jueves, 19 de abril de 2012

Camino de Luz 10

10º.- APARICIÓN A TOMÁS (Jn 20,24-29)

No estaba Tomás con los compañeros cuando Jesús vino al Cenáculo, ya bien caída la tarde del Domingo. Tomás aparece varis veces en los Evangelios con un carácter valiente, indómito…, dispuesto a ir a Betania con Jesús y morir con Él, cuando Jesús decidió ir a resucitar a Lázaro. Ahora no se dejó amedrentar por el temor, aunque los demás estaban con las puertas bien apestilladas, por el miedo a los judíos. Tomás se salió. ¡Vaya Vd a saber si buscando que Jesús se le presentara a él como se había presentado a Simón Pedro; bien porque no aguantó más estar a llí encerrado con la psicosis que arrastraban los demás. Por lo que sea, Tomás, no estuvo allí cuando vino Jesús.

Al llegar, le salieron al paso, todo contentos, los compañeros para darles la buena noticia de que hemos visto al Señor. Y como si aquello le desencadenara una furia que llevara dentro, se embraveció y explotó con una respuesta que dejó helados a los compañeros. De verdad, no sólo era improcedente y fuera de razón, sino que en su disgusto cayó en la desconsideración con ellos mismos y aun en la falta de respeto al propio Maestro. Sus condiciones para creer fueron drásticas: Si yo no veo, y si yo no meto mis dedos en los agujeros de las manos y mi mano en su costado, no creo. Puede uno imaginar cómo se quedaron los otros.

Yo pienso que hay dos formas de reaccionar. Una, con las mismas formas que él había usado. Otra, con un silencio. La primera, se la merecía, pero ellos –pienso- estaban en otra onda. Por eso reaccionaron de la segunda manera. Callar. Cuando uno no quiere, dos no se pelean. Y si Tomás estaba beligerante, lo peor era presentarle cara. Ya podría haber otro momento en que se le buscara cómo corregirle aquella respuesta…, e incluso cómo ayudarle a tranquilizar aquella situación exaltada.

Una semana son muchos días, muchas horas conviviendo, para poder parapetarse recalcitrante en su soberbia. Y son las mismas horas para ser él quien pensara que su actitud no había sido correcta. Muchos días sin que apareciera el Maestro…, ¡y Tomás reconocía que él podía estar parando aquella venida, por su exigencia! Y ya habría algún compañero que supo acercársele oportunamente…, darle pie a una reflexión, para la que podía bastar ofrecer afecto, acogida. Comprensión. Y es muy difícil que un muro sea tan granítico que no se ablande cuando se le respeta, se le atiende y se le entiende.

Y Tomás amainó; hasta es posible que llegara a disculparse. Y los compañeros supieron guardar las formas sin echarle en cara. ¡Y pasaron 8 días…!

Aquel octavo día, Jesús se presentó y saludó con su habitual saludo de PAZ. Los apóstoles se dividieron instintivamente en dos filas a derecha e izquierda, y dejaron a Jesús frente a frente a Tomás. Pienso que es de las veces que Tomás hubiera deseado la moviola para echar marcha atrás de todo aquello que dijo y la actitud que tomó. No es que Jesús mostrar rostro disgustado ni duro. Era el propio Tomás quien se sentía avergonzado. Se hubiera ido a Jesús para echarse a sus pies, pero no le dio tiempo. Jesús lo llamó: Ven aquí Tomás. Trae tu dedo y mételo en mis manos; trae tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.

Yo me pregunto siempre si llegó a hacerlo. Si no se echó antes por los suelos, lamentándose de sí mismo. Quisiera pensar que Tomás se resistió ya. Pero también pienso que Jesús quiso que llegara a tocarle, aunque no fuera la materialidad de “meter los dedos” o “la mano”. Lo que Jesús quiso, finalmente, que hiciera no lo llego a imaginar. Pero me inclino que no llegó a humillarlo o mortificarlo obligándole a cumplir su bravata. Más bien, con esa continuidad con que lo expresa el texto evangélico, una vez que Tomás llegó hasta Él con su vergüenza en el rostro enrojecido, y puso su mano en la mano de Jesús, Tomás se sintió transformado por dentro, y una luz muy fuerte le iluminó… Ya no veía a Jesús, el Maestro. Ya sintió que no tocaba una carne de hombre. Cayó de rodillas y pronunció el sublime acto de fe de quien estaba ante su Dios y su Señor. Era evidente que no se lo revelaba así su “tocar la mano de Jesús”. Era, como en otra ocasión Pedro, el mismo Dios quien le hablaba y le revelaba la divinidad y señoría de ese Resucitado que tenía delante. Hasta me lo veo repetido millones de veces en cada creyente que cae de rosillas y de corazón ante la Hostia de Pan consagrado…, y también está viendo al Señor mío y Dios mío. ¡Y como eso LO VEO YO, o como yo me siento transido cada día en ese instante en que un pan en mis manos ya no es pan…, ya no toco pan…, y firmemente CREO que estoy tocando a Dios…, al Cristo triunfante de la Resurrección, me puedo hacer cargo de aquel momento. La verdad, ya se la advirtió Jesús, diciéndole: “Porque me has visto, has creído! Dichosos los que creen sin ver. Y yo me siento ese dichoso creyente, que no he visto…, pero que ni falta que me hace ver. Los ojos de mi fe están mucho más profundos que los de mi cara. Y sé perfectamente que ese Jesús que está en mi vida, es realmente el Dios y Señor de mi existencia toda.

