domingo, 19 de mayo de 2019

19 mayo: Hago todo nuevo


PUERTA EL CIELO.- Las letanías lauretanas dedican a María la advocación de PUERTA DEL CIELO. Los santos Padres de la primera Iglesia llegaron a poner a María como “el cuello” del Cuerpo Místico de Cristo. Cristo es la cabeza. Nosotros somos el cuerpo, con sus múltiples miembros y sus múltiples funciones. Pero la vida substancial que radica en la Cabeza ha de trasmitirse al cuerpo a través del cuello. Y ahí sitúan los Padres a María, de modo que nada llega a nosotros desde Cristo sino a través de María, la Mediadora. De ahí que surja esta advocación de María: no llegaremos al Cielo sino de la mano de María. Dios nos atrae; Cristo nos ha ganado la gloria. Pero la Puerta de entrada es María.

LITURGIA
                        Se está centrando este domingo en la idea de “un mundo nuevo”. Es el leiv motiv de estas tres lecturas que nos pone hoy la liturgia.
            En la 1ª, de los Hechos de los Apóstoles (14,11-27) Pablo exhorta a perseverar en la fe, advirtiendo a los cristianos de que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios, porque no se vive la fe desde la comodidad y la práctica tranquila de unas devociones. Pablo y Bernabé recorre diversos lugares y acaba de nuevo en Antioquía, la comunidad que los había enviado, y a la que dan cuenta de los trabajos realizados por la extensión del Reino de Dios.

            En la 2ª lectura, el Apocalipsis (21,1-5) nos habla del cielo nuevo y la tierra nueva que vino a preparar Jesús. Lo antiguo ha pasado y ahora se abre todo a una novedad: una Ciudad santa, nueva Jerusalén que descendía del Cielo, enviada por Dios. Es la nueva vida que sigue a la resurrección de Jesucristo, que establece en el mundo un nuevo estilo de vida. Tan nuevo que el vidente escuchó aquellas palabras: Ésta es la morada de Dios con los hombres; acampará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque el primer mundo ha pasado. “Ahora hago nuevo el universo”.
            Hay una mezcla de planos: Por una parte es la realidad de la nueva vida que supone vivir de la fe, ya en este mundo. Por la otra parte hay una clara referencia a la otra vida donde ya no cabe el sufrimiento…, donde el mundo del dolor ha pasado y donde hay un universo nuevo.

            El evangelio (Jn.13,31-35) también nos lleva a dos planos. Cuando Judas sale del Cenáculo, Jesús se siente liberado de un peso: ahora es glorificado el Hijo del hombre. Judas estaba siendo ya una rémora en el desenvolvimiento de aquel grupo. Jesús se libera cuando Judas sale.
            Pero esa salida es al mismo tiempo el principio del fin, porque Judas ahora va a preparar el prendimiento del Maestro. Es la otra glorificación, la que va a suponer la muerte, con la que se va a cumplir el designio salvador de Dios: Ahora Dios es glorificado en él; pronto lo glorificará (referencia clara a la resurrección que seguirá todo este momento duro de la pasión que se avecina).
            E incide Jesús en lo que es su testamento final para aquellos apóstoles que le han acompañado: Me queda poco que estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Jesús se va. Pero quiere que aquel grupo viva unido en el amor, y no cualquier amor sino el mismo amor de Cristo, ese amor que es desprendido y que está por encima de todas las circunstancias adversas que puedan darse.
            Y eso no es sólo una recomendación o testamento que se da a los Once. Se trata de una mística que ha de distinguir a todo discípulo de Jesucristo. No se trata de vivir el amor afectivo, porque el afecto no puede forzarse ni provocarse por mero voluntarismo. Se trata de vivir el amor al modo de Cristo, que supone hacer el bien por encima de toda circunstancia. Y hasta tan punto de que la señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.
            Esto es el mundo nuevo que ahora y aquí establece Jesucristo y que nos incumbe a nosotros directamente, y adonde nos lleva de forma esencial la EUCARISTÍA, que es la que hace actual en este momento la enseñanza de estas lecturas que hemos tenido.


            A Dios, el autor de la tierra nueva y el nuevo cielo, dirigimos nuestras peticiones.

-         Que nos dé gracia para perseverar en la fe, sabiendo que hay que pasar mucho para entrar en el Reino. Roguemos al Señor.

-         Que vayamos preparando día a día esa nueva tierra que adelante el Cielo al momento actual. Roguemos al Señor.

-         Que con nuestra fidelidad en la vida ordinaria glorifiquemos a Cristo. Roguemos al Señor.

-         Que nos amemos unos a otros con el amor desinteresado y generoso de Jesucristo. Roguemos al Señor.

            Te suplicamos que la Eucaristía, de la que participamos, nos haga vivir en el día a día el modo de ser de Jesucristo.
            Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén

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