domingo, 15 de abril de 2012

Camino de Luz, 7

5º.- LOS DE EMAÚS (Lc 24, 13-35)

Todavía no había regresado María Magdalena. Los dos discípulos aquellos, más precipitados que reflexivos, más dejándose influir de sus presentimientos negros que del clima más general (que de hecho se va despejando levemente), deciden irse. Jesús dijo que ciegos, guías de ciegos, los dos van al precipicio. Y aquí hay evidente ceguera (dice el texto, con una expresión de inmenso calado, que sus ojos estaban presos; que es mucho más que no ver; es la obscuridad de la mazmorra obscura, encerrada y con barrotes de hierro). Es la ceguera de un estado de hundimiento anímico, de una sensación de fracaso –lo que encierra en sí una dosis de amor propio que se siente defraudado porque cree haber perdido el tiempo tontamente por seguir a Jesús-. Es el fruto de un estado depresivo, no controlado, y no capaces de esperar que escampe. O más peor: han perdido la fe en Jesús. Y se han quedado entre el cielo y la tierra. En esa situación, lo mejor es huir, quitarse de en medio, poner distancia.

Y lo más curioso es que, los que parecen estar de acuerdo en irse y huir-, van discutiendo por el camino. Y se ocurre preguntarles: ¿Por qué discutís? ¿No es que habéis querido iros?

El hecho es que en ese estado, cuando lo típico es no querer ver a nadie y quedarse “en lo suyo” (por oscuro que sea), un caminante que viene en la misma dirección acelera el paso para unirse a ellos…, para no ir solo. Y lo que advierte inmediatamente, y les pregunta es: ¿Por qué vais tan tristes? Y muy típico de los hundidos (y en el fondo peleados consigo mismos), es una respuesta en nueva pregunta, casi agresiva: ¿Tú eres el único peregrino (=despistado) que no sabes lo ocurrido estos días en Jerusalén? Y el “despistado” caminante se hace “más despistado” todavía, con una finísima psicología… Aquellos hombres van muy cargados. Llevan muchas bilis acumuladas. Lo que necesitan es vomitarlas. Y el caminante dice un escueto y humilde: ¿Qué?

Y comienza el vómito… Toda una alabanza a Jesús, el que nosotros esperábamos (en pretérito muy imperfecto). Y ahora viene lo bueno: ES VERDAD que mujeres de nuestro grupo nos han soliviantado diciendo que han ido al sepulcro, que no está allí su cuerpo, y hasta visión de ángeles han tenido. ES VERDAD que han ido dos de los discípulos y han hallado todo como las mujeres decían. PERO… A Él no lo han visto. Todo es verdad, pero… Lo más típico de los “ojos presos” que ni ven ni quieren ver.

En “despistado caminante” toma ahora la iniciativa, y no lo hace suavemente. Los zangarrea de lo lindo, como entrada inicial: Necios y duros de corazón. Lo curioso es que no rechazaron aquello. En el fondo lo necesitaban y hasta estaban deseando que les plantaran cara. No se sintieron mal por aquellas palabras. Luego aquel compañero que se les había añadido en su camino, resulta que sabe mucho más de lo que parecía, y que les mete de lleno en el misterio llevándolos por el recorrido de las Escrituras antiguas y recientes. Y la conclusión era evidente que era necesario que el Mesías padeciera y así entrar en su gloria.

Algo de ellos está bullendo dentro… Sus corazones se van calentando. En cuanto alguien les ha mostrado el verdadero fondo, ven que ellos estaban empedernidos en su interpretación y su decisión. Y que ahora, cuando alguien les expone serenamente la realidad. Sus mismos corazones arden por dentro con emoción y esperanza. Tanto que cuando llegan a la encrucijada que se desvía hacia la aldea, el caminante “se despide” para seguir su camino… Y ellos le ponen una excusa para que no siga: quédate con nosotros; es tarde y no vas a ir solo por el camino… Había mucho más que lo que decían. ¡Necesitaban de él!

Lo invitaron a cenar. Con la deferencia propia hacia el huésped, tan típica de aquellos pueblos, le dan a repartir. Y ahora entre el evangelista con lo que era su esencial intención en todo el relato. El peregrino toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo da. Exactamente las palabras con que se describió la Santa Cena con la institución de la Eucaristía. Y como el evangelista-catequista quería enseñar este punto como fundamental para hallar a Jesús, reconocieron a Jesús al partir el pan.

Ahora se abalanzan los dos discípulos a echarse a los pies de Jesús. Pero Jesús desaparece. Tal como puede ocurrirnos a cualquiera. La fe está en lo esencial: la eucaristía como núcleo que engendra y trasmite fe. Lo e menos ahora era “abrazar a Jesús” en su Persona aparecida. Hay una aparición mucho más real, más extendida a través de la historia, y que así llega a nosotros. Cuanto más obscura se nos hace la vida, más necesidad tenemos de ir a la Eucaristía. Porque no vamos a ella porque estamos rebosantes, sino porque ella tiene que ponernos a rebosar…, a devolvernos la fe, a cambiarnos nuestros ojos “presos” por esos ojos que ven, y con solo ver lo que no se ve, ya están viendo El resto es querer anunciar la alegría. Querer mostrar lo mucho que se habían equivocado el reaccionar tan primariamente en aquel momento de su huida.

PUBLICO DOS ENTRADAS MÁS A CONTINUACIÓN DE ÉSTA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!