miércoles, 29 de mayo de 2019

29 mayo: Me queda por deciros


“SANTA MARÍA” es la primera invocación de las letanías, con las que se alaba a la madre de Dios. La SANTIDAD como punto de partida para todo el conjunto de admiraciones amorosas con las que invocamos a María. María fue santa. Quiere decir que ni le sobró ni le faltó en ese vivir siempre en la presencia de Dios. Porque la santidad no es algo añadido a la vida de la persona, sino la plenitud de esa personalidad en la que María vivió abierta siempre a la voluntad de Dios. Parece ya un estribillo repetitivo recurrir a su momento básico, cuando María, saludada por el ángel y siendo informada de los proyectos de Dios, acaba pronunciando: HÁGASE. En realidad no es un estribillo; es la expresión misma de la santidad de María: ponerse decidida e incondicionalmente en las manos de Dios para que Dios dibuje en ella sus propios planes. Esa es la santidad. Por eso es SANTA MARÍA. Por eso es ejemplo y modelo de toda santidad, que ha de pasar necesariamente por ese abandono completo en las manos de Dios.

LITURGIA
                      Pablo llegó a Atenas, cuna del saber. Fue invitado a hablar en el areópago, a los letrados y sabios del lugar. Hizo una disertación muy fundamentada y pudiéramos decir que “científica” para estar a la altura de la cátedra que estaba ostentando. (Hech.17. 15-22, y 18,1). Lo escucharon en toda aquella larga exposición hasta que aterrizó en lo que era el punto central de su discurso: la resurrección de Jesús de entre los muertos. Y allí acabaron ya de escuchar. Había entrado en un tema de fe y su auditorio era de sabios pero no de creyentes. Por eso, unos lo tomaron a broma y otros dijeron: Te oiremos hablar de esto en otra ocasión. Sencillamente Pablo se dio cuenta que había perdido el tiempo, y que la fe no es cuestión de discursos ni brillantes exposiciones históricas. Y acabó marchándose de Atenas en dirección a Corinto.
          Pablo comprendió que el mensaje cristiano no necesitaba florituras, y aprendió que en adelante no quería saber otra cosa que a Jesucristo crucificado. Esa era su verdadera sabiduría.
          No había perdido del todo el tiempo. Se les unió un tal Dionisio (miembro del areópago), una mujer llamada Dámaris y algunos más. No era una cosecha para tirar cohetes, pero el apóstol sabe que una sola persona a la que le llega el mensaje de Jesús, ya merece la pena el tiempo que se le ha dedicado.
          Decía un misionero, al que le acudió a su sermón solamente una mujer con una niña, que se consideraba feliz, porque Jesús le dedicó el tiempo a una sola mujer, la samaritana, ¡y él tenía de oyentes a mujer y media! Por eso nunca se ha de dar por perdido la palabra que se deja dicha en el nombre del Señor. Puede ser que no se ve el fruto de esa palabra…, que puede pensarse que ha caído en barbecho… Y sin embargo ahí queda la semilla soterrada, que podrá crecer en el momento más impensable. Ese es el convencimiento del predicador. Sabe que la siembra es la parte que toca al apóstol, pero que Dios es quien da el crecimiento. Y dirá Jesús: La semilla crece sola y da su tallo sin que el labrador sepa cómo.

          Llegamos al evangelio (Jn.16,12-15) donde espigamos el mensaje que nos deja Jesús en esos momentos últimos de la cena. Imagino a los Once aturdidos por los mensajes de despedida y la cantidad de ideas que les ha ido dejando como testamento de la última hora.
          Y todavía les dice: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena No hablará cosas distintas de las que Jesús ha predicado, pero os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará porque recibirá de mí lo  que os irá comunicando, tomará de lo mío y os lo anunciará.
          El Espíritu Santo ha estado muy oculto a la adoración de los fieles durante mucho tiempo. Y sin embargo su labor es de suma importancia porque es el que nos revela la palabra de Jesús y la voluntad del Padre. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, y por tanto el que le da vida en esta fase final de la historia. Hoy se recurre mucho más a él, y se es más consciente de la obra esencial que realiza en nosotros. De muchas enseñanzas de Jesús nosotros no podríamos ni barruntar su contenido. Pero el Espíritu nos va llevando a la verdad cada vez más plena, revelándonos interna y misteriosamente el mensaje de Jesús.

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