sábado, 6 de febrero de 2016

6 febrero: CON UN CORAZÓN GRANDE

Liturgia
          Salomón, todavía muy joven, ha sucedido a David en el trono de Israel. 1Reg 3, 4-11. Lo primero que hace es ofrecer sacrificios de adoración a Dios. Y allí, en Gabaón, ermita principal, tiene un sueño en el que Dios le dice que pida lo que quiera. Salomón hace un reconocimiento de las bondades de Dios con su padre David y pide prudencia, inteligencia, corazón dócil para discernir el bien del mal, porque ve que es una carga superior a sus fuerzas la que ha de llevar adelante. Y a Dios le agrada aquella petición, y le concede ese corazón sabio y prudente como ni lo ha habido ni lo habrá. Y en la dadivosidad de Dios, le añade también los dones humanos que Salomón no había pedido.
          Grandeza en Salomón y generosidad en Dios, que siempre da más de lo que se le puede pedir. Salomón no ha hecho una petición egoísta. De ventajas para sí. No ha hablado a Dios de las cosas de Salomón, sino que se ha interesado porque actúe mejor hacia los demás, en el desenvolvimiento de su reinado. Y eso agradó a Dios.

          En el Evangelio, Mc 6, 30-34, regresan los apóstoles de la misión a la que Jesús les envió, y vienen con unas ganas locas de contar todo lo que han hecho. Nos podríamos hacer una idea de sus deseos de comunicar si por un momento nosotros pudiéramos echar demonios o sentirnos predicadores con la autoridad de Jesús. ¡Y más cuando ellos por sí mismos eran rudos en su mayoría! ¡Qué deseos tan irresistibles de contar cada uno sus batallitas, que habían vivido de una manera tan especial! Yo los imagino quitándose la palabra unos a otros en sus ansias de contar “aquello” que para ellos había sido lo más grande que habían vivido en su vida.
          Pero, a su vez, las gentes que iban y venían no les dejaban tiempo. No ya para poder explayarse en sus narraciones, sino que ni podían comer tranquilos. Y Jesús, en uno de sus rasgos de ternura y comprensión, les invita a embarcarse y marcharse a otro lugar…, un lugar tranquilo y apartado donde puedan dar rienda suelta a sus historias.
          Claro: la idea era estupenda…, y las ganas de hablar de ellos más estupendas todavía. Y es de imaginar que dejaban los remos parados mientras gesticulaban y se emocionaban exponiendo sus experiencias.
          No contaron con que las gentes que habían visto que se embarcaban, se van a pie por todo el litoral para acabar yendo al lugar donde ven que se dirige la barca. Y no ya solos los que empezaron esa carrera sino los otros a los que –al paso- le fueron comunicando que Jesús se dirigía a algún lugar cercano. Y fueron así reclutando gentes, de tal modo que se formó una multitud que fueron corriendo por tierra hasta llegar al sitio adonde vieron que ponía proa la barca de Jesús y sus apóstoles.
          La impresión de unos y otros  es para observarla: la satisfacción de las gentes no es para dicho: habían ganado aquella “batalla”. Como no es para imaginar la decepción de los apóstoles. De llevar la idea de un descanso en lugar apartado y tranquilo a encontrarse con medio mundo que se les ha adelantado y les priva de su tiempo de asueto.
          De entre unos y otros emerge la persona de Jesús para quien ahora ya sólo hay que atender a aquellas gentes, por las que experimenta entrañas de misericordia, porque andaban como ovejas sin pastor…, pero buscando afanosamente a ese pastor bueno que les atienda y les ofrezca lo que ellas necesitan. Por eso Jesús, olvidado ya del descanso con sus apóstoles, se puso a enseñarles CON CALMA. No como quien se los quita de encima…, los alivia un poco y los despide, sino como si sólo hubiera eso en ese momento, en esa oportunidad. Los apóstoles, que ha “echado demonios” y querían comentarlo, ahora tienen por delante predicar con el ejemplo: “demonios” fuera, y a incorporarse a esa nueva situación que se han encontrado sin pensar.

          Podemos estar entre las gentes que tienen ansias de encontrar a Jesús. Podemos sentirnos unidos a Jesús, compasivo con las gentes y veraz para trasmitir el mensaje auténtico, el que viene de Dios. Ese es el que llena. Y podemos ponernos ante los apóstoles y comprobar nuestros sentimientos ante aquel plan de descanso fracasado, pero que ha supuesto un bien para mucha gente. ¿Cómo pensaban ellos? ¿Habían podido “echar el demonio” de la autocomplacencia para sintonizar con el Maestro que se ha compadecido de las gentes aquellas, ansiosas de verdad y autenticidad?

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:26 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    LOS FRUTOS DEL ESPÎRITU SANTO.

    ES LA BENIGNIDAD:-Es una persona amable. La gente acude a èl (ella) en sus problemas,y hallan en su persona el confidente sinceramente interesado,saliendo aliviados por el simple hecho de haber conversado con èl; tiene una consideración especial por los niños, ancianos,por los afligidos y atribulados.

    ES LA BONDAD.-Defiende con firmeza la verdad y el derecho, aunque lo dejen solo.No est´´a pagado de sì mismo ni juzga a los demás; es tardo en criticar y màs aùn en condenar; conlleva la ignorancia y las debilidades de los demás, pero jamàs compromete sus convicciones jamàs contemporiza el mal. En su vida interior es invariablemente generoso con Dios, sin buscar la postura màs cómoda.

    ES LA LONGANIMIDAD. No se subleva ante el inforunio y el fracaso, ante la enfermedads o el dolor.Desconoce la autocompasión: alzarà los ojos al cielo llenos de làgrimas, pero nunca de rebelión.

    ES LA MANSEDUMBRE:-Es delicado y està lleno de recursos. Se entrega totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin sombra de la agresividad del ambicioso. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar con persuasión, pero jamàs llega a la disputa.

    ES LA FE.-Se siente orgulloso de ser miembro del Cuerpo Mistico de Cristo, aunque no pretende coaccionar a los demás ni hacerles tragar su religión, pero tampoco siente respetos humanos poe sus convicciones. No oculta su piedad y defiende la verdad con prontitud cuando es atacada en su presencia; la religión es para èl (elle) lo màs importante de la vida.

    Continuarà

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  2. Jesús siempre estaba atento a la voluntad de Dios, Él entendía que esa voluntad pasaba por socorrer las necesidades del pueblo. Desde el primer momento, se puso a la disposición y al servicio de sus gentes, siempre movido por la compasión, dejándose impactar por el sufrimiento de los demás. Pero también encontraba tiempo para cuidarse de su Comunidad apostólica, para comentar, orar y evaluar la acción misionera que habían realizado.

    Nosotros, como Jesús y con Él, debemos aprender a evaluar nuestra vida, a tomar decisiones, siempre a través del diálogo sincero con el propio Jesús y con las personas de nuestra comunidad.

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