jueves, 5 de abril de 2012

JUEVES SANTO

JUEVES SANTO
Hoy no es tema de Pasión de Jesús expresamente. Hoy es, nada menos que JUEVES SANTO. Y aunque sea el momento de salida de la Pasión cruenta de Jesús, me voy a quedar en mis pensamientos con esa cara especial de este día, que es el invento de Jesús para quedarse siempre con nosotros: LA EUCARISTÍA.
Momento vivamente deseado por Jesús, sabiendo también que ya no volverá a celebrar una Pascua con sus discípulos. Momento en el que habiendo amado siempre, hoy le revienta el Corazón en amor. Momento de ternuras extremosas y de golpes también extremos en su alma. Unas horas que –dirían los corredores ciclistas- es una “etapa rompepiernas”: subidas y bajadas que, antes de reponerte de una situación, encuentras la otra: los anuncios de traición o de negaciones, Jesús a los pies de sus apóstoles, Cena solemne (“comer la Pascua”), presagios de pastor herido y ovejas dispersas, mientras Judas consuma su mala acción, Y Jesús siente sobre sí la doble “glorificación” de paz…, de quedar ya entre amigos…, de muerte segura…, de Gloria del Padre por la fidelidad y la obediencia…, pero ¿a costa de qué?.
Y LA EUCARISTÍA, el inmenso acto de amor de dar a comer su Cuerpo y dar a beber su Sangre para que podamos tener vida eterna. Anuncio del hecho sangrante y terrible de ese Cuerpo que va a morir dentro de unas horas, y esa Sangre que va a ir quedando por el camino.
Pero en los siglos, quedará LA PRESENCIA, el tesoro de REVIVIR aquel momento CUANTAS VECES LO HICIÉREIS.
Eucaristía que tenemos ahí día tras día, siglo tras siglo…, “multiplicada” en mil partes del mundo, en la intimidad y en la cercanía de cada Celebración a la que acude fielmente Jesús, para estarse con nosotros, ayer, hoy y siempre. Permanente. Sin fallar.  Sin resentirse. Unas veces amado, adorado, ablandando sentimientos y provocando amor sin medida…, y otras veces profanado, maltratado, indignamente recibido. Pero Jesús, sin faltar a la cita. Jesús convierte ya cada día en Jueves Santo, rodeado de sus Once fieles, o en una catedral abarrotada, o en un pueblecito con dos ancianos…, y uno de ellos –quizá- el propio sacerdote. Pero allí acude Jesús, cada vez que el sacerdote pronuncia las PALABRAS DE LA CONSAGRACIÓN.
Y ya estamos ante el otro inmenso misterio de amor: EL SACERDOCIO. Que Jesús hiciera aquel día aquel prodigio de darse en el pan y el vino de aquella mesa pascual, ya es grande. Pero que al mismo tiempo creara el modo de seguir perpetuando también ese milagro indecible, es OTRO MILAGRO que hace temblar. Jesús tuvo el poder recibido del Padre para –en aquel momento- decirle a sus Once: Cuantas veces hagáis esto, revivís mi muerte hasta que Yo vuelva. Palabras eficaces que transformaban al hombre en OTRO CRISTO, otro poder de HACER EL MILAGRO de que una criatura débil, indigna, un nadie…, tuviera en sus manos y en su boca el poder de Cristo. Que una pobre criatura hiciera que Jesús obedeciera a su palabra, cundo él pronunciara sobre el pan y el vino las mismas palabras consecratorias de Jesús.
Es para sentir temblor. Para caer de rodillas en admiración amorosa. Verdaderamente EL SACERDOCIO es un milagro que rebasa cualquier pensamiento. Es un don supremo de Dios sobre aquellos a los que llama.
Podría preguntarse si hoy es la mano de Dios más cicatera en suscitar vocaciones al Sacerdocio…, de extender a más hombres sus poderes divinos… Evidentemente NO. Dios no cambia. Y la prueba es cómo proliferan esas vocaciones en otras latitudes. Lo cicatero está en el hombre y en el mundo hedonista de hoy. En la necedad de haber querido hacerse dueños de sí mismos y de “su felicidad”, y haber secado la fuente en sus orígenes. Pero podemos estar bien seguros que Dios está detrás de esas compuertas, ilusionado en invadir nuestras acequias de AGUA VIVA a la menor señal de las familias, las sociedades, los educadores auténticos, que abran el cerrojo de sus mortales egoísmos. Y Dios desbordará, como es lo propio de su infinita infinitud.
LA LITURGIA DE ESTE DÍA
