miércoles, 15 de mayo de 2019

15 mayo: La Palabra acusa


SIN MANCHA. O Virgen Inmaculada. Que es decir igual. La mácula de todos los humanos en el pecado con que nacemos, contraído por nuestra pertenencia al género humano, que quedó inficionado en sus mismos orígenes por el pecado de Adán. De ese pecado no nos libramos ninguno de los mortales. Salvo Jesús, porque es Dios y en Dios no puede haber pecado, y María, la Madre de Dios, que fue preservada de caer en ese abismo, salvada en previsión de los méritos de la redención universal de su Hijo. El caso de Juan Bautista es que fue santificado en el seno de su madre por lo que nació sin la mácula de todos los nacidos.
            La Virgen es llevada por Dios de manera que quien iba a dar su carne al propio Hijo de Dios, no podía haber estado en ningún instante inficionada por el pecado. Por eso Dios actúa con su poder para que el demonio no pudiese rozarle a aquel ángel que Dios se preparaba para encarnarse en sus entrañas. Por eso, María ES INMACULDA.

LITURGIA
                        Tenemos en la 1ª lectura (Hech.12,2 a 13,5) la definitiva vocación de Saulo y Bernabé. Habían dejado Antioquía, una vez cumplida allí su misión, y se volvieron a Jerusalén, llevándose a Juan Marcos, el que sería autor del 2º evangelio. Quedaban en la iglesia de Antioquía profetas y Maestros.
            Un día que ayunaban y daban culto a Dios, el Espíritu Santo les habló: apartadme a Saulo y Bernabé para la tarea a que los he llamado. Volvieron a ayunar y les impusieron las manos y los despidieron. Y ya marcados por esa tarea que les encarga el Espíritu Santo, bajan a Seleucia y de allí a Chipre, donde anunciaron el evangelio en la sinagoga de los judíos.

            En el evangelio (Jn.12.44-50) encontramos dichos del Señor que más qie otra cosa hay que meditar. «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Una vez más, Jesús está afirmando su divinidad. Hay una identificación entre el Padre y Jesús: la identidad de ser DIOS. De ahí que creer en uno es creer en el otro y ver a uno, a Cristo, es estar viendo la realidad del Padre. De esa realidad invisible Jesús s la luz que lo hace visible: Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. ¿Quiere decir que todo queda igual? –No, porque El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. De aceptar la Palabra a no aceptarla hay un abismo en el juicio que cae sobre la persona: La Palabra lo juzgará el último día.
El valor de esa Palabra es que lo aue Jesús habla es lo que el Padre le ha dado, y por tanto la aceptación o no aceptación de la Palabra es aceptación o no aceptación de Dios, Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».
Esa es la fuerza de la oración: que nos ponga en comunicación con la Palabra de Jesús, que es Palabra del mismo Dios. Y la oración tiene que ir descubriendo en el día a día, ese mensaje que Dios nos quiere trasmitir.
Por eso no es igual rezar que orar, ni lo suple, aunque sea un modo de sostener una cierta forma de espiritualidad. Pero la gran diferencia es que en el rezo no quedamos más metidos en nosotros, y en el orar hemos de salir de nosotros para escuchar la Palabra que dirige Dios, y con la que quiere que vayamos acercándonos a su voluntad: a su pensamiento, a sus deseos, a sus llamadas interiores.

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