martes, 21 de mayo de 2019

21 mayo: Yo amo al Padre


REFUGIO DE PECADORES.- Santa María, Madre de Dios, RUEGA POR NOSOTROS PECADORES. En efecto, María es Madre de todos los hombres y mujeres, y una madre siempre es refugio. ¿Qué podrá hacer un hijo que no encuentre en su madre el perdón, la acogida, el corazón abierto? El hijo, por muy díscolo que sea, siempre hallará en su madre una disculpa, una justificación.
            María es la más perfecta de todas las madres y podemos estar muy seguros de que en ella siempre tenemos un refugio. Más de una vez podemos pensar que alguien “está dejado de la mano de Dios”, como dice equivocadamente el dicho popular. Lo que ese pueblo no dice es que alguien está dejado de la mano de María. De ella siempre esperamos la mano maternal que se tiende a nosotros y nos refugia.

LITURGIA
                        Pablo va de suceso en suceso. Ayer lo tomaban por un dios. Hoy lo apalean y lo dan por muerto unos judíos procedentes de Antioquía y de Iconio. (Hech.14,18-27). Los discípulos lo recogen y lo llevan a la ciudad y Pablo tiene todavía arrestos para predicar allí y ganar adeptos para la causa de Cristo.
            Luego se marchan a otras ciudades y tras un periplo de varios lugares en que predican, vuelven a Antioquía, a la que le informan de lo que habían hecho por los otros lugares, y cómo se había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

            Jn.14,27-31 nos pone por delante ese dicho que repetimos en cada Misa y que constituye un distintivo de la obra y el estilo de Jesús: La paz os dejo, mi paz os doy. Donde hay paz, está Jesús. Por supuesto no es la paz cómoda de quitarse de encima los problemas. No os la doy como la da el mundo. El mundo tiene otra paz y entiende de otra paz basada en huir de los problemas y echárselos a las espaldas, dejando en la estacada al prójimo. La paz de Cristo pide la implicación de cada sujeto en las realidades que le rodean, aun con sacrificio: amar COMO YO OS HE AMADO. Y el amor de Jesucristo es un amor que llega a la muerte por el bien de la persona amada. Por eso la paz de Cristo encierra una lucha y una guerra, pero en uno mismo, hasta doblegar las propias comodidades en beneficio del hermano que necesita. Eso es amor y esa es la paz que se genera desde el amor.
            Jesús se despide. Y advierte que el amor a él ha de llevar consigo la alegría de que se vaya, por el hecho de que su ida es parte de los designios salvíficos de Dios, y el camino para ser glorificado plenamente. Si me amarais os alegraríais de que yo me vaya al Padre. Es el gozo por el gozo del triunfo del amigo. Y todo esto va dicho de antemano para que cuando suceda, sigáis creyendo, sigáis teniendo confianza en mí.
            Ya no hablaré mucho con vosotros. En realidad, lo que ya está hablando ahora. Porque muy poco después va a seguir el Huerto y la Pasión y la muerte. En efecto Se acerca el Príncipe de este mundo. Se acerca el momento del poder de las tinieblas. Y no queda Jesús como un hombre derrotado: No es que él tenga poder sobre mí. Pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y que lo que el Padre manda, yo lo hago. Y ha llegado esa hora en que el Príncipe de este mundo va a llevarlo hasta la cruz, sin saber que en ese momento mismo, la primera gota de sangre derramada por Jesús es el fin del poder de las tinieblas. Ha de pasar por la muerte; ahí está ese misterio del plan de Dios, que entregó a su Hijo para la salvación de la humanidad perdida. Y Jesús ama al Padre y hace lo que son esos planes misteriosos de la salvación.
            No nos puede extrañar después que la paz de Cristo para nosotros incluya la cruz, nuestra cruz, nuestras cruces, las que trae en sí la vida diaria, o las que pueden presentarse más especiales en determinados momentos de la vida. El secreto es llevarlas en paz y en aceptación, sabiendo que los planes de Dios son misteriosos y que Dios se nos hace presente de múltiples maneras.

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