martes, 17 de abril de 2012

Camino de Luz 8

8º.- APARICIÓN EN EL CENÁCULO (según Lc 24,33)

Hago la salvedad de que hoy voy a tocar el tema desde la descripción de San Lucas. Y es que hay variaciones notorias (y fundamentales) con la misma aparición contada por San Juan. Dirigiendo cada uno su escrito a una Comunidad distinta y, y escribiendo con fines diferentes, sus relatos se distancia y se juntan según aspectos.

Hoy nos detenemos en San Lucas. Acaban de llegar los discípulos de Emaús que han visto al Señor, que les han ardido sus corazones con las palabras que les ha dirigido y ese caérseles los barrotes de sus “ojos presos”. Y los mismos que están reunidos –los Once y sus compañeros- han podido responderles que “ya lo sabían porque se le ha aparecido a Simón. Es decir: ya están sobre el hecho de que Jesús vive y ha sido visto.

Y sin embargo cuando llega a ellos (v. 37), se llenan de temor, quedan sobrecogidos, y piensan estar ante un fantasma… Podríamos decir que “sus razones tienen”. Si están encerrados a cal y canto, y se presenta Jesús sin abrir puertas, algo “raro” ocurre. Claro: “lo raro” es que el “cuerpo” resucitado es sutil, es decir, no material; el “cuerpo” es más apariencia para ser visto que realidad tangible. Es –por decirlo así. “envoltorio” para poder ser reconocido. Por eso puede “entrar” (“aparecer”, “desaparecer”, como con los de Emaús cuando pretendieron ir a Él al descubrirlo) sin abrir ninguna puerta ni ventana.

El sobrecogimiento, el sentir temor está acorde con la presencia de lo divino, lo sobrenatural, lo no habitual). Y “si creían ver un espíritu”, no estaban nada lejos de la realidad. Ahora bien: “espíritu” para ellos, aquí, es igual que “fantasma”.

Y ahora viene el evangelista a “materializar” la aparición para mostrar a sus cristianos que era realmente Jesús y no una imaginación fantasmagórica, un pura ilusión o alucinación de sus mentes. Y es el propio Jesús –en idea de San Lucas- quien les dice que “tengo carne y huesos y no soy un fantasma”. [Carne y hueso es algo material que choca con cualquier otra materia; ¡y sin embargo se presentó allí sin entrar por la puerta! ¿Cómo?]. Y todavía Lucas va más allá, cuando Jesús Resucitado llega a comer delante de ellos para demostrar su realidad…, que verdaderamente ha resucitado, a la vez que le muestra sus pies y sus manos. Aquí entronca con la aparición a Tomás (en San Juan) que había puesto la condición de meter su dedo en los agujeros de los clavos y su mano en el costado. Y precisamente entonces Jesús le hace ver a Tomás que su débil fe ha necesitado de “pruebas materiales, que son más dichosos los que CREEN sin haber visto. ¡Gran consuelo para nosotros, que no hemos visto a Jesús, y CREMOS; que no hemos visto ni tocado, pero estamos seguros de su Resurrección!

El relato de Lucas es muy gráfico, muy pedagógico y muy apologético. Aquellos cristianos griegos a los que él se dirigía, necesitaban de apoyaturas, y Lucas se las da.

Habrá otra diferencia básica y esencial con la narración de Juan: aquí están por lo pronto, los Once, los compañeros y los de Emaús. Esto varía completamente el derrotero de la descripción. Ya lo veremos cundo entremos en la narración de Juan, cuyo evangelio lleva otra finalidad, por el momento que escribe –bastante más tarde que Lucas- y por lo que es la consolidación de una Iglesia ya mucho más desarrollada.

Lo importante es que nuestra reflexión entre en los detalles como el que está entrando en ese terreno de la fe, y va necesitando tener ciertos rodrigones, porque nuestra vida humana –muy desenvuelta entre realidades materiales-, sigue teniendo una necesidad constante de apoyos visibles, tangibles…, donde no vivimos en pura espiritualismo, sino que nos es necesario que el cuerpo tome parte en la expresión de nuestra fe. El beso a una imagen, la genuflexión, el juntar las manos, el mirar al Cielo, el “tocar”…, son casi necesidades e nuestra fe. Aunque en la medida que esa fe se hace más pura, más verdadera FE, iremos dejando muchas de esas cosas porque estaremos volando en la pura aceptación de la Verdad de Dios, que será para nosotros de muchísima mayor certeza que lo que tocamos, vemos o palpamos. Es el momento en que la vida cristiana se adentra en el interior de la persona…, cuando lo que ya cuenta y da la gran prueba es lo que hay dentro: la vida interior.

LITURGIA DEL DÍA

Uno de los párrafos más sublimes de la Sagrada Escritura. Una confirmación fehaciente de que la fe del verdadero CREYENTE está en la vida, en la actitud nueva, en el estreno de una nueva manera de ser. Donde no hay tuyo ni mío, donde no se buscan los primeros puestos ni los protagonismos, donde el Yo está tan en segundo plano, que lo que muestra la fe y manifiesta su verdad es que pensaban y sentían lo mismo…, que no había dimes y diretes, que estaban en la misma onda, que se amaban como hermanos, y que eso tenía una traducción incuestionable: que el que tenía, ponía lo suyo a disposición del que no tenía; que vendían sus campos para traer el precio a los pies de los Apóstoles para que ellos hicieran el reparto, y que –evidentemente- nadie se aprovechaba de nadie. La conclusión es expresada con unas palabras claves: Daban testimonio de la Resurrección con mucho valor. ¡Ahí, en ese espejo, nos tenemos que ver!

En el Evangelio, en la deliciosa conversación de Nicodemo con Jesús, cuando hay que entender lo que “nacer de nuevo”, Jesús da el salto total del nacer al “ser puesto en alto” (=morir). Éste es el testimonio de quien sabe hablar palabras del Cielo, y no se queda a la medida de la tierra.

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