viernes, 5 de febrero de 2016

5 febrero: AFINAR LA CONCIENCIA

PRIMER VIERNES
Liturgia
          La 1ª lectura (Ecclo 47, 2-13) viene a ser el epitafio en la muerte de David, que leíamos en la lectura de ayer. Se hace una síntesis de las especiales gestas del personaje, desde su juventud hasta su muerte. Y no deja en olvido el fallo que tuvo David, del que salió personado por Dios, que no le retiró su favor y le mantuvo su trono. Trono que luego se proyecta en la historia como reinado eterno: para siempre, cuya realización se encarna en Jesús y el Reinado de Dios que él predica y lleva adelante.

          El evangelio (Mc 6, 14-29) viene a continuación de haber enviado Jesús a sus Doce apóstoles a predicar por ciudades y aldeas… Quiere decir que el evangelista aprovecha la ocasión para decirnos que la actividad de Jesús queda ahora en suspenso cuando se ha quedado solo, y que es momento para contar un suceso adyacente.
          La fama de Jesús se había extendido. Muchas gentes se preguntaban quién era Jesús y con la fantasía del pueblo, pensaban que algún profeta había vuelto a la vida. Herodes está con el remordimiento encima por lo que ha hecho: que ha mandado degollar al Bautista. Y en su agobio interior llega a pensar que Jesús sea el propio Juan Bautista resucitado, y que los ángeles actúan en él.
          La historia de la muerte del Bautista es lo que se ha leído y lo que cualquiera de los lectores puede repetir de memoria. Por eso lo que importa detenerse es en esa conciencia angustiada de Herodes, que es consciente del mal que ha hecho, y que –como expresa San Agustín- el premio de una bailarina haya sido la cabeza de un profeta. Y la angustia de conciencia por ese mal infringido no le deja dormir. Hasta me atrevería a decir que esa angustia sería una nota favorable a Herodes, si no fuera porque se mostró siempre como un personajillo que vivía de las adulaciones de sus cortesanos, y que en la Pasión de Jesús siguió mostrándose como un hombre sin conciencia de lo que es justo y es verdadero.
          Que la conciencia grite cuando se ha obrado mal es una gracia de Dios, y es un vehículo para poder reaccionar y corregir el mal que se ha hecho. Lo malo es que ese remordimiento se tape falsamente con cualquier superficialidad y que no se responda honradamente a su grito dentro del alma. Porque eso es precisamente lo que Jesús expresa como blasfemia contra el Espíritu Santo, ese pecado que no se reconoce, esa actitud que pasa por encima de todo y sigue en sus trece, a pesar de que hubo esas llamadas iniciales de la conciencia a las que no se les prestó atención y acabaron enquistando el mal en el corazón de la persona.
          Nuestro mundo no es malo por el hecho de hacer el mal sino porque no reconoce que hace un mal y porque se yergue como el dios del momento que está sobre el bien y el mal. No es lo peor que haya un pecado sino que se le justifique, se le acepte, se le eleve a ley y se establezca como “lo normal”. Mientras hubiera remordimiento hay esperanza. Cuando lo injusto es lo que tiene carta de ciudadanía, el pecado se ha consolidado y no habrá quien libere de esa situación. Es que quienes viven este ritmo soberbio del mundo actual quieren establecerse ellos como norma. Para ello eliminan todo principio que viene de fuera. Eliminan a Dios y la referencia a unos valores objetivos, y quedan anclados en su corta medida por la que ellos determinan el bien y el mal.
          Herodes, en definitiva, fue de esos. Estableció “su norma”: su placer, su superficialidad, su comodidad y su juego de vida fácil. Aplastó su remordimiento inicial (que podía haberle salvado), se lió la manta a la cabeza…, y acabó siendo un bárbaro y un pelele, un hombre sin conciencia, que tapó un mal con otro sin afrontar la realidad. Así fue una pieza más en aquella Pasión de Jesús, en la que no hizo nada por salvarlo cuando lo tuvo delante.

          Bajando a algo práctico, la medida de una conciencia sana viene dada por una clarividencia del propio estado interior. Y el camino para mantener aclarado ese interior es la CONFESIÓN FRECUENTE y bien preparada. Porque lo peor que puede pasar es que a base de retrasar las confesiones y no ver “nada malo” en las cosas de la vida diaria, se acaben tragando las pequeñas ranitas y se engullan finalmente los mismos sapos. Y algo de eso se está produciendo… Y del abandono de la confesión y de la parada seria en un examen de conciencia, se sigue que cada día se pierda pie en la finura de conciencia ante Dios.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:20 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO.

    ES LA CARIDAD.-Antes que nada, es una persona generosa. Ve a Cristo en su prójimo e invariablemente lo trata con consideración, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias.

    ES EL GOZO.-Persona alegre y optimista. Parece como si irradiara un resplandor interior que le hace ser notado en cualquier reunión. Cuando está presente, parece como si el sol brillara con un poco màs de luz, la gente sonríe con más facilidad, habla con mayor delicadeza.

    ES LA PAZ.-Es una persona alegre y tranquila. Se diría de ella que tiene una "personalidad equilibrada". Su frente podrá fruncirse con preocupación, pero nunca por el agobio o la angustia. Es una persona "ecuánime", la persona idónea a quien se acude en casos de emergencia.

    ES LA PACIENCIA.-No se irrita fácilmente; no guarda rencor por las ofensas ni se perturba o descorazona cuando las cosas le van mal o la gente se porta mezquinamente. Podrá fracasar seis veces, y recomenzarà a la séptima, sin rechinar los dientes ni culpar a su mala suerte.

    Continuará

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  2. Abundan los ejemplos de bondad, rectitud, honradez, amor a la verdad de tantos santos que viven a nuestro alrededor; pero no siempre los descubrimos:, como Herodes no logró reconocer al Mesías. Marcos narra el asesinato de Juan Bautista y la perplejidad de Herodes: si ha mandado decapitar a un profeta, ¿cómo es que ahora hay otro? ¿ qué actitud tomará ahora con el nuevo profeta? Jesús les dirá que Juan Bautista y todos los profetas actúan y hablan en nombre de Dios, enviados por Dios...¿Cómo nos situamos nosotros ante los profetas que Dios ha enviado y envía en nuestro tiempo? Nosotros somos pecadores, ¿preparamos bien nuestras confesiones...?

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