necesito, Señor, salir de mí, que soy tan encerrado en lo mío, y ser capaz de ver la hilera de “tullidos” de alma y cuerpo que se están acercando –quizás sin saberlo- a este Cristo muerto…, como intuyendo todos que ahí está a punto de brotar un manantial de vida.

Por eso, Cristo mío, no permitas que me separe de Ti; del maligno que me acecha –de este mal que me oprime, de este dolor del mundo- defiéndeme (que quiere decir: defiéndelos). Ahora que vivimos aquí en el mundo de los vivos. Y luego, en la hora de mi muerte, llámame. Mándame ir a Ti. Tus brazos ya no pueden abrazarme, pero se han quedado abiertos como en signo de abrazo eterno que dura siempre. Mira a esta humanidad. Mira cada rostro dolorido, exhausto, aunque esos ojos ya no vean… Pero tu Alma vive y despide ya perfume de esperanza.

MIÉRCOLES DE LA SEMANA SANTA

La suerte esta echada. La 1ª lectura pone al “Siervo de Yawhé” como el hombre de lengua de iniciado: el que está adentrado ya en la voluntad de Dios para vivir de acuerdo con sus proyecto, aunque sabiendo muy bien la que se le viene encima: espaldas golpeadas, mejilla abofeteada, barba mesada, rostro escupido y afrentado. Pero sin retirarlo y seguro de no quedar avergonzado, porque su causa la lleva el Señor.

El Evangelio parecería que vuelve atrás respecto a ayer, pero es que San Mateo narra desde otro ángulo la declaración de Jesús sobre Judas el traidor. Es a él mismo a quien Jesús le manifiesta que sabe la felonía que va a cometer. Y no obstante, Jesús no le dice que se vaya, ni Judas se va… Jesús mantiene su confianza en el hombre hasta que el hombre es el que definitivamente revienta dentro de sí mismo. Quizás por eso cuando se hable de la muerte de Judas, se dirá que reventó por medio y se esparcieron sus entrañas.

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