jueves, 2 de mayo de 2019

2 mayo: Obedecer a Dios


ADVERTENCIA: Obras que van a realizarse en la Casa, dejan muy en el aire el desarrollo habitual del Blog. Prevengo, pues, a los seguidores del mismo, sobre la posibilidad de interrupción más o menos continuada por 15 días de esta aportación a la que están acostumbrados.

          Felicitemos a María en este segundo día del mes de mayo. Ofrezcamos nuestro pequeño detalle, propio del amor filial. Sintamos la protección de María, nuestra Madre, y tengamos hacia ella alguna manera de expresión de nuestra devoción. Esa “flor” tan típica de este mes, que no tiene que ser llamativa, pero que tiene que brotar del corazón. Para una madre, el dibujo que hace su niñito pequeño, le vale más que la joya con que un adulto puede ofrecerle. La madre no tiene una mirada utilitarista. Mira desde el corazón y por eso le vale lo que se le brinda desde nuestro corazón.

LITURGIA
                      Hech.5,27-33 continúa la lectura de ayer, cuando los apóstoles han sido detenidos por enseñar a las gentes en el templo. Y se les vuelve a conminar a no hablar de Jesús. El sumo sacerdote les interroga: ¿No os habíamos prohibido hablar en nombre de Ese? Como dije hace muy poco, a Jesús lo quisieron crucificado aquellos jefes religiosos, porque no se podía ya nombrar al que había sido humillado y moralmente destruido por la crucifixión. De ahí que aquel sumo sacerdote interrogue sobre “Ese” y no quiera ni nombrar a Jesús.
          Los apóstoles responden con plena firmeza que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Y prosiguen hablando expresamente de Jesús, porque para ellos, “ese” tiene un nombre propio y un nombre sobre todo nombre: el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos; vosotros lo matasteis colgándolo de un madero, pero la diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Una vez más, quedaba patente el kerigma cristiano: muerte y resurrección. Y concluye con algo básico: toda esta historia no es que nos la han contado o que la hemos inventado, sino que nosotros somos testigos de esto, y testigo es el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. La respuesta exasperó al sumo sacerdote y al tribunal, y como solución pensaron quitarles la vida. Era la manera que tenían ellos de dar salida a lo que iba en contra de sus convicciones.

          Evangelio que continúa la enseñanza de Jesús a Nicodemo (Jn.3,31-36) y que es difícil de resumir o explicar y que más queda el recurso de la lectura del texto. Por eso, copio.
          El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
          El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
          Hay expresiones que hoy día suenan muy mal, y con razón. Esto de la “ira de Dios” no se digiere fácilmente, ni se compagina con la afirmación que teníamos ayer tan clara de que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo; el Padre no juzga a nadie”. Y si ama hasta entregar al Hijo, no va después a usar de la ira. Y si el Padre no juzga a nadie, menos aún se va a airar para caer como un peso sobre la persona.
          ¿Queda, pues, impune el pecado? –No. Ya ha explicado Jesús que el juicio está en la misma persona, que, al rechazar la verdad y la luz, a sí misma se excluye de ese mundo de Dios que está asentado sobre la claridad. El castigo está en el corazón del mismo hombre que se ha cerrado a Dios. Y podríamos decir, con expresión muy nuestra, que Dios lo sufre porque él no quiere la muerte del pecador sino que se convierta de sus pecados y tenga vida.

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