LITURGIA DEL DÍA

De verdad que viene como anillo al dedo lo que Jesús habla a Nicodemo… El que viene de arriba está por encima de todos. De lo que ha visto y oído, da testimonio, y el que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El Enviado de Dios habla Palabras de Dios… El Padre ama al hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo, posee vida eterna

¿Qué les pasó a los apóstoles, detenidos pos su fidelidad a la misión encomendada por Jesús y movida por el Espíritu de Dios? Pues que, pese a prohibiciones y amenazas, no podemos menos que hablar de Jesús, porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Vosotros matasteis a Jesús, pero Dios lo resucitó, y nosotros somos testigos. ¿Qué respuesta podían dar? ¿Pues la misma que le dieron a Jesús en su momento: Éstos nos desafían…; pues lo mejor es matarlos. Sabían muy bien de ello aquellos jefes judíos.

2 comentarios:

  1. La oración íntima, en la que deja uno el corazón en blanco y a la escucha, me ha parado mucho sobre el momento siguiente a la fea respuesta de Tomás a sus compañeros. Si ellos responden en el mismo tono, allí hubiera habido un disgusto, unas palabras imprudentes, un calentamiento de ánimos, y una consecuente metedura de pata hasta herirse unos a otros.
    Pero no en balde los Diez habían recibido la efusión del Espíritu..., la visita de Cristo, el envío con el poder de Dios... Y entonces hubo un dominio de sí en cada uno de los Diez. No era momento de responder. No sería oportuno. No se haría bien. Más vale callar y dejar que las aguas se amansen (que entre otras cosas sea el propio Tomás quien recapacite, piense, duerma "la mona" -si es que puede dormir esa noche-..., y esperar todos a mañana, que amanecerá un día nuevo.
    No sé si es que es tan connatural en mí el callar ante la imprudencia de una actitud o respuesta, o que he aprendido a contar 50 y 100, si es necesario, que me siento perfectamente identificado con este silencio de los Diez. Que si hay que hablar, ya hablaré, con ánimos más templados en todos. O que preferiré callar, no sea que me ocurra lo de aquel famoso cuento de Calleja "Abracadabra", que cada vez que se retomaba la conversación, volvían a saltar las mismas chispas.
    Yo pienso que Tomás cayó muy pronto en la cuenta de su improcedente respuesta, de su falta de educación y de consideración con el mismo Jesús y con sus compañeros. Otra cosa es que en aquel carácter suyo le pudiera costar la marcha atrás. Pero para eso estaba también el guante de terciopelo de alguno de aquellos que, sin sacar por su parte conversación, empezó a ponerse cerca del "díscolo soberbio", y hacer un poco el papel de Jesús con los de Emaús... Un simple: "¿Qué?" con el que dejara que saliera el vómito de aquel hombre herido en sí mismo por su mismo amor propio...; que Tomás tuviera oportunidad de expresar cierta disculpa... Y así, con cariño, predisponerle a una nueva actitud de aceptación de aquello que había rechazado.
    No dejó de hacer mella en Tomás que Jesús no apareciera más. Ocho días son muchos días y muchas horas, y muchos silencios, y mucho sentimiento de tensión ambiental, para que no llegara pensar que podría ser él mismo quien retrasaba la venida de Jesús. Con lo que él había dicho, y en la forma que lo había dicho, sería muy raro que Jesús no apareciera. Lo deseaba Tomás con toda su ansia..., y lo temía. Pero era mayor su necesidad de que viniera Jesús, aunque le tuviera que decir, como a los de Emaús: ¡"Necios y cabezones..."! Pero eso mismo lo necesitaba Tomás. Sería para él una penitencia purificadora, que también le acabara haciendo arder su corazón..., ¡que a estas horas estaba ya mucho más blando que aquella noche de su regreso!

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  2. ´
    ¿ No fuerón estos mismos los que no creyerón a las mujeres ? ,¿por qué le iban a echar en cara a Tomás su incrédulidad ?. la inteligencia de Tomás estaba cegada por la muerte tan espantosa y sin orar con los demás mayor peligro, mayor tristeza para su alma .Yo desearía para mi una penitencia purificadora,que tambien acabara haciendo arder mi corazón ...
    asi al fin alabando y adorando de corazón al Señor mío y Dios mío .

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