viernes, 20 de abril de 2012

Camino de Luz 11

11º.-APARICIÓN EN EL LAGO Jn 21, 1-14

San Juan había acabado ya su evangelio con el epílogo de 20, 30-31. Y sin embargo hay un capítulo 21 posterior de una proyección eclesial de profundos ecos que van más allá del suceso en sí.

Nos advierte que es la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, y nos enumera a cinco, por sus nombres o identificación, y a dos más sin concretar. Y son, de una parte, Simón Pedro (que como es natural es quien lleva la iniciativa). Y bien conocemos a Simón por las descripciones evangélicas, que era persona muy tendente al protagonismo, que solía siempre adelantarse y señalarse ante cualquier circunstancia. Tomás: ya lo conocemos por su “tarjeta de identidad” tan reciente en la última aparición, y su referencia a su intrepidez cuando la muerte de Lázaro. Evidentemente, un carácter. Natanael o Bartolomé (“un hombre cabal”, lo definió Jesús en su momento). Lo que podríamos deducir de sus pocos datos escritos, es que era hombre callado y de vida interior (aquello de “debajo de la higuera…”).

Los hijos del Zabedeo –Juan y Santiago (“los hijos del trueno”, que les llamaba Jesús, por su vehemencia y drasticidad en querer resolver por la tremenda). Otros dos. No descartaría yo a Andrés como uno de ellos. Hermano de Simón Pedro, unidos en la pesca, y que fue Andrés quien llevó a Simón ante Jesús. No es de los que más aparecen actuando en los libros sagrados.

He hecho esta descripción porque puede ser clave para entender la narración y sus efectos. Porque no se trataba de hermanitas de la Caridad ese conjunto de personas que van a protagonizar el relato que Juan ha añadido a su Evangelio.

Simón, por su cuenta y riesgo y decisión individual, dice: Me voy a pescar. Los otros, sin discutir ni sentirse postergados, responden un sencillo Nosotros vamos contigo. Ya es llamativo de primera intención, porque ¡cuántas veces discutieron entre ellos sobre la supremacía de unos sobre otros! Ahora no hay nada de eso. Empieza tomar nota “el discípulo a quien Jesús amaba”. [Recordemos la NOTA PREVIA que estuvo puesta en su momento oportuno, y no perdamos de vista de que aún tenemos “un discípulo sin nombre” en ese grupo de siete].

Salen a pescar, muy cerca de la playa, y los buenos pescadores que se han ganado la vida en aquello tantos años, se encuentran con que no hay ni un pez. Los no pescadores tenían sus deseos de ver cómo era una pesca, per se quedan con la gana. No hay tampoco ironías, bromas de mal gusto. ¡Y eso una noche entera, metidos en el pequeño espacio de una barca! ¿Qué hicieron en tantas horas? Pues muchos buenos recuerdos podían tener en sus mentes para recordar ahora en la quietud de la noche. No había pesca, pero algo aleteaba del espíritu del Maestro, que les hacía vivir la nostalgia gustosa de aquellos tres años. Ni una palabra que pueda alterar el buen ambiente. Y “el discípulo a quien Jesús amaba” sigue almacenando datos en su sentir hondo.

Aún no ha amanecido, cuando entre las brumas de la alborada ven a un hombre que pasea por la orilla…, que se fija en ellos, que les llega a preguntar con buena voz si tienen pescado. ¡Encima de la esa noche baldía, tener que decir que no…! Y con respuesta poco explícita, pero sí clara, responden que “NO”. El personaje aquel les dice que echen la red a la derecha de la barca y que encontrarán. ¿Será que está con los peces debajo y no se han enterado ellos? No era extraño que desde la playa se pudiera ver lo que desde la barca no se veía. Y como ya nada tenían que perder, hacen caso y echan la red…, pescan gran cantidad de peces. Y allí se colman ya las “notas de campo” que ha ido reuniendo “el discípulo amado”, y en voz queda le susurra a Simón: ¡ES EL SEÑOR!

Yo me pregunto siempre si “era EL SEÑOR” el personaje de la playa o esa novedad absoluta que llevan viviendo desde que Simón determinó irse a pescar, y los demás vieron como lo más normal irse con él. Y lo pienso porque a mí me llena mucho saber que el Evangelio no está escrito para decirlos “lo que pasó” sino lo que tiene que seguir pasando todos los días hasta el fin del mundo. Y eso de tener ojos limpios para saber descubrir, entre la brumas del “amanecer”, que “ES EL SEÑOR” todo suceso, situación,

hechos agradables o desagradables, triunfos a fracasos…, me es de una importancia y elocuencia formidables. Eso me habla del “paso” obligado del “relato” escrito ya, a mi particular “relato” personal, en el que yo me siento inmerso en mi realidad actual y diaria. De ver “fantasmas”, culpables, verdugos, hechos imprevistos agradables, personas y rostros…, a descubrir detrás de cada “cosa” que ES EL SEÑOR, me resulta un descubrimiento impresionante y gozoso. Me descubre que eso es haber resucitado Jesucristo, y que eso es mirar la vida con gafas de resurrección. Por eso me repatean profundamente tantas suspicacias, sentimientos ofendidos, críticas y crisis tan superficiales, cuando, yendo en la misma pequeña barca, puede pasarse la noche entera –y aun desfavorable- sin que haya un “tuyo y mío”, y pueda vivirse una pesca inesperada…, y descubrir siempre, más allá, la presencia del SEÑOR.

