sábado, 1 de junio de 2013

Junio, Mes dedicado al Corazón de Jesús

MES DEL SAGRADO CORAZÓN
           DIA 1º
            La santidad “Sed santos como Yo soy santo”. Dios nos ha creado para la santidad. El Evangelio es el “manual de santidad” más perfecto que pudo escribirse…, porque escribió la propia vida de Jesús. Y Jesús nos incita a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (o sea: sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, que es la redacción más concreta de la expresión anterior). En la misericordia se expresa la BONDAD, y “bueno” es el que hace la voluntad de Dios. Como Jesús mismo que hacía siempre lo que agradaba al Padre  De ahí que nos advierta que no vale la “bondad” exterior, que siempre está clamando: “Señor, Señor”, sino la que siempre hace la voluntad de Dios.  Ese será como el que construye sobre roca.  Lo otro es construir sobre arena.  Y ya se sabe: vienen vientos y oleajes y esa casa sobre arena se hunde totalmente.
El Corazón de Jesús es fuente de toda santidad (dicen las letanías del Sagrado Corazón). O sea: manantial de bondad, la que un día nos enseñó, no sólo con palabras, ejemplos y llamadas…, sino con su propia vida.
El día que se le presentó aquel joven que parecía querer seguirlo, le puso delante el único camino para poseer la vida eterna: dejar, ceder, abandonar…, todo eso que va contra la terrible suficiencia que atesora el YO.  Porque el gran enemigo de la voluntad de Dios es la voluntad propia, el amor propio, el juicio propio, el egoísmo, el egocentrismo, la manipulación de todo para sacar la propia cresta adelante.
Por eso pedimos al Sagrado Corazón que nos conceda tener una verdadera ilusión por conocer su Corazón…, el que tanto HA AMADO, que llegó a dar la vida por amor.  Y como ya se dice en San Pablo: lo grande es que nos amó, no cuando éramos buenos sino cuando éramos pecadores, no por vivir como amigos de Jesús y amigos de Dios, sino cuando éramos enemigos.
Haz, Jesús, que vivamos el gusto por tu Evangelio, y que así produzcamos frutos de santidad que tanto necesita tu Iglesia.
Aviva en nuestro pecho el ardor de la santidad para que cumplamos dignamente con nuestra realidad de cristianos (que al fin y al cabo es ya nuestra libre obligación que hemos adquirido por querer ser cristianos), que de Ti, oh Dios, tan amorosa­mente hemos recibido.
      Haz que, fieles a esa obligación, procuremos lle­gar adonde tantos valientes de la fe han llegado. Que tratemos eficazmente de estar a la altura que nos corresponde y que vivamos alegremente, en la lucha por tu Reino, las virtudes cristianas de la unión con Dios y la caridad con nuestros semejantes, consecuentes así con nues­tra vocación de cristianos…, nuestra realidad de hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
            Y vendrá a ser una realidad de cada hora nuestro esfuerzo para que se establezca en nuestras almas y en todo el mundo el reinado del AMOR, que es el que se expande desde tu Sagrado Corazón.

            Todo esto sería teórico, descripción de libro, sermón de cura, si no se traduce en examen de conciencia serio, con preguntas muy concretas –desde la luz del evangelio- sobre nuestra realidad personal desde que comienza el día: sobre nuestra primera mirada a Dios, y el tiempo y calidad de contacto sincero que tenemos con Él.  No como “primos hermanos de Dios” (los que viven a su aire y encima de todo están satisfechos…; lo que hacen su “santa” voluntad  de la mañana a la noche y remueven Roma con Santiago para salirse con la suya, y encima de todo creen estar agradando a Dios).  Los que hacen examen de conciencia de sí mismos: su sentir hondo, su pensar, su enjuiciar, sus recámaras para ir conduciendo las aguas a su molino…, y acabar sintiéndose “satisfechos” de sí…   Examen de conciencia que se pregunta –a lo San Pablo- si estima a los demás más que a sí mismo.  Porque el pecado mayor contra la santidad es el endiosamiento, el creerse los mejores (es una de las renuncias que se hacen en las promesas bautismales de la Vigilia Pascual), el constituirse en metro-patrón…
            La santidad no cae como las brevas. Partiendo, evidentemente, de la Gracia la de Dios (sin la cual, ni podremos mirar al Cielo), nos queda un trecho personal muy serio y urgente.  Y ese no se recorre sin el examen de conciencia a fondo.  El actual Padre General de los jesuitas, ha afirmado en una entrevista,  que para San Ignacio el examen de conciencia era más importante que la misma oración.  Y buena prueba de eso es que –después de haber hecho una hora de oración- él sitúa como fundamental el EXAMEN DE LA ORACIÓN: ¿qué me dijo Dios, qué exigencia levantó en mí lo meditado, qué malas hierbas tengo que segar, qué buenas semillas he de plantar…?  Sin ese examen, comentaba el P. Adolfo Nicolás, nunca habrá un cambio ni en las personas ni en las estructuras, ni en la Iglesia.  Por eso, la única esperanza de un resurgir de la vida de fe auténtica está en ese discernimiento que seamos capaces de hacer sobre nosotros mismos, día a día, y honradamente a fondo y de frente.

            Ahí comenzará la santidad personal.
            PARA LOS QUE ESTÁN ACOSTUMBRADOS A LEER SOLAMENTE LO DEL DÍA, LES ADVIERTO QUE HAY DOS ENTRADAS NUEVAS DE AYER NOCHE.

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