La 1ª lectura sitúa el origen de la pascua judía. Allá en los albores del pueblo hebreo, en su esclavitud de Egipto. Ha llegado el momento en que Dios decido liberar al pueblo que Él se ha escogido para ser germen de liberación universal. La opresión de Egipto, con todo su simbolismo de pecado opresor personificado, ha llegado a su colmo, y Dios saldrá en defensa de ese pueblo suyo oprimido. La libertad va a suponer un éxodo, una salida, una etapa de camino largo. Y apremiante el momento. Por eso el pueblo se va a concentrar en una celebración festiva y dolorosa: todas las familias van a tomar un cordero o cabrito sin defecto, y van a hacer una última comida en Egipto, con una densa significación religiosa y pascual (=de salida, de paso desde la esclavitud a la libertad; de la muerte a la vida). La sangre del animal servirá de señal sobre los dinteles de las puertas, como señal de seguridad para quienes son miembros del pueblo elegido. Ese día es tan importante que va a marcar el primer mes del año judío. Y se lo comerán como quien está a punto de salir de viaje: de pie, calzados, vestidos y ceñidos. Y será fiesta por siempre, en honor del Señor.
San Pablo nos da el salto de siglos en la 2ª lectura. Aquella pascua era sólo un símbolo de la gran liberación. Aquella sangre, una señal. Pero Cristo lleva a plenitud lo simbólico al hacerse Él a sí mismo el verdadero Cordero que quita la esclavitud del pecado del mundo. Y la noche de Pascua, la Pascua nueva y ya eterna, Jesús ofrece su Cuerpo y lo da en signo de pan partido y repartido: MI CUERPO QUE SE ENTREGA. y “entrega” es a la muerte. Y LUEGO SEÑALA LA VIDA DEL CRISTIANO CON SU PROPIA Sangre: MI SANGRE QUE SE DERRAMA, por toda la humanidad, para la liberación de la más profunda esclavitud: el pecado de todos. Y esa copa con la Sangre salvadora, de eterna ALIANZA, irá también pasando de uno a otro de aquellos Once que están con Jesús a la mesa, en su Cena de despedida. Pero con algo muy singular: que no es un acto aislado ni que queda encerrado en aquel Cenáculo. Los Once, y cuanto ellos vayan designado…, y así a través de los siglos, CUANTAS VECES LO HAGAN, SERÁ VIVIR DE NUEVO AQUEL INSTANTE.
San Juan, en el Evangelio dice: Todo eso es un hecho y es verdad. Pero todo eso no tiene más remedio que tener una permanencia viva EN EL AMOR DE CRISTO QUE SE HA DE PERPETUAR POR CADA CRISTIANO, como distintivo de ser su discípulo. Porque para Juan Eucaristía es ponerse a los pies de los demás, tal como Él ha hecho. Y la Eucaristía se vaciará de contenido cuando el cristiano esté reñido con el amor a sus semejantes, amigos y enemigos.
JESÚS SACRAMENTADO quedará en solmene Exposición para la adoración de los fieles, hasta el día siguiente. De una parte, asimilando el gran mensaje múltiple de PRESENCIA y de EJERCICIO DEL AMOR. De otra parte, comienza la Pasión cruenta de Jesús, donde realmente su Cuerpo va quedar deshecho y su Sangre derramada… Quedan terribles horas de sufrimiento (y verdadero amor). El creyente necesita apegarse al Cristo Eucaristía, Cristo del dolor en su Pasión, y acompañarlo en la Presencia real del Sacramento.

2 comentarios:

  1. Anónimo9:42 a. m.

    En realidad no es el Sacerdote el que convierte el pan y el vino, sino la INVOCACIÓN que este hace del ESPÍRITU SANTO.

    El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas.(CIC 1545).

    Es decir, Cristo YA NO MUERE MÁS. Lo hizo una vez, y ese Sacrificio ÚNICO se hace presente, se trae al presente, se actualiza lo que significa para todos nosotros en la parte final de cada Misa.

    Lo que la Iglesia hace con esto es ser Fiel al Señor que fue quien dispuso que se celebrara la Eucaristía.

    Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino..."

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  2. Realmente extraño: un PABLO no registrado y entrando en los comentarios. Te felicito por este éxito, del que me alegro personalmente, porque es buena señal.

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