viernes, 27 de abril de 2012

Camino de Luz 19


19º.- APARICIÓN A SAULO     1 Cor 15, 8-11;  Hechos, 9, 1-20

UNA NOTA PREVIA
He saltado un número en esta relación de apariciones.  La lectura del día me lo ha pedido, aunque antes de este suceso debe ir la ASCENSIÓN.  Ya vendrá, si Dios quiere.


                “Por último se me apareció a mí, como a un abortivo, porque soy el menos de los apóstoles, indigno de ese nombre”. Por tanto, en el breve elenco de apariciones que enumera Pablo en el primer testimonio escrito cristiano, equipara la aparición a él con la de Pedro o la de los apóstoles en el Cenáculo.
                Y la tal aparición se cuenta en el libro de los Hechos de los apóstoles. Saulo, fariseo furibundo, respirando violencia, fanático (como é se define a sí mismo), fidelísimo a la tradición de sus mayores, y el cumplidos nato de leyes, ha decidido acabar con los cristianos, metiéndolos en la cárcel.
                Era un mozalbete y ya fue parte del apedreamiento de Esteban. Y como violencia a violencia llama, ahora se ha hecho de cartas que le autorizan a dirigirse a Damasco con un destacamento y apresar a todos los que seguían el nuevo camino (los que creían en Jesús).
                Lo que él no contaba es con la mano izquierda de Dios (que diría el Padre Cué).  Avanzaba hacia Damasco para realizar su proyecto, cuando un relámpago deslumbrador lo tiró rodando por los suelos.  Y por si le faltaba algo, ciego también ahora.  El Saulo soberbio se encuentra e pronto dominado. Nadie le ha empujado. Él no ha tropezado. Aquel relámpago no tenía razón natural de ser.  Y el engreído perseguidor se sabe “derrotado”. Y no pide cuentas a nadie de los que le acompañan.  Ni siquiera pide cuentas a su Dios.  Como un niño indefenso, como un “discípulo amado” que descubrió en los acontecimientos que “ES EL SEÑOR”, Saulo –ciego- con los ojos dirigidos hacia lo alto, pregunta:  ¿quién eres, Señor?  ¡Impresionante!  El fanático rendido. El soberbio que no pide cuentas. El creyente que pregunta, con un sentido nuevo: ¿Quién eres, Señor?  Porque sólo ese ALGUIEN mayor y “Señor”, podía tirarlo a él por tierra como un trapo.
                Si admirado estaba, la respuesta le “aplasta” ls últimas posibles resistencias:  Yo soy Jesús, a quien tú persigues.  Saulo podría haberse rebelado:  Yo no persigo a “Ese”;  “Jesús no existe; murió y bien muerto está. Yo persogo a los que siguen ese maldito camino”…  Pero no: Saulo está hecho una esponja receptiva de un misterios que nunca había pensado. Ahora resultaba que perseguir a los cristianos era perseguir a JESÚS…, precisamente al “Ese” que Saulo ni quería nombrar.  Ahora resulta que no se puede perseguir a “los que siguen ese camino” sin que el perseguido personalmente sea “Jesús”.
                Con esto, y con lo que seguirá, Pablo acabará descubriendo la realidad del CUERPO MÍSTICO, que él expondrá un día detalladamente.  Cristo y los cristianos son una sola cosa. Cristo y ese “nuevo camino”, la Iglesia de Cristo, es una sola realidad, como un cuerpo es uno solo, con cabeza, tronco y extremidades.  Y se va a encontrar con es, todavía más evidente, con lo que sucede a continuación.

                Saulo , con la cabeza baja, ciego, llevado ahora de la mano como un niño… (¡cómo han cambiado las cosas, cuando esa mano izquierda de Jesús ha salido a su paso, y le ha humillado “por las malas”!).  Pero ahora interviene la “mano derecha”, y se presenta al buen cristiano Ananías y le encomienda una misión: “Ve a la calle Mayor y pregunta por un tal Saulo…” Nada más que oír ese nombre, Ananías se conmueve: “Pero Señor, si es un mal hombre que viene a llevarnos presos…”  Y “la mano derecha”…, o el propio Corazón de Cristo, le dice: “Vé; que ese hombre ha sido elegido por  Mí”.  En el Cuerpo Místico, el miembro tal ha de acudir en ayuda del otro miembro, sea el que sea, más digno o más indigno; que a los más indignos se les trata con mayor respeto.
                Ananías fue: “Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino,  me envía a ti para que recobres la vista y recibas el Espíritu Santo”.  “Se le apareció en el camino”.  Y un cristiano de los que él venía a  apresar, viene –de parte de Jesús, el perseguido, a devolverle la vista…, a quitarle las escamas de la soberbia, de la incredulidad, del odio…  Y como volviendo a la noche del Domingo de Resurrección, también a él le sopla el Espíritu Santo y lo equipara a los otros apóstoles, aunque él se confesará el último, el indigno, “el aborto” que estaba destinado al muladar pero ha sido salvado y elevado por JESÚS, fuera del cual no hay otro Nombre que pueda salvarnos…; ese que se hace para Pablo su vivir…; sin querer saber ya otra cosa que a Cristo, y al Cristo humillado de la Crucifixión;  ese que ya vive en él, y Pablo ha dejado de ser, porque su vivir es Cristo.
                Todo esto es impresionante.  Y si esa aparición acaba redundando que el fariseo fanático, encerrado en sus ideas, es el que decide dar el salto imprevisible de ir a los gentiles…, a los “despreciables paganos” para predicarles a Cristo…, nos encontraremos nosotros infinitamente agradecidos a aquel relámpago que tiró a Saulo…, y a ese Pablo que surgió de su propia humillación.  Porque “gentiles y paganos” éramos nosotros, ahora injertados en el tronco que nos da vida…

LITURGIA DEL DÍA
                Supuesto que está tratada en amplitud la primera lectura, el Evangelio nos va llevando a ese misterio –que resulta escandaloso (y ya algunos se los están preguntando), de que el camino de la salvación y la vida, está en comer la Carne de Cristo y beber su Sangre.  Jesús parece gozar con poner sus dichos en “la frontera”, porque en esa frontera es donde entra a funcionar la fe.

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