martes, 3 de abril de 2012

Martes de Semana Santa

PADRE: EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU

¡Hasta última hora! Siempre abandonado en el Padre, orando, echándose en sus brazos, sintiéndose filialmente acogido, y sintiéndose en el calor del Corazón del Padre. ¿Niega todo esto la realidad de su pasión terrible, su agonía del Huerto sin que pase el cáliz espantoso, o el abandono expresado en las horas difíciles de la Cruz? No niega nada. Reafirma su fe que nunca dudó, que nunca declinó, que siempre estuvo firme aunque no hubiera “facilidades devotas” de la fe. Tuvo LA FE con mayúscula, la que sigue intacta cuando alrededor falla todo y hasta cuando parece que Dios no lo escucha. Porque LA FE, al revés de lo que creen algunos, es más verdadera fe, como tal fe, cuando se vive en la oscuridad.

La FE que está viva en medio de la duda. No sólo que está viva sino que se acendra, que echa raíces, que se adentra mucho más en lo sincero de la fe. Cuando la fe está vivida en el amor, y el amor no depende de estar en triunfo o debajo de la losa. Cuando el amor es amor a fondo perdido, y no porque se reciben prebendas afectivas o compensatorias.

En tus manos pongo mi espíritu es toda una palabra de gozo y confianza. Es que realmente te entrego libremente mi vida. Es que te la doy con el mayor gozo. Es que no doy por fracasado ni perdido un solo instante de mi vida, de mis actos, de mis sufrimientos, de mi obediencia…, de no haber hecho nunca lo que a mi me hubiera parecido, de no abominar haber sido mandado y haber obedecido como el modo más perfecto del amor.

Obediente en Nazaret: sumiso (=sometido) a unos padres que –objetivamente- eran menos que Él. Eso lo decimos nosotros, que vemos ya la película empezando por el final. Obedeció, se sometió, como un niño normal se somete a sus padres, a sus maestros, a sus mayores.

Obedeció en su salida al mundo. Cuando Dios puso en Él el impulso porque era el momento de Dios. Y no hizo nada por su cuenta, sino lo que vio hacer al Padre. Nunca sabremos cómo hubiera hecho Jesús de otra manera, porque a Jesús sólo se le puede entender y conocer por lo que realmente fue, por lo que hizo o por lo no hizo, o cuando lo hizo. No tuvo la sensación de que no debían mandar sobre Él, y que El no aceptara que le mandaran, porque lo que tuvo muy claro es que vino a servir y no a ser servido.

Obedeció y se plegó en el Huerto a aquel cáliz que no quería, que tanto rogó insistentemente que pasara de Él. Y no pasó…, aunque dice la Escritura que fue escuchado por su obediencia. Y nosotros nos quedamos perplejos, preguntándonos: ¿y cómo o cuándo le escuchó Dios? Dándole más vigor en la fe seca y dolorosa de todas aquellas horas que venían detrás y que eran como fantasmas a amenazadores. Tan le escuchó que fue Él, en figura casi espectral (tras su sudor de sangre), el que puso en pe a los apóstoles dormidos, para enfrentarse al traidor y a sus huestes que venían a prenderle.

Obedeció. TODO QUEDÓ CUMPLIDO obedeciendo, dejándose mandar hasta la muerte. Ahora sabe que es Él quien entrega su vida; nadie se la quita. Y Jesús, el que no desclavó sus brazos para bajar de la cruz cuando le retaron desde abajo, ahora desclava sus brazos para adelantarlos en gesto de oblación y holocausto de su vida, siendo Él personalmente quien alarga esos brazo hacia adelante para decirle al Padre: TOMA, en tus manos deposito mi alma. Oblación libre, voluntaria, generosa, final. Ya lo ha hecho todo, y por tanto ya no queda nada más. La obra está perfecta, concluida.

Entonces inclina la cabeza. Y luego expira. No al revés. Porque no fue vencido por la muerte. Venció Él a la muerte y la mantuvo a raya hasta que hubo llegado exactamente el momento de SU HORA.

MARTES DE SEMANA SANTA

Muy expresiva la primera Lectura de que Jesús se supo amado desde el principio, escogido y predilecto. No quitó aquello el momento duro en que se pasa por la cabeza: “En vano me he cansado”, para volver inmediatamente a la convicción de que su salario lo llevaba en las manos su Dios.

Momentos álgidos en la Cena: declaración secreta de que Judas en el traidor. De que su alma era ya llevada por el diablo. Que su corazón y su futuro era negro como la noche. Y gozo liberador por una extraña glorificación, la que es primero “gloria de muerte” en obediencia al Padre, y será plena glorificación para Él y para el Padre, porque la muerte no tendrá dominio sobre Él.

El pobre Pedro, con sus seguridades y su fiarse de sí…, con el pecado de su orgullo de pensarse más y mejor y más valiente que los demás… Y la negra realidad de que es uno como cualquiera, al que Satanás zarandeará como el trigo, y será precisamente quien reniegue del Maestro. ¡Qué malo es creerse más o sobre otros, en vez que fiase de Cristo que le avisa!

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