lunes, 30 de abril de 2012

Después de la Ascensión


DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN   (Hechos 1, 12-14) 
           
            Han terminado los textos que se refieren a la VIDA GLORIOSA, ese “tiempo” que Jesús estuvo en el mundo nuestro desde su Resurrección hasta su Ascensión a los Cielos.  Comparo siempre la vida de Jesús en nuestro mundo a un gran “gran viaje espacial”.  El Verbo de Dios, el Hijo, eterno como el Padre y Dios con el Padre y el Espíritu Santo del Amor, inició un día el vuelo más infinito que pensarse pudiera el guionista más aventurado de la ciencia ficción: un viaje desde los Cielos –mirada del Altísimo- a la tierra embadurnada por la suciedad humana.  La misión espacial consistía en girar en ese mundo y hacer las reparaciones pertinentes en el módulo humano, que se había desconfigurado absolutamente.  Y no había más técnico especialista que el propio Hijo de Dios.
            Por eso se vino al mundo con su herramental pertinente: vaciarse, ponerse el mono de hombre, pero no solo por fuera como el que “se hace pasar por…”, sino tomando la condición humana, haciéndose un hombre como otro cualquier, para poder llegar a morir en la Cruz  Desde ese fango humano, Él empujaría a esa humanidad sumergida en el pantano del mal, y –sepultado- resucitaría por la fuerza de Dios.  Fue levantando a esa humanidad, atornilló sus tuercas con Alianza irrompible y –acabada su misión- emprendió el regreso a su Base Espacial.  He ahí la Ascensión que meditábamos ayer.
            Voy a confesar una experiencia personal.  Cundo yo hice por primera vez el MES de Ejercicios Espirituales, esa fragua maravillosa que con la que fue inspirado San Ignacio de Loyola- “conviví” 21 días con Jesús, a base de 4 o más horas diarias en íntima compañía, en silencio total, y el alma puesta en Él desde levantarme hasta el momento de quedar dormido.  Eso da una intimidad inenarrable. Sufrí con Él aquellos 7 días –más de 29 horas de oración- en su Pasión, buscando sentir el dolor junto a Cristo dolorido y quebrantado.  Cuando entramos en la Resurrección, Jesucristo era ya cosa mía. Gocé hasta la médula por su propio gozo, sentí que ya estaba con Él y no se separaría más.  Y cuando llegó la oración sobre la Ascensión, ¡me resistía a que se fuera!...  ¡Era mío!, pero “se iba”…  Y yo pensé entonces que María, su Madre, los Apóstoles, María Magdalena, los otros y otras, debían regresar a Jerusalén como la novia que despide en la estación –sabe Dios hasta cuando- al hombre en quien tiene depositado el amor de su vida…

            Y me topo con los Hechos de los Apóstoles que me desvela el regreso a Jerusalén sin ningún aspaviento. Ellos amaban mucho y ahora se alegraban intensamente del triunfo del Señor.  Se volvieron, se fueron al piso de arriba, y María, los Once, las mujeres, y algún familiar de Jesús, se metieron en una oración muy sentida…  En realidad sabían que Jesús no se había ido…  Había dejado Palestina, pero era para estar ahora mucho más cerca de cada hombre y mujer del mundo entero.  Y oraron, porque les quedaban puntos muy importantes que resolver.  Y eso sólo se alcanza con la oración.
                Junto a ellos, y en medio de todos, la Maestra de oración, María, la que siempre supo guardar en su corazón el tesoro de los misterios que no se pueden comprender a la vuelta de la esquina.


SIGUEN:
- Liturgia del día.
- Una reflexión personal sobre la marcha del BLOG

1 comentario:

  1. DEBO HABER COMETIDO UN ERROR AL SUBIR mi reflexión sobre la marcha del Blog, porque no aparece. Lo demás sí. Ya lo pondré, si me es posible.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!