sábado, 22 de junio de 2013

Dichosos los que son cabales

Dïa 22.- DICHOSOS SI “PERSEGUIDOS” POR SER CABALES.
                El acento quiero ponerlo en esa parte positiva; “ser cabales”. Ser cabales es estar en el fiel de la balanza. Es mantener el mismo baremo de juicio en lo propio y en lo ajeno, en cómo me juzgo y cómo juzgo. En que no existe más que una verdad en cada hecho, y esa verdad se repite idéntica ante quien sea: amigo, enemigo, que me favorezca decirle o que me deje en mal lugar.
                No significa que todo hay que decirlo, pero sí que no se dice algo distinto de la realidad, según conveniencias. Y que cuando decir la verdad entra a formar parte de una confesión de fe, hay que aceptar la persecución que puede sobrevenirnos.
                No hay por qué provocarla, pero si llegara, hay que afrontarla.
                La BIENAVENTURANZA, pues, está abarcando muchas formas de “persecución”, y seremos dichosos en ella o no lo seremos, según el talante básico de quien eligió se pobre. Y ahí está la piedra de toque, porque la persona que se deja hundir en las tribulaciones o palabras que le humillan, ha perdido ya esta senda de felicidad. Vive en el sufrimiento de si dijeron o quién lo dijo (que es lo de menos). Ahí falta la base; no está procediéndose como persona CABAL.  De ahí que mi acento vaya por aquí, y que lo haga muy expresamente a quienes tienen un sentido cabal de la vida.., y es evidente que esto debemos analizarlo los cristianos, que somos más proclives al intento de “aparecer buenos”, -quizás-por ello nos puedan tildar de hipócritas.
                SER CABAL es una cualidad permanente, que no vale para hoy, ni ante los ojos de…  No perdamos de vista que el pecado de la vanidad es una clara manifestación de la soberbia. Y la soberbia es tan sutil que se le compara a la serpiente que –al verse atacada- se enrosca de manera que salve la cabeza.  Pude perder todo lo demás…, pero –salvada la cabeza- ya la sacará por algún sitio.
                Y si hablamos de soberbias espirituales ya es para temblar. Porque el engreído en su propia “bondad”, nos da la instantánea del fariseo: yo no soy como los demás.  Yo soy cabal en el diezmo. Yo npo soy como ese publicano…
                Ahí se acaba la labor.


Que no sea porque fui rastrero, por lo que sufra incomprensiones y persecuciones. Pero si fui conforme al Corazón de Dios, y vo CABALMENTE por Él, entonces seré dichoso en la tribulación, y en la persecución.

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