jueves, 6 de junio de 2013

MES al Sagrado Corazón; Día 7º

6º día del MES DEL CORAZÓN DE JESÚS
             YO SOY LA LUZ DEL MUNDO
             Hay  muchas “definiciones” que hace Jesús de si mismo. Y una de ellas es esa:  “Yo soy la luz del mundo”.  “Luz que vino a las tinieblas”, como lo describe San Juan en el prólogo de su evangelio.  La misión de la luz es iluminar. Eso es evidente. Por eso la luz siempre se pone allí donde no sólo esté encendida sino que lo esté para alago: para iluminar, expandir su reflejo y hacer que puedan otros aprovecharse de ese resplandor.
             “Yo soy la Luz” es toda una definición de vida. Porque manifiesta una misión. Cuando el mundo estaba en tinieblas, vio una luz grande; una luz les brilló.  Así se aplica a la liturgia del nacimiento de Jesús. Jesús ha venido a hacer que el mundo pueda ver, y pueda ver esa VERDAD que ayer era la base de nuestra reflexión.  Porque, a oscuras, todo es mentira.  Entramos en una habitación oscura y no nos atreveremos a dar paso, porque no sabemos qué hay delante. Damos al interruptor y queda diáfano por dónde hemos de caminar, o qué es lo que vamos a hacer allí. Todo era como una mentira…, y de pronto tenemos ante nosotros lo que hay allí…, la verdad de lo que encierra esa habitación.
             El símbolo del Cirio Pascual es muy expresivo.  Está el templo a oscuras. Resulta hasta molesto.  Se enciende el Cirio y ya hay una luz que ilumina.  Pero conforme avanza, reparte luz…; todos van emprendiendo su propia vela. Y de lo que eran tinieblas y sombras de muerte, el templo se va haciendo luminoso.  Cada uno se llevará su vela, emprendida en LA LUZ DE CRISTO.  Pero esa vela no debe permanecer apagada… De hecho se le vuelve a entregar el símbolo en el día del bautismo, y en algún momento más del proceso cristiano. Y cuando el fiel muere, a su cabecera sigue luciendo el Cirio Pascual, como un recordatorio de que CRISTO LUZ sigue siendo Luz en medio de la aparente nueva tiniebla de la muerte… Pero presagiando que el que yace ya en esa “tiniebla”, va –sin embargo- alumbrado por aquella Luz de Cristo, que de forma misteriosa luce en el alma del que ya no puede sostener su vela.  Pero sigue siendo luz… Porque vosotros sois la luz del mundo…, y vuestra luz debe alumbrar a todos, de manera que alaben a vuestro Padre del Cielo.
             Ha habido, pues, un proceso por el que Cristo-Luz se ha ido trasmitiendo durante la vida del cristiano, que se ha convertido también en luz…, y luz sobre candelero, para que ese tal, a su vez, siga iluminando. O como Jesús expresará de una forma muy dinámica, convirtiendo la luz en antorcha de fuego (que es lo que existía en su tiempo): “He venido a traer fuego a la tierra y tengo ansias de que arda”.  Es lo propio del celo por la gloria de Dios. La urgencia de mi lámpara –mi persona- ha de lucir y alumbrar y emprender… Es tomar conciencia de que otras personas están esperando que yo les sea luz y les tramita luz. Y con la luz, la esperanza, y con la esperanza ese necesario espíritu propio del seguidor de Jesús.

             Hay verdades que quedan más aclaradas cuando se plantea el modo contrario.  Hallamos a una persona que respira pesimismo, queja, juicios negativos, visión oscura de la vida… Cada palabra suya descalifica, protesta, siembra malestar… No expresa nunca un rasgo positivo, confortador. Provoca angustia en quienes le escuchan.  Es la “persona-oscuridad”. Algo que llega encontrar el alejamiento, el rechazo, el intento de no volver a cruzarse con esa persona.
             El caso contrario: la persona que ve la parte hermosa de una circunstancia, de otra persona, de los sucesos que produce la vida. Una persona que habla construyendo, que sabe abrir cauces y que en vez de problemas aporta posibles soluciones.  Sencillamente colabora, crea…  Y junto a esa corriente de aguas, crecen los árboles frutales…: hay vida. Trasmite.

             Yo soy la Luz del mundo es una realidad que no se limita a esa “definición” que hace Jesús. Es una “definición provocadora”. Y está pidiendo respuesta.  Y cuando el mundo anda en tinieblas, y cuando el mundo se siente vacío y está buscando pero no sabe ni qué busca…, Cristo-Luz, el cristiano-Luz, están queriendo “emprender”.  ¡Deben estar queriendo!  Porque si lo que viniéramos a ser en realidad  responde a la misión que Jesús nos ha encargado, entonces esa “definición” que hace Jesús, no se queda en una frase de una estampa-recordatorio, sino que se convierte en llamada, en encargo, en misión…  Y eso ha de pasar a la realidad de la vida: la propia –por supuesto-; la de los que están alrededor nuestro, como necesidad que nos impone nuestro celo apostólico.

             Estamos ante el lema del Apostolado de la Oración: ORACIÓN Y SERVICIO.

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