domingo, 8 de abril de 2012

ALELUYA

VIDA GLORIOSA
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Amanece el primer día de la semana, según el calendario judío. COMINZA EL DOMINGO, o DÍA DEL SEÑOR en el calendario cristiano. Comienza la plenitud de la NUEVA ERA, el día que anunció el Señor, y que marca toda una línea divisoria en la historia de los CREYENTES EN CRISTO. Tan divisoria, que sin este día, sería vacía y absurda nuestra fe, y con este día somos las más felices criaturas de toda la historia humana:
JESUCRISTO HA RESUCITADO
Y en su Resurrección, la única completa y verdadera RESURRECCIÓN, todos somos resucitados, abocados a resucitar, a vivir una realidad diferente de vida, en la nos vayamos renovando de día en día, para vivir en justicia y santidad verdaderas.
LA LITURGIA DEL DÍA
El Evangelio de hoy es mucho más de lo que parece a primera vista. San Juan es mucho más largo de lo que parece expresar, y muy intencionadamente ha situado a Pedro y “al otro discípulo” como los primeros visitantes del sepulcro donde fue colocado el cadáver de Jesús, en la noche del Viernes Santo.
La fe en Jesús, el Maestro, se ha quedado tan debilitada que hasta habrá quienes opten por marcharse lejos y no querer saber más, porque esperaban…, pero ya se ha acabado la esperanza. Porque testigo tan presencial como María Magdalena, ha llegado a avisar a los apóstoles que se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Y con esos alarmante datos, se ponen en movimiento dos representantes fundamentales de todo el nuevo período que comienza: De una parte, Pedro. Así: Simón Pedro, un ser concreto de carne y hueso, que –al mismo tiempo- ha sido constituido PIEDRA y roca inamovible de la Iglesia que Cristo quiere fundar. De la otra parte “el discípulo amado”, que es esa misma realidad, ya en ciernes, de la propia Iglesia.
Suben. Corre más ese otro discípulo, y es el primero en llegar, en asomarse, en ver que los lienzos que envolvieron el cuerpo de Jesús. Pero respetuoso con Pedro, no entra. Lo espera. Pedro llega un poco después. Y directamente entra. Y tras él, el otro discípulo. Se quedan mirando, pensativos. En Simón Pedro, todo es perplejidad. En el otro discípulo, se enciente una luz. Los lienzos no están tirados. (Alguna traducción que dice que estaban en el suelo, en realidad no da el sentido real. La palabra usada por el evangelista es “plegados”; y plegados no es “doblados” como el que dobla una sábana, sino la parte superior que cubrió el cuerpo, caída sobre la parte inferior; o sea: como “extraído” el cadáver sin tocar las sábanas; como esfumado el cuerpo).
Y el discípulo VIO Y CREYÓ. No vio nada que no viera Simón Pedro. Pero su “ver” estuvo iluminado por la Palabra de Jesús, más elocuente que lo que dan los ojos de la cara. Porque VIO a la luz de lo que había dicho tantas veces el Maestro. Y ahí sí que está la fuerza de la fe. “Dichosos los que creen sin haber visto”, que dirá Jesús a Tomás, y que es precisamente la FE DE LA IGLESIA, la del otro discípulo la fe que no ve con un ver palpable, pero ve con un ver de la fe. Precisamente la fe nuestra, la fe de nosotros, dichosos, que creemos sin haber visto…, y sin embargo HEMOS VISTO mucho más allá.
Cuando Pedro, en la primera lectura de hoy, habla a los judíos, da por evidente el ACONTECIMIENTO CRISTIANO [“Acontecimiento es más que “un hecho”. Un “hecho” ocurre y pasa. Un “acontecimiento” ocurre y permanece, perdura. Y ese ACONTECIMIENTO es que lo ocurrido y conocéis es que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien, de lo que nosotros somos testigos; que lo mataron en una cruz, pero que Dios lo resucitó al tercer día, y así se mostró a muchos testigos, y Dios lo exaltó como SEÑOR de vivos hy muertos. Y eso es lo que predicamos.
Y San Pablo saca la consecuencia ineludible: nosotros somos el fruto de ese acontecimiento. Y los que HEMOS RESUCITADO CON CRISTO, tenemos que vivir ya con el corazón puesto en el Cielo, en Cristo, en la manera de vivir de Cristo: no reptando en los bienes terrenos sino –viviendo- en este suelo, tener ya la mirada fija en los bienes de arriba, en los valores supremos que nunca se agostan.
La gran celebración de la resurrección de Jesús es LA EUCARISTÍA. En ella revivimos y sentimos actual todo el inmenso acontecimiento cristiano. AUNCIAMOS LA MUERTE DE CRISTO, como semilla de grano que cae en tierra y mure, pero es para eclosionar hacia afuera y CRECER en una vida nueva…, juna espiga que ya no para hasta APROCLAMAR LA RESURRECCIÓN y granar en el mismo Cielo adonde estamos abocados quienes creemos en la RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO, ya vivimos en el momento presente con nuestra renovación en bondad y lealtad en la vida presente.
Desde entonces es inexcusable para quien es ese “otro discípulo”, la IGLESIA como comunidad de los creyentes en Cristo Resucitado, celebrar el DOMINGO como EL DÍA DEL SEÑOR

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