sábado, 7 de abril de 2012

LUTO EN LA IGLESIA

LA SOLEDAD DE MARÍA

La Iglesia vive su luto peculiar en este SÁBADO SANTO. La expresión máxima de esa orfandad la sensibiliza en lo más llamativo que puede haber en la vida de la Iglesia: Hoy NO SE CELEBRA LA EUCARISTÍA. Hoy es, en verdad, el día del más grande ayuno. Hoy la Iglesia se vuelca en María, y centra en Ella todo su dolor y toda su necesidad de consuelo.

Sí: de una parte es el propio dolor de la Madre. Ella vive en su Corazón la ausencia del Hijo de sus entrañas, que ha quedado allí arriba en el sepulcro. Ella ahora rumia todo lo que ha sufrido Jesús en las últimas horas. Ella, a la prudente distancia, le ha seguido los pasos, y ha podido vivir en sus entretelas del alma, cada dolor, cada tormento, cada expresión del rostro del Hijo… Cada expresión de aquellos que intervinieron en ese trance. Ella ha ido sintiendo entrarle el puñal en su propia alma, hasta clavársele hasta la empuñadura. Ella ha dejado a su Hijo cadáver, puesto en un sepulcro de modo precipitado porque no hubo tiempo ni para los últimos detalles que se dedican a cualquier cadáver.

Acompañar hoy a María me es una obligación filial…, un encargo que he recibido de Jesús, allí al pie de su Cruz. Mi compañía no puede tener palabras, que me resultarían ridículas. Sólo compañía. Sólo estar allí. Sólo acoger si algo me quiere Ella expresar. Y no puedo negar, que mi luto personal necesita también de Ella, y que sé que Ella tomó muy en serio el encargo de Jesús en la Cruz.

El mundo interior de María es un pozo sin fondo. María pasó su vida con mil lagunas que no pudo entender, pero que supo ir guardando en su Corazón. Y si muchas veces rumió tantos y tantos aspectos vividos misteriosamente en su vida, hoy –en ese silencio doloroso de su orfandad- parecen irse regurgitando y aclarando…

Aquellos misterios lejanos desde el momento del anuncio del ángel…, a aquel Belén inexplicable… Aquellos años silenciosos de Nazaret en los que parecía como esfumarse todo sentido especial de su Hijo allí escondido en una vida como cualquiera de la aldea. El extraño gesto del hijo de 12 años, que bien les dio a entender que ese Hijo no les pertenecía…, aunque aquello fuera un fogonazo suelto en medio de tantos años. O aquella despedida costosa cuando su Hijo sintió el impulso que le movía.

CANÁ se le hacía ahora mucho más claro. Ella fue allí alma de una situación muy particular. Hoy María siente el gozo de haber estado allí, porque Dios la tuvo a Ella como intérprete, y allí jugó un variado papel de mujer: observadora, Madre, corazón sensible a la necesidad ajena, sana mano izquierda para que los criados no pusieran resistencias a lo que no entendieran. Y María pudo ver actualizado aquel hecho de Moisés que hace brotar agua de la roca seca… Y un agridulce se le pasa por el sentimiento a María, recordando ahora el agua brotada también del Costado de su Hijo…, algo tan reciente, tras un hecho tan doloroso para el corazón de una Madre…

Pero aquel agua se hizo un vino tan sabroso y de tan alta gradación, que levantó extrañezas en los entendidos. Tenía un efecto muy especial, no emborrachaba pero allá en sus efluvios de aroma peculiar, creaba adicción…, embriagaba en otro sentido…: apegaba, se hacía un licor que engendraba virginidad, fortalecía mártires, alentaba fe en muchos, y llegaba –en su momento- a convertirse en Sangre salvadora, cuando el Sacerdote pronunciaba sobre ese vino las palabras mismas que Jesús puso en su boca el día que –con el poder del Padre- les dio a sus sacerdotes la potestad de REVIVIR aquella Cena, y TRAER de nuevo a Cristo a la Tierra en la forma real del Sacramento máximo… Y otra vez se va el sentimiento de la madre hacia aquel boquete del Costado abierto, donde Ella pudo recoger con su propio manto una parte de la Sangre que brotó de aquella nueva ROCA…, en realidad tan blanda y generosa como el propio Corazón del Hijo. Cierto que ya muerto, y sin embargo haciéndose allí fuente permanente de vida.

La soledad de María iba dejando salir destellos de luz. Una fuente que mana siempre, es una fuente viva. Una soledad que revive ilusiones, no es soledad dolorosa. Una Madre que sabe que aquel Hijo que ha dejado sepultado, anunció múltiples veces el MISTERIO DE LA VIDA al tercer día, es una soledad y un luto muy especiales. San Bernardo lo dice muy claro: Dolor de María, como mayor dolor, porque era Madre a la que le habían matado su Hijo. Luz en el horizonte porque era creyente, y esperaba.

La Iglesia vive hoy ese doble sentir. No tiene Eucaristía. Pero está mirando a la medianoche, preparándose de antemano en vela o vigilia, porque una aurora se presiente, y la Iglesia encenderá un fuego en medio de la noche para traer a su calor a los caminantes que aún van en tinieblas y en sombras de muerte… La Iglesia vive ya expectante.

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