domingo, 15 de abril de 2012

Camino de luz 6

SE APARECIÓ A PEDRO (Lc 24, 34; 1 Cor 15, 5)

Confieso que de todas las narraciones de la vida gloriosa, lo que más me subyuga y me sobrecoge es la escueta afirmación: “Y se apareció a Simón”, de Lc. 24, o “se apareció a Cefas” de la primera carta a los Corintios. En clave de interpretación bíblica es también lo que indica mayor exactitud de lo afirmado.

Tendemos –naturalmente- a visualizar y representar. A “dramatizar” para “ver mejor”, Un momento tan esencial como éste, se expone sin dramatismos. Sencillamente se afirma. Se deja caer con el peso específico de un hecho real.

Pensemos en la situación de Simón Pedro. La última vez que vio a Jesús fue en aquel cruce de miradas de la madrugada del jueves al viernes, cuando Pedro gritaba y juraba -ya fuera de sí por el temor- “no conocer a Jesús”; “ni entiendo ni sé lo que dices”, responde los criados que ya lo tienen acorralado, identificado como discípulo de Jesús. El “otro discípulo” ve lo que ve (lienzos, sudario, sepulcro vacío), y CREE. Simón ve lo mismo, pero no le ha llegado su hora de la fe, no llega más allá.

Regresa Magdalena en el paroxismo de la alegría afirmando ahora haber visto vivo al Maestro, y hasta trae un mensaje de Él: “ha dicho esto y esto”.

Y Simón siente una quemazón interior. Necesita salir. Necesita “buscar”, sin saber qué ni adónde. ¿En el sepulcro?; ¿en las afueras de la Ciudad? No es posible decir nada. Más bien puede decirse que Simón sale del Cenáculo y vaga de acá para allá. Su mente piensa sin poder pararse. Sereno y sufriendo. Él sabe que no sabe dónde ir más que a Jesús “que es quien tiene palabras de vida eterna” Pero ¿adónde está Jesús? ¿Dónde se le puede encontrar? Simón sabe muy bien que él ha negado. Pero conoce muy bien al Maestro, el de la descripción del padre que recogió con el alma al hijo perdido…

Hay por ahí una postal (Ed. Paulinas, serie ACONTECER, 3) que enternece. Una silueta, más que una figura, de uno que se deja hundir su cabeza en el regazo de Jesús, mientras Jesús -también sin rostro expresado- cubre amorosamente con su mano derecha la cabeza humillada del que se ha echado en su Corazón.

He pensado mil veces cómo sería el momento en que Jesús se apareció a Simón…, el momento en que Simón se dio de cara con Jesús, su Maestro. He pensado a veces si vio Simón una ráfaga de luz, si se echó a los pies de Jesús, llorando de amor y arrepentimiento. He pensado en las palabras que pudo decir… Nunca llegué a “ver”.

Hoy, al caer esta silueta en mis manos, me explico mejor aquel encuentro de Simón y Jesús. Si Pedro se echó a los pies de Jesús, dejado aquel primer instante de necesario desahogo, imagino a Jesús que se inclina, coge de los hombros a Simón, y lo levanta. Lo siguiente es ya esa silueta inmensamente expresiva: Jesús no reprocha nada, no miró al pasado, no dijo palabra. Simón tampoco. Jesús recogió a su amado Pedro y lo llevó hasta su Corazón. Pedro hundió su cabeza en el regazo de Jesús. Jesús, como la madre más tierna, cubrió con su mano derecha la cabeza de Simón… ¡Y ya no hay más! Ahí está todo. ¡Todo!

Cuando Simón Pedro regresó al Cenáculo no hubo que preguntarle. La paz de su rostro, el brillo de sus ojos, la alegría que rezumaba, lo decía todo.

Tendré que pedir perdón a los autores sagrados por haber osado yo explicar en imagen lo que ellos no quisieron explicar. Pero soy también de los que necesitan “imagen”. Para mí y para trasmitir sentimientos, siquiera con alguna aproximación… Al fin y al cabo esto es hacer oración e intentar ayudar a hacer oración: bucear en “esa palabra”…, barruntar el hecho…, descubrir el fondo inmenso que la revelación de Dios nos ha dejado consensado en la brevedad de las narraciones evangélicas, que –aun breves- están preñadas de vida, y son una enciclopedia viviente. Nunca olvidemos el horizonte abierto que nos dejó San Juan en los últimos renglones de su Evangelio, y pensemos que ahí tenemos nosotros nuestra oportunidad de poner un “nuevo libro” (historia personal) en esa gran biblioteca que imagina Juan, porque lo que “fue” sigue siendo hoy, y por eso HOY es “cosa muy linda quedarnos ahí, haciendo esa choza” en la que quedarnos mirando a Jesús embobados. Y de ahí…, a salir a contagiar a los hermanos de la alegría que rezuma nuestro corazón.

3 comentarios:

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    1. Quienes conozcan mi libro "VENTANA AL EVANGELIO" han podido ver que no he hecho sino copiar la parte más central del artículo correspondiente. He añadido esa significativa postal que me suscitó ese modo de concebir esta aparición que yo tenía escrita en otro momento de manera diferente. Pero esa postal me abrió una luz muy grande. Me dijo lo que yo realmente quería sentir en mí, cuando me tengo que presentar ante Jesús, después que yo he negado, he fallado, he traicionado el amor inmenso y delicado de mi Jesús.
      A los recalcitrantes que parecen alimentarse de su recuerdo penoso de "sus pecados" y de todos los demonios que pululan a su alrededor (como centro focal de una extraña espiritualidad), yo prefiero salirme de esa red penosa y saberme amorosamente acogido a ese regazo de Jesús, donde poder sentirme en esa profunda y sosegada paz del que ya sabe que más que de recordarme pecador -que lo soy-, sentirme perdonado y perdonador. Ser más "hombre de Resurrección" que experimenta vitalmente el CONSUELO que ha traído Jesucristo SEÑOR. Y hoy me decía yo en mi oración: No es sólo SEÑOR, KYRIOS que expresa al Resucitado, sino el "inmenso Señor, caballero a carta cabal", el que cuando persona, PERDONA; al que no le queda ni el menor resquicio de recelo por "lo que fui", o por lo que "yo soy", porque MUCHO MÁS ALLÁ, es ÉL... Y con eso está dicho todo.
      Tengo la ilusión de que mi llegada a un lugar, mi trato con quien llega a mí, suponga aquel remanso que supuso la vuelta de Pedro al Cenáculo, después de su inmensa experiencia de VER AL SEÑOR. Quiero que, aunque yo no hable nada, como posiblemente no habló Pedro, sea el testimonio evidente de que "he visto al Señor", y me ha dejado pasar un buen rato ahí escondida mi vida en su regazo, muy cerca de su Corazón. Ahí se quedan entonces todos mis secretos, mis cuitas, mis fallos, mis arrepentimientos, y esa inmensa alegría de sentirme PARA SIEMPRE PERDONADO, y parecerme un poquito más a Dios, que se echa a las espaldas nuestros pecados para no volver a verlos más". Sencíllamente: PARA ÉL, YA NO EXISTEN.

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  2. La SILUETA de la que hago uso es la citada postal de la Serie ACONTECER de EDICIONES PAULINAS, en su parte esencial. La postal es más adornada y bella.

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