martes, 16 de febrero de 2016

16 feb: Institución de la Eucaristía

Liturgia
          Cuando llueve, el agua empapa la tierra y luego se evapora y sube de nuevo. Pues así es la Palabra que pronuncia Dios (Is. 55, 10-11): sale de su boca, desciende hasta nosotros y esa Palabra actúa en nosotros y vuelve a Dios preñada de respuesta: hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. He ahí la fuera intrínseca que tiene la palabra de Dios y el porqué de su enorme importancia en la oración que debemos hacer con la Palabra por delante.
          La palabra de hoy en el Evangelio es el PADRENUESTRO. Que empieza por desprenderse la persona de su propio interés para pedir el honor de Dios: la voluntad de Dios y su reino. Y sólo después pide para sí el pan diario, el perdón y el no dejarse caer en la tentación. Pero el perdón tiene coletilla: si se pide perdón es porque la persona ha perdonado ya a quien le haya ofendido. Si no, ¿con qué cara podía pedir el perdón para sí?

PASIÓN DE JESÚS
          La salida de Judas marca un vértice en la historia. Porque Judas lo que iba a hacer, lo hace pronto. Judas debió marchar directamente a los sacerdotes. Jesús estaba localizado y lo que habría era que ponerle una discreta vigilancia para expiar sus movimientos. A Judas no se le escapaba que Jesús no se iba a limitar a la cena, y que era muy posible que quedara por algún lugar de la ciudad. A Betania no regresaba ya, porque se había despedido.
          Mirando a Jesús, la salida de Judas también le marca una reacción de liberación y de amenaza: El hijo del hombre es glorificado y Dios glorificado en él. Era una manifestación de doble sentido, como digo. Liberación de aquel peso muerto en el grupo. Pero una liberación que llevaba la muerte encima porque “la glorificación” apuntaba a la pasión que se hacía más inminente. Dios es glorificado por cuanto que Jesus va viviendo las etapas del camino de la redención que Dios marca. Dios le glorificará. La Pasión va a ser el triunfo del mal sobre Jesús, pero en el libro del Cielo es gloria de Dios que tanto amó al mundo que le entrega a su Hijo. Pero no a la muerte y a la derrota sino al triunfo y a la gloria que va a sobrevenir: por eso es glorificado.
          La cena pascual, si Jesús siguió el ritual completo de la Pascua, se componía de varias partes. De hecho el Pan que entrega y el Vino que “se derrama por vosotros” no van consecutivos: Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo dio al principio de la Cena, mientras que el cáliz lo dio al acabar: después de haber cenado.
          Ya había salido Judas. Ya estaban en familia. Todos estaban con Jesús como amigos (que así lo expresará el Señor). Era el momento de dar paso al misterio sublime del testamento del amor. Y Jesús lo realizó de una forma sencilla y admirable. Primero tomó el pan y bendijo a Dios y lo fue dando a sus apóstoles, diciendo: TOMAD Y COMED; ESTO ES MI CUERPO. Los apóstoles tomaron aquel trozo que Jesús les entregaba y comieron. La pregunta que siempre me hago es: ¿entendieron los apóstoles lo que estaba ocurriendo? ¿Cayeron en la cuenta de que se estaba realizando de lleno la promesa de hace tiempo por la que Jesús daría a comer su cuerpo? ¡Aquella promesa que escandalizó a Judas y a muchos discípulos que se marcharon escandalizados! ¿Supieron los apóstoles unir aquellos dos momentos? ¿Supieron que Jesús se les había entrado dentro? Yo me inclino a pensar que no, y que habría que pasar por la vida gloriosa y la venida del Espíritu para que pudieran comprender lo que era de verdad partir el pan.
          A la cuarta copa, o al acabar la cena, Jesús da el nuevo paso: Tomó la copa de vino y la pasó a los apóstoles diciendo: TOMAD Y BEBED; ÉSTA ES MI SANGRE DE LA NUEVA ALIANZA, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los  pecados. Y quedaba una parte, que no recogen los evangelistas pero que nos trasmite San Pablo en la narración seguramente más primitiva del momento, y de mayor trascendencia para nosotros: aquello no se quedaba en el cenáculo ni en aquel momento de aquella cena. Jesús añadió: Cada vez que comáis este Pan o bebáis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Lo que Jesús acababa de hacer se perpetuaba en los siglos, “hasta que él vuelva”. Tenemos su presencia y su redención a través de los siglos.

          “Mi cuerpo” que será entregado…, “mi sangre” que será derramada…: dos términos de total significado de sacrificio y muerte. Muerte gloriosa por ser salvadora. Y vuelvo a la misma de antes: ¿entendieron los apóstoles aquellas dos expresiones? Porque son dos términos muy significativos que –cuando menos- debieron hacerles mella y hacerles ver que la cosa iba muy honda… Entenderían más o entenderían menos pero algo era muy claro: Jesús estaba hablando de su muerte, eso que a ellos les era tan difícil aceptar.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:12 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    LA MISERICORDIA DE DIOS Y EL PECADO.

    "Sed sobrios, velad, el diablo como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle"(Pe 5,8,9)

    LAS RAICES DEL PECADO.-El siguiente en la lista de los pecados capitales es la LUJURIA.Es fácil darse cuenta que los pecados contra la castidad tienen su origen en la LUJURIA; pero también producen otros; muchos actos deshonestos, engaños e injusticias pueden achacarse a la lijuria; la pérdida de la fe, la desesperación en la misericordia divina, pueden achacarse e este pecado capital.
    Para luchar contra este pecado está la virtud de la virtud de la CASTIDAD: comportamiento voluntario a la moderación adecuada y regulación de los placeres o actos sexuales.

    Luego viene la IRA, o el estado emocional que nos impulsa a desquitarnos sobre otros, a oponernos insensatamente a personas o cosas. Los homicidios, riñas, injurias son consecuencias evidentes de la ira. El odio, la murmuración y el daño a la propiedad ajena son otras
    A este pecado se opone la PACIENCIA que lleva al ser humano a soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien.

    Continuará

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  2. Cuando "miramos" a nuestro Padre con temor y ternura mientras rezamos el Padrenuestro, debe ser como lluvia suave y contínua que empapa y fecunda nuestro corazón y hace germinar en él actitudes filiales en relación a Dios y fraternas con los demás. Entre estas actitudes se pone el acento en nuestra capacidad de perdonar, que se pone como una condición para poder ser perdonado por el Padre celestial. Jesús nos lo ha enseñado: que recibiremos de Dios lo que estamos dispuestos a ofrecer a los demás.

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