Prescindiendo de los otros detalles del relato, me hace mucha fuerza el final del mismo, cuando ya todos han bajado de la barca, y dice el evangelista, con una expresión aparentemente inútil y hasta absurda: “Ninguno se atrevía a preguntar quién era, porque SABÍAN que era EL SEÑOR. Una de dos: o lo están ya viendo, y sobra la explicación (porque lo que se ve, no hay que preguntarlo), o siguen SIN VER…, y sin embargo SABEN que es el Señor. Saber no es ver, no lo que se ve necesita más que ver. Luego aquí hay todo un tratado esencial del evangelista, para mostrar que la fe no es ver, ni el resucitado en nuestras vidas necesita ser visto. “SE SABE”, se experimenta, se es TESTIGO…, con los datos que hoy tenemos nosotros, los dichosos que creemos sin ver. ¿No les parece muy sugerente esa frase del evangelista? Cuando tenía delante una comunidad de fieles, 50 años después de haber estado Jesús en la Tierra, Juan está diciendo muchísimo más que una frase por las buenas; está diciendo toda una proyección que trasciende los tiempos. Está diciéndonos a nosotros que no tenemos que preguntar, porque más allá de ver con nuestros ojos- está el SABER CON LA CERTEZA DE LA FE

Y yo siento que mi fe se amplía, que mi alma se siente henchida, porque vivo en el siglo XXI y puedo seguir estando en la experiencia vivísima de la Resurrección del Señor.

1 comentario:

  1. Hoy me he estado pensando más aquella tarde y noche en la barca de Pedro: Pedro (como es Simón, el hijo de Juan), Juan y Santiago (“Truenos”), Tomás (díscolo), Natanael (hombre leal), seguramente Andrés (compañero de pesca, hermano de Simón, el que lo condijo a Jesús, y que puede imaginarse que es uno de esos “dos más” que se citan). Y como queda vacante un puesto, y en el relato se habla de un “discípulo amado”, yo me meto a ocupar su puesto).
    Al principio, expectativas o curiosidades. Allí estamos… Y yo, que soy de tierra adentro, puestos mis cinco sentidos en algo que nunca he visto. Luego, fallido el intento repetido, nos toca que irnos a nuestras casas o quedarnos allí y tener la oportunidad de gozar de recuerdos comunes. Y en la soledad de una noche plagada de estrellas, optamos por quedarnos. Hacía buena temperaturas, y suaves olas venían a acariciar la barca.
    Andrés se acordó de aquel día, junto al Jordán… La primera vez que se fijó en Jesús porque su maestro el Bautista, les hizo mirar a aquel que era “Cordero de Dios”, con todo lo que era para un judío esa expresión. Y Andrés y otro se levantaron del corro y se fueron a mirar más de cerca… Un imán invisible tiró de ellos…, y se encontraron con Él. Se le cae la baba recordando… Y “éste –señaló a su hermano- cayó también redondo ante la mirada de Jesús”. Pedro sintió toda la emoción de aquel día, aunque le puso en ascuas aquel: Tú serás… “Y mirad adónde estoy hoy…” Se le veía una satisfacción rebosante.
    Juan Y Santiago también tenían su historia de aquella mañana en la playa, pasando Jesús y diciéndoles abiertamente: “Seguidme”.
    Natanael, el que se llevó la enorme sorpresa de lo que Jesús sabía de él…, hasta de algo muy personal… Y todavía le dijo que “vería cosas mayores”… ¡Qué razón llevaba!
    Y yo me he puesto a pensar… ¿Cuándo me llamó el Señor? Y no puedo decir: en tal instante. Cuando quise explicarlo a los compañeros de esa noche, sólo pude decir que algo fue abriéndose paso en las brumas de mis 16 años…, hasta aquel día en unos Ejercicios Espirituales que nos dieron una ficha, y al final decía: “Mi resolución”…, y allí escribí las tres palabras que me comprometían a SEGUIR A JESÚS. ¡Cuánto ha llovido desde entonces! Y puedo afirmar, que con olas encrespadas y con mar sereno, un día detrás de otro, y viendo ya más cerca el último horizonte, esa barca me está ayudando a disfrutar hoy la pesca milagrosa que conduce a afirmar que mi vida ha sido siempre: ÉS EL SEÑOR.

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