martes, 16 de diciembre de 2014

16 diciembre: "Petición de mano"

El compromiso formal  
          La tarde de aquel día fue muy gozosa. Tal como José había dicho por la mañana, a la tarde regreso a casa de Joaquín. Se presentó con su jaique nuevo como quien se dispone a un momento de suma importancia para su vida y para el futuro de ese desposorio –ya contraído- y que era la hora de formalizar definitivamente en el ámbito de la familia. José venía a concretar ya el momento de su boda con María para marchar “a su casa”, tal como el anuncio de aquellos sueños misteriosos le habían augurado.
          Cuando llegó a la casa Joaquín lo saludó familiarmente. José pidió la presencia de Ana y Myriam, y con ellos presentes declaró su deseo de formalizar la entrega de María por parte de sus padres, y preparar así la que ya debe ser boda cercana. Yo lo imagino como una “petición de mano” en la que ya se toca el definitivo compromiso matrimonial. Por parte de José podía plantearse con la proximidad mayor, la suficiente para los preparativos solemnes del evento nupcial.
          Myriam intervino: Jose: también yo tengo el deseo de ese día. Pero hay algo que me ronda desde aquel anuncio que recibí del Señor, y que yo he ido regurgitando casi como si fuera emergiendo de un fondo semidormido en medio de la turbación de aquel día. Nuestra pariente mayor, Isabel, en las montañas de Judea, está embarazada de seis meses. Y yo me he planteado si no me lo ha comunicado Dios para que yo le ayude en estos tres meses hasta su parto. Por eso, si tú me lo permites, creo que es del agrado de Dios que yo marche estos meses con ella.
          No dejaba de ser un cierto contratiempo para José. No sólo por el retraso que podía suponer esta demora, sino porque serían tres meses alejado de María. Pero José, una vez más, agachó su mente ante la realidad que estaba tan envuelta en sobrenatural, y –aunque aquello le contrariaba- dio su visto bueno al proyecto. José quedaba de nuevo en ese plano del hombre fiel, del enamorado que mira por los ojos de su prometida, y que se rendía a los caminos diversos a los normales en los que Dios le había metido.
          Continuó aquella velada festiva departiendo unos y otros y dominando la alegría. Ahora quedaba hacer las gestiones y preparativos para que María hiciera aquel largo viaje, con la comodidad, seguridad y protección necesarias. José no podía acompañarla porque se debía a su trabajo y a esa necesidad de ir recogiendo de él los frutos que iban a ser necesarios para el día soñado en el que se realizara finalmente esa boda con María.

          Hablé al principio de todas estas reflexiones de una EXPERIENCIA DE ADVIENTO, y no quiero separarme de esa idea. La “historia” ya la conté en mi libro: QUIÉN ES ESTE. Ahora me interesa más la parada sobre los hechos.

          Estamos inmersos en esa “historia”. Pero vivir esa “historia” no fue un cuento de hadas. Ni lo había sido antes en el transcurso de la vida del pueblo anhelante, ni lo estaba siendo ahora en la concreción determinada a los protagonistas inmediatos. Ya dije que el “adviento” se había acabado el día que María recibió el anuncio de Dios. Ese día quedaba realizada la esperanza, y lo que se tiene ya no se espera. Sin embargo cuántos aspectos y detalles, momentos difíciles y necesidad de recomponer constantemente, está llevando consigo la plasmación de esa esperanza hasta que se haga realidad. El adviento no se pasa de largo. Vivimos en constante espera de la realidad.

5 comentarios:

  1. ■ Beato Clemente Marchisio, presbítero y fundador ■

    ☺ Clemente Marchisio nace el 1 de marzo de 1833 en Raconnigi, pequeña ciudad de la región de Turín. A la edad de 16 años, Clemente Marchisio es revestido con el hábito eclesiástico, al que será siempre fiel. Es ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1856.
    Los comienzos del ministerio parroquial de don Marchisio se desarrollan serenamente en una pequeña ciudad cuya población se revela ferviente. Durante la Misa reparte cada día unas 400 comuniones, pero ese apostolado fácil no dura mucho.

    ☺ En 1860 es nombrado párroco de Rivalba Torinese, comarca violentamente anticlerical a la que llaman «guarida del diablo». Como Jesucristo, quiere ser un "buen Pastor" para sus ovejas. Su deseo más profundo es salvarlas y, mediante ello, salvarse a sí mismo. El sermón inicial que dirige a sus parroquianos expone un programa eminentemente sacerdotal: «Os debo buen ejemplo, les dice, así como instrucción, mis servicios y a mí mismo por entero. Si resulta necesario, debo incluso sacrificarme por vuestras almas. Mi primer deber es dar buen ejemplo. Como pastor, debo ser la luz del mundo y la sal de la tierra, lo que me obliga a todas las virtudes... Debo honrar mi ministerio mediante una vida santa e irreprochable, y vosotros debéis honrar, respetar e imitar mi ministerio. Pero ese honor y ese respeto no lo debéis a mi persona, sino a mi ministerio, pues en mis manos tengo poderes que nunca tendrán ni los ángeles del Cielo ni los reyes de la tierra. Puedo reconciliaros con Dios, reparar vuestros pecados, abriros el manantial de la gracia y la puerta del Cielo, consagrar la Eucaristía y hacer que Jesús, nuestro Salvador, se instale en medio de vosotros. Debéis considerarme como el enviado de Dios para conduciros al Cielo... El segundo de mis deberes es instruiros: catequizar a los niños, enseñar a los ignorantes, incluso a aquellos que no frecuentan la Iglesia, aconsejar a los padres y madres de familia y exhortar a los jóvenes. Y si se presenta algún vicio, no tendré más remedio que levantar la voz. ¡Qué desgracia para mí si no dijera claramente la verdad!... En tercer lugar, me debo por entero a vosotros, como Jesús que dijo: El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Debo dedicaros mis vigilias, mis cuidados, mis fatigas, en cualquier momento, tanto de día como de noche, a pesar de la distancia, del calor o del frío, a fin de procuraros mis auxilios... A mis servicios añadiré mi oración, pues fue gracias a ella como San Pablo convirtió tantas almas...»

    SIGUE...

    ResponderEliminar
  2. ☺ Don Marchisio empieza catequizando a los niños, que escuchan con agrado a ese sacerdote de palabra sencilla, clara y animada. Pero en el púlpito, imitando al párroco de Ars, predica con vehemencia contra las blasfemias, la falta de respeto por el domingo y la depravación de las costumbres: «Sabedlo de una vez por todas, dice al auditorio: no he venido aquí para agradaros, sino para deciros la verdad y convertiros». Pero no siempre es agradable escuchar la verdad. Así pues, los que se sienten ofendidos por aquellos vigorosos sermones intentarán que el párroco se calle haciéndole la vida imposible. Nada más acabar la lectura del Evangelio, los hombres esbozan una señal de la cruz y abandonan la iglesia. "En bien de la paz", sus esposas los imitan, y los jóvenes, tanto chicos como chicas, se apresuran a hacer lo mismo. El predicador se encuentra entonces ante un auditorio de algunas ancianas sordas y de niños. Más adelante, el ataque adquiere mayor magnitud: introducen por la puerta de la iglesia un asno que brama a grito pelado. El joven párroco se tapa un momento la cara con las manos y luego, cuando recupera la calma, prosigue su homilía con fervor y persuasión.

    ☺ Se le hacen otras malas pasadas: alboroto en la iglesia, silbidos o cantos provocadores se suceden sin interrupción. Son escrutados sus más leves movimientos y los rasgos de la cara, y todo es bueno para sembrar la sospecha, amplificarla y transformarla en calumnia. En una ocasión, un agresor torpe lo ataca con un palo, pero el sacerdote, más hábil que él, le quita el palo y luego se lo devuelve diciendo: «Toma y haz conmigo lo que quieras. Estoy dispuesto a morir. Sin embargo, sólo siento una cosa, y es que te cogerán y caerás en manos de la justicia». Esa caridad desarma al adversario.

    ☺ Después de haberlo soportado todo en silencio durante mucho tiempo, Clemente Marchisio acaba cogiendo miedo y solicita que le cambien de parroquia. Su obispo le responde que permanezca con valentía en su cruz. Clemente obedece y se abandona al Corazón de Jesús, a la Santísima Virgen y a San José. «Para amar a Jesús, nos dice, no solamente con encendidas palabras, sino con hechos, es necesario que renieguen de uno y que le odien. Es necesario sufrir, estar cansado y humillado por Él. El mayor de los bienes se cumple en la cruz». Esas palabras son un eco de las de Jesús: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo (Lc 6, 22-23).

    ☺ Don Marchisio se prepara largamente cada día a la celebración de la Misa, que celebra sin lentitud, aunque con gran recogimiento. Invita igualmente a sus feligreces a que se preparen cuidadosamente para la comunión: «Si no preparáis el terreno para sembrar, es inútil que sembréis buena simiente; lo mismo sucede con este alimento del alma que es la sagrada comunión. Quien quiera recibir los frutos de la unión con Dios, conservar la vida del alma y acrecentar sus fuerzas, debe estar predispuesto a ello».

    SIGUE...

    ResponderEliminar
  3. ☺ A una mujer afligida le confiesa lo siguiente: «Mire, también yo me encuentro a veces abatido bajo el peso de las tribulaciones. Pero después de pasar cinco minutos ante el Santísimo Sacramento, que lo es todo, recupero plenamente el vigor. Cuando se encuentre deprimida y desanimada, haga lo mismo».

    ☺ La persecución desencadenada contra Clemente Marchisio durará unos diez años. Después de haber escrutado durante largo tiempo los actos y gestos del párroco, varios de sus feligreces constatan su fidelidad a la hora de cumplir sus compromisos. «Nunca se le vio cometer la más mínima imperfección en la observancia de los mandamientos de Dios y de la Iglesia», dirá uno de ellos. Conmovidos y edificados, muchos se convierten. El viento sopla en otra dirección, y los más implacables de sus adversarios acaban por volver a Dios. ¡Pero al precio de cuántas oraciones, de conversaciones privadas, de momentos de abandono y de soledad, de actos de paciencia, obtuvo de Dios la salvación de las almas de su parroquia! Dicen que «confiesa como un ángel», con sutileza, delicadeza y misericordia; en una palabra: con "corazón". Pero aunque se hayan convertido a Dios, no todos sus feligreces se han librado de las malas costumbres, y algunos siguen como pobres pecadores: ♥ «Lo que me destroza el corazón, nos dice, e impide que tenga paz ♥ es ver cómo se cometen tantos pecados con indiferencia, como si el pecado no fuera nada. Sin embargo, es el mayor de los males del mundo. El pecado no solamente trae la ruina para la eternidad, sino que ya en la vida presente es una especie de infierno. ¡Ah! Qué felicidad estar en gracia de Dios... ¡Oh, Señor!, concédele a mi voz la fuerza necesaria para penetrar en los corazones, así como un poderoso vigor para derribar y eliminar el vicio».

    SIGUE...

    ResponderEliminar


  4. Don Marchisio habla de ese modo por caridad "espiritual", para la salvación eterna de sus fieles. Pero la caridad por sus necesidades materiales también es objeto de toda su solicitud. Nadie sale de su casa sin haber recibido ayuda, y llega a dar incluso su ropa de cama, sábanas y mantas, a unos pobres que se habían visto obligados a refugiarse en una cuadra. Entre 1871 y 1876 construye un asilo para niños, así como un taller de tejer para que las jóvenes tengan una ocupación y un salario. Algunas buenas voluntades femeninas le ayudan a llevar a buen término sus labores caritativas. Las reunirá en una comunidad bajo el título de "Hijas de San José".

    El ejemplo de Don Marchisio nos invita a practicar obras de misericordia, es decir, «acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espirituales, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios» (CIC, 2447).

    ↔ Reconfortado por la mano maternal de María, don Marchisio no deja de avanzar por el camino de la santidad. Cinco años antes de su muerte anuncia que morirá a los 70 años. Pero antes tendrá que atravesar una noche muy oscura: «¡Pobre de mí!, gime. ¡El demonio nunca me había atormentado de este modo! ¡Cuántos dolores me ha obligado a resistir! ¡Cuánto ha intentado desengañarme al presentarme mi vida como inútil! ¡Cuántas tentaciones, incluso la de destruir mi Instituto de religiosas!» Pero, apoyado por el auxilio de la Virgen, sale victorioso de la prueba.

    Durante la mañana del 15 de diciembre de 1903, se dispone a celebrar Misa y a visitar a la cofundadora, sor Rosalía Sismonda, que está moribunda y que entregará su alma a Dios dos horas antes que él. Pero siente un malestar: «¡Si pudiera aún celebrar una Misa!... ¡Tal vez hoy no pueda recitar el breviario!». La agonía empieza pronto, marcada por breves plegarias: «¡Dios mío, ten piedad de mí!... ¡Crea en mí un corazón puro!... ¡Jesús, José y María!». Son sus últimas palabras.

    De esta manera pasa de este mundo al otro quien había escrito: «Las cosas de este mundo no son nada. El Cielo y la eternidad me esperan. ¿Qué será de mí o de nosotros? Un millón de años después de mi muerte no estaré sino al principio de la eternidad. La tierra es un lugar de paso en la que soy como un viajero. La vida es un momento que se escapa como el agua de un torrente».

    ResponderEliminar
  5. Padre Cantero, nos entusiasma con la Catequesis.¡Gracias por su vida y por sus enseñanzas!Que Dios lo colme de todas las Bendiciones posibles .
    La Petición de mano, con el anuncio de la visita a Isabel, tampoco fué lo feliz que José esperaba, de la Anunciación, que es un Misterio gozoso para María, San José tuvo que conformarse con lo que le contara María, Él no participó en la visita del Espíritu Santo. Él sólo participó de la santidad y de la pureza y del amor virginal de María, que no es poca cosa.San José nos enseña de que forma se abre la puerta del cielo: cumplimiento de los deberes y una vida de piedad adecuada.No vale cumplir todos los deberes y todas las leyes; la piedad nos exige cumplir la voluntad de Dios en todo:desde el primer minuto del día, oración, trabajo, descanso, la comida, el sueño, hasta soñar a Dios en la noche. Así debió ser la vida de San José: cumpliendo sus deberes escrupulosamente , vaciándose de sí mismo, entregado a la Voluntad del Todopoderoso, cuidando a su Esposa y al Mesías Salvador.Un cordial saludo. Mªjosé Bermúdez